LA DIMENSIÓN CULTURAL: EL ESLABÓN
PERDIDO DE LA GLOBALIZACIÓN
En la primera sección de este
documento se comentó brevemente la tesis de Samuel Huntington sobre el "choque de
las civilizaciones". Para ese autor, el conflicto entre civilizaciones será el
dominante, aunque no excluyente, del escenario mundial, suplantando inclusive al
ideológico. Así, el eje principal de la política mundial serían las relaciones entre
civilizaciones, particularmente entre Occidente y lo que él denomina el "resto"
(las culturas asiáticas, del Medio Oriente y africanas).
Más allá de que la tesis de
Huntington incorpora elementos y perspectivas que han conducido a muchos analistas a
calificarla de simplista y parcial, nos conduce a la necesidad de formular dos preguntas
muy importantes, ancladas en la realidad: ¿de qué manera la globalización económica y
política incide en el terreno cultural? y viceversa, ¿cómo afectará la globalización
cultural la política y la economía de las próximas décadas?.
En este capítulo se presentarán
algunas reflexiones y elementos desde una perspectiva cultural de la globalización que
generalmente no es debidamente considerada por quienes adoptan las decisiones políticas y
económicas en los planos nacional e internacional. No prestar la necesaria atención a
esos aspectos representa una notoria simplificación de una realidad compleja y mutante,
reduciéndose nuestras posibilidades de actuar con éxito en el marco de la
globalización.
Cuando se habla de
"globalización", se tiende a identificarla con el proceso de globalización
económica, olvidando las dimensiones política, cultural y social1. En el campo cultural podría entenderse la
globalización como el pasaje de identidades culturales tradicionales y modernas, de base
territorial, a otras modernas y postmodernas, de carácter transterritorial2.
Las identidades culturales de la
globalización no se estructuran desde la lógica de los Estados-naciones, sino de los
mercados; no se basan, en lo esencial, en comunicaciones orales y escritas, sino que
operan mediante la producción industrial de la cultura, su comunicación tecnológica y
el consumo diferido y segmentado de los bienes.
La globalización cultural en los
procesos internos, internacionales y transnacionales
La discusión de la dimensión
cultural de la globalización no está incorporada explícitamente en la mayoría de los
modelos de economía política (tanto los del neoliberalismo como de sus opositores) y
ocupa un papel relativamente menor en las teorías de relaciones internacionales. Sin la
dimensión cultural es muy difícil impartirle coherencia a una lectura del mundo
contemporáneo en el cual el nacionalismo, la religión y los conflictos interétnicos
tienen una influencia equivalente a los aspectos internacionales y seculares. Los modelos
de economía política y de relaciones internacionales actualmente vigentes no pueden por
sí solos explicar, dar sentido y proponer políticas orientadas a la solución de los
problemas multidimensionales que hoy enfrentamos.
En el ámbito político, los cambios
en la cultura inciden tanto en la política internacional como en la forma, valores,
actores y mecanismos de la vida política interna de los países industrializados y en
desarrollo. Así, por ejemplo, amplios flujos migratorios provenientes de otras culturas
han modificado las situaciones socioculturales, políticas y económicas de muchos países
europeos y de los Estados Unidos. En Asia, Africa, América Latina y los países del
Islam, al igual que en Europa Oriental y en partes de la ex Unión Soviética, la Guerra
Fría se desvanece y se produce una abrupta apertura a los mercados mundiales, acompañada
de traumáticos procesos de reestructuración y modernización.
Esos procesos intensifican y
exacerban las complejas interacciones existentes entre múltiples factores etnoculturales
y religiosos vinculados a conflictos de focalización territorial previamente contenidos
por la lógica militar del conflicto Este-Oeste. Ahora todos ellos están sometidos a un
intenso bombardeo -por la vía de los medios masivos de comunicación y los flujos de
bienes simbólicos- que incluye nuevas actitudes y preferencias para el individuo y las
comunidades. Estas se hallan vinculadas a la expansión geográfica de aplicación de la
democracia liberal (al menos, en sus aspectos formales), a la valorización de los
requerimientos sociales y de afirmación cultural, a la libertad de expresión, la
importancia del individuo, el consumo y el mercado3.
Los efectos de estos procesos abarcan
un amplio espectro, que cubre desde la reafirmación de la integración cultural por la
vía de tradicionalismos que vigorizan sus vertientes mesiánicas (ej.: Islam); el
fortalecimiento de lo étnico-territorial y religioso4; la apetencia indiscriminada por alcanzar el
estilo de vida de las sociedades industriales occidentales "a cualquier costo";
la búsqueda de una incorporación selectiva a ese estilo de ida (ej.: algunos países de
Asia) o su enfático rechazo (por países, estamentos y grupos sociales) ante la
imposibilidad de alcanzar los requerimientos materiales que expresan ese estilo5.
Por otra parte, ya se ha señalado en
numerosos trabajos los problemas que pueden surgir en el proceso de integración cultural
vinculados a las grandes asimetrías que existen en la capacidad de emisión de mensajes
culturales de los países en desarrollo vis á vis
la potencia creciente de las industrias culturales con centro en las naciones
industrializadas. Fenómenos de ese tipo han conducido a un intento de aplicar políticas
culturales defensivas a partir de la organización de importantes sistemas de
comunicación satelital para la emisión de programas de contenido cultural nacional y
regional, y del control de las emisiones externas, en el caso de varios países de
Asia-Pacífico (ej.: Malasia, Singapur) y en algunos países europeos (ej.: Francia).
De igual manera, la transmisión por
televisión, "en directo", de conflictos armados, incrementa el poder de
disuasión de las potencias con mayor poder bélico. Se afecta no sólo a las autoridades
de los restantes gobiernos por el efecto de demostración de acciones disciplinarias
ejercidas sobre otros Estados (ej.: la "Guerra del Desierto", Iraq), sino que se
lleva ese mensaje a la casi totalidad de esas sociedades, con resultados disímiles
(aprehensión y temor, en aquéllas no expuestas directamente a la amenaza, y
fortalecimiento de posiciones de resistencia en las que se hallan directamente
amenazadas).
Se asiste, en suma, a un creciente
conflicto entre las distintas dimensiones de la identidad cultural en sus vertientes
tradicional, moderna y postmoderna. Ese conflicto permea las relaciones internacionales en
su enfoque tradicional -el del "conflicto de poder" del realismo y el
neorealismo, líneas de pensamiento que no han logrado incorporar adecuadamente la
dimensión cultural a sus marcos teóricos- e incursiona, con mayor suerte, en los cauces
de las teorías antropológicas, culturales y sociológicas e, inclusive, en algunas de
raíz económica.
En el terreno de lo concreto,
responde, en buena medida, a las profundas contradicciones que acarrea en el plano
económico y social la fuerza modernizadora del proceso de globalización. En un número
importante de casos (ej.: áreas de Africa Subsahariana y de Asia del Sur y Central), se
presenta la imposibilidad, por no contar con los recursos mínimos para ello, de acceder a
mejores condiciones de vida en el marco del paradigma económico dominante. Esto genera
frustraciones y fuertes resistencias a la modernización neoliberal de esas sociedades y a
una reafirmación -generalmente autoritaria- de sus núcleos culturales endógenos (ej.:
Irán, Argelia, diversos estados africanos).
De igual manera, impulsa, en muchos
casos, la búsqueda, por parte de las élites políticas y de diversos actores sociales,
de un modelo de perfiles más endógenos, que procure mantener, incorporar, y
compatibilizar de manera más equilibrada, la diversidad étnica y cultural nacional, las
limitaciones de los recursos económicos, el funcionamiento del sistema político, los
requerimientos de la competitividad y las expectativas de desarrollo. La fórmula
imperante: "modernización neoliberal-régimen e instituciones democráticas"
adquiere en estos casos nuevos contenidos y combinaciones (ej.: India, Singapur, Malasia,
algunos países latinoamericanos).
En ese marco, para América Latina y
el Caribe la dimensión cultural y las comunicaciones adquieren particular importancia
para la construcción de una nueva identidad, ciudadanía y Estado. En nuestra región los
movimientos sociales están procurando redefinir el concepto y la práctica de la
ciudadanía, superando su dimensión jurídico-política. De no asimilar y dar adecuada
respuesta a esas necesidades, se corre el riesgo de que se conviertan en fuerzas
centrífugas a partir de crecientes diferenciaciones (ej.: socioeconómicas, raciales,
etc.). Lo que no haga adecuadamente el Estado, se encargarán de orientarlo y darle forma
el consumo, el mercado y los medios masivos de comunicación.
Por lo expuesto, la globalización de
la cultura genera un conjunto de fenómenos que modifican los procesos de las sociedades
nacionales y su política externa en múltiples aspectos: en la conceptualización de la
globalización; en la construcción de la identidad nacional y la capacidad de respuesta
societal al impacto de la globalización; en el perfil del ciudadano y en las nuevas
políticas culturales.
En el Esquema No. 1 se ha procurado
identificar sus características principales y sus tendencias de evolución.
ESQUEMA No. 1
IDENTIDAD CULTURAL, MODERNIZACIÓN Y RÉGIMEN
POLÍTICO
CULTURA |
IDENTIDAD |
PERFILES CULTURALES PREDOMINANTES |
RÉGIMEN POLÍTICO |
CAPACIDAD INTEGRADORA |
TENDENCIAS |
PAÍSES DEL ISLAM |
Parcialmente asumidas
(occidentalización en las élites) |
Tradicional, con fuerte contenido
religioso |
Autoritario (en algunos casos, en
transición a democracias limitadas) |
Restringida y excluyente |
Expresión religiosa-tradicional
regresiva, de carácter fundamentalista |
INDIA |
Asumida parcialmente (pluralista;
occidentalización en las élites) |
Tradicional pluralista, con áreas en
transición a moderna y postmoderna |
Democracia limitada |
Parcialmente incluyente |
Transiciones a pluralismo cultural y
modernidad con creciente conflicto entre economía y culturas nacionales |
JAPÓN |
Asumida (no pluralista) |
Moderna (con elementos vigentes de
cultura tradicional) |
Democracia (en transición, de limitada
a amplia) |
Incluyente |
Expansión secular, poco conflictiva |
SUDESTE ASIÁTICO |
Asumidas (pluralistas) parcialmente |
Tradicional-Moderna y post moderna |
Democracias limitadas -Autoritarias |
Incluyente |
Transición: Expansión, por la vía secular y
económica; promoción del "modelo chino". Expansión secular y económica:
promoción del "modelo asiático" |
PAÍSES EN TRANSICIÓN DE EUROPA
ORIENTAL EX URSS |
Escasamente asumidas (pluralista) Escasamente asumidas (pluralista; proceso de
homogeneización desde arriba) |
Tradicional, con predominio de factores
étnicos y religiosos Tradicional, con predominio de factores
étnicos (áreas en transición a cultura moderna) |
En algunos casos, en transición a
democracia efectiva, en otros, a democracia limitada Transición a Democracia limitada |
Parcialmente incluyente Parcialmente incluyente |
Transición: Creciente conflicto entre tradición y
modernidad y culturas nacionales y modelo económico vigente |
AMÉRICA LATINA |
Parcialmente asumidas
(occidentalización de las élites) |
Tradicional, en transición a moderna
(áreas limitadas con incorporación a cultura moderna y postmoderna) |
Democracias en consolidación |
Inclusión limitada y selectiva |
Transición: creciente conflicto entre
culturas nacionales y modelo económico vigente |
EUROPA OCCIDENTAL |
Asumida (autorreferida) |
Moderna y postmoderna (con elementos
vigentes de cultura tradicional) |
Democracias estables |
Incluyente |
Expansión secular y económica,
"modelo europeo" y ascenso del conflicto entre cultura nacional y modelo
económico |
EE.UU |
Asumida (autorreferida) |
Moderna y postmoderna |
Democracia estable |
Incluyente |
Expansión secular y económica;
"modelo USA" y creciente conflicto entre valores y realidades excluyentes del
modelo vigente |
Fuente: elaborado por el autor a
partir de un esquema inicial, sustantivamente modificado y ampliado, de Fernando
Calderón, Martin Hopenhayn y Ernesto Ottone, Hacia una perspectiva crítica de la
modernidad: las dimensiones culturales de la transformación productiva con equidad,
CEPAL, Santiago, Documento de Trabajo No. 21, octubre de 1993, pg. 18.
Cultura global: Homogeneidad vs.
Hetereogeneidad
La globalización alberga en su seno
vertientes de homogenización y de heterogeneidad cultural. Quienes sostienen que los
efectos mayores sobre el sistema mundial son de homogenización, enfatizan la importancia
de la globalización económica a partir de la acción de las empresas transnacionales y
de los países industrializados más importantes, como fuentes emisoras de mensajes
vinculados al consumo y a la cultura de mercado. Quienes argumentan en favor de efectos
diferenciados y heterogéneos, destacan dinámicas de apropiación y modificación del
mensaje y de sus símbolos en los niveles nacionales y subnacionales6.
Sin embargo, la globalización pone
en marcha mecanismos que actúan en ambas direcciones, retroalimentándose entre sí.
Desde los primeros contactos históricos entre distintas civilizaciones se ha producido
una mutua fertilización cultural, si bien generalmente asimétrica en cuanto a sus
respectivos impactos. Lo que hoy acontece presenta, con respecto al pasado (como mínimo,
en la escala), ciertos cambios importantes:
i) la dimensión -ahora planetaria-
cubierta por las interacciones;
ii) la gran velocidad de propagación
y creciente simultaneidad de los impactos;
iii) la ampliación del espectro y
capacidad de influencia de los flujos de bienes, mensajes e ideas que circulan e
interactúan en el mundo;
iv) la mayor especialización de los
circuitos de comunicación, que contribuye a segmentar las sociedades en estamentos
diferenciados;
v) la distinción temporal y de
contenido de las respuestas (locales, nacionales, etc.).
Dado que los factores i) y ii) son
relativamente conocidos, parece conveniente explorar la incidencia de iii), iv) y v), es
decir, el papel de los flujos y de los circuitos culturales
Para acercarse a estos fenómenos de
diferenciación y heterogeneidad, es necesario tener en cuenta las fisuras y desfases que
existen entre las dimensiones económica, cultural y política de la globalización, a
partir de los distintos flujos existentes7: i) étnicos (conjuntos de personas que
actúan como turistas, inmigrantes, refugiados, exiliados, trabajadores temporales, etc.);
ii) tecnológicos (las corrientes de tecnología, incluyendo su distribución asimétrica,
sus diferentes contenidos y los distintos factores que las afectan); iii) financieros
(corrientes de capital especulativo; mercado de valores, inversiones directas, etc.) iv)
mediáticos de comunicación (periódicos globales, revistas, redes de televisión, films,
correo electrónico, Internet, etc.); v) ideológicos (sistemas de pensamiento orientado a
la acción de Estados, grupos y estamentos).
Las interacciones entre estos
distintos flujos dan lugar a procesos muy complejos, de difícil monitoreo e
interpretación sistémica. Para algunos analistas8 la gente, los bienes, las imágenes y las
ideas interactúan y circulan por vías múltiples e irregulares, multiplicando las
fisuras en el sentido y propósito que les es asignado. Así, por ejemplo, el término
clave "democracia", genera crecientes conflictos entre el contenido que se le
otorga en el Occidente industrializado y las concepciones que bajo ese término se asumen
en distintos países de Asia-Pacífico (ej.: China Popular, Corea, Indonesia, Singapur).
En otro contexto, pueden señalarse los resultados de las interacciones entre flujos
ideológicos y financieros (ej.: distintos casos en los cuales los flujos de
financiamiento internacional son capaces de modificar las políticas nacionales y su
fundamento ideológico); entre flujos ideológicos y mediáticos de comunicación (ej.:
países de Medio Oriente) o entre flujos ideológicos, religiosos y étnicos
(ex-Yugoslavia y Líbano).
En ese marco, la existencia de cuatro
circuitos socioculturales distintos9, contribuye en importante grado a establecer
actitudes y respuestas diferenciadas en las sociedades expuestas a los flujos previamente
mencionados:
a) El histórico-territorial
(conocimientos, hábitos y experiencias que se manifiestan en el patrimonio histórico y
la cultura popular tradicional).
b) La cultura de élites, constituida
básicamente por la producción simbólica, escrita y visual (literatura, artes
plásticas).
c) La comunicación masiva, a partir
de los grandes espectáculos de entretenimiento (radio, cine, televisión, videos).
d) Los sistemas -relativamente
restringidos, si se considera la población global- de información y comunicación para
quienes adoptan decisiones (fax, teléfonos celulares, internet, satélite, etc.).
Sin pretender presentar una
elaboración y fundamentación mayor de estas proposiciones tentativas, cabe, al menos,
señalar ciertas constataciones a ellas vinculadas:
i. Dados los factores y procesos
mencionados, la recomposición de las culturas nacionales no es uniforme ni se presenta
con las mismas características en los distintos escenarios; por consiguiente, la
restructuración de identidades culturales puede variar según la vinculación de los
diferentes actores con cada uno de esos circuitos10.
ii. Mientras la capacidad del Estado
para intervenir por la vía de su política cultural disminuye a medida que se pasa desde
el primer circuito al último, estudios recientes sobre consumo cultural11 muestran que la
juventud depende en mayor grado de los dos últimos circuitos para modelar sus
comportamientos. Así, en las nuevas generaciones la identidad gira mucho más en torno de
las grandes figuras de televisión y el cine y de las grandes marcas de productos para
jóvenes, que con respecto a los símbolos patrios de carácter histórico y territorial.
Esto no es producto de la casualidad.
En América Latina se transmiten en promedio más de 500.000 horas anuales de televisión,
mientras en Europa Latina cuentan con sólo 11,000 horas. En Perú, Panamá, Colombia y
Venezuela, existen más de una videocasetera por cada tres hogares con televisión, cifra
mucho más alta que en Bélgica (26,3%) o Italia (16,9%)12.
En suma, la globalización cultural
incorpora el uso de una variedad de conceptos, instrumentos y prácticas que afectan, de
distinta manera y grado, los contextos político, económico y cultural nacionales y
locales. Luego de su procesamiento, esos elementos son remitidos en un diálogo
conflictivo de contenidos y acciones concretas relativas al mercado, la democracia, el
libre comercio, la soberanía, los derechos humanos, el desarrollo, el fundamentalismo,
etc. Ese proceso continuo de ingreso y remisión de mensajes simbólicos, de bienes e
ideas, provoca turbulencias y afecta sustantivamente los intentos por lograr una
homogenización interna en los Estados-naciones.
Identidad y ciudadanía en el marco
de la cultura global
En el contexto previamente descrito,
¿se pueden construir identidades nacionales?, ¿cuál es el perfil de ciudadanía que
pueda expresar ese nuevo tipo de identidad?13, ¿puede ser la construcción de identidades
objeto de políticas?. Al respecto, se puede señalar lo siguiente:
i. No se trata de una pérdida de
identidad nacional, sino de una transformación de la misma, muchas veces turbulenta, por
efecto de los procesos de globalización.
ii. El proceso de identidad está
sometido a las tensiones que impone la concentración del 70% de la población de América
Latina en ciudades; la declinación de las naciones-estados como entidades articuladoras
de lo social y la reestructuración y transferencia de las funciones políticas de los
actores tradicionales (partidos, sindicatos, asociaciones de base) a nuevos actores. La
declinación de las formas tradicionales de hacer política se suma así al
fortalecimiento de los nuevos mecanismos (ej.: los programas periodísticos de opinión
por radio y televisión, los sondeos y encuestas y la construcción de imágenes y
contenidos televisivos para los actores políticos).
iii. En muchos casos (y
particularmente, para aquellos que son inmigrantes) más que la adopción de una
ciudadanía nacional, se trata de una ciudadanía urbana. El individuo se siente más
vinculado a su cultura local y no tanto a la nacional (excepto en el caso de las ciudades
capitales, donde se concentra el discurso sobre el Estado, los partidos y la política).
iv. La cultura ciudadana es hoy un
lugar de múltiples intersecciones de tradiciones nacionales y transnacionales. Por ello
las culturas nacionales, sin extinguirse, van transformándose a partir de interacciones
con referentes culturales transnacionales provistos por los flujos de ese carácter.
v. Esa transformación comienza a
adquirir rasgos institucionales. Así se observa, por ejemplo, en la construcción de una
identidad común europea (junto a un pasaporte y documentos, normas comunes para sus
ciudadanos) y en la propuesta del Parlamento Latinoamericano sobre una Comunidad
Latinoamericana de Naciones, presentada a los Presidentes del Grupo de Río. De igual
manera, el rápido, y amplio avance de los acuerdos de integración y de vinculación
económica en América Latina y el Caribe va generando una red de regímenes de
regulación de dimensión regional que superan el ámbito de los Estados participantes
(ej.: El Tribunal Andino de Justicia en el caso de la Comunidad Andina para redimir
conflictos). Gradualmente, se va pasando así de lo nacional a lo regional y lo global.
vi. Existen estudios que señalan que
la masa -y aún ciertos sectores politizados- no sienten una gran atracción por proyectos
políticos nacionales o regionales. Cabría aquí considerar, por ejemplo, la fragilidad
de los apoyos con que contaron a lo largo de tres décadas anteriores los procesos de
integración regional en América Latina y el Caribe. (No obstante, esa situación se ha
ido modificando favorablemente durante los últimos años).
vii. Existen políticas culturales
tanto en el ámbito nacional como en el transnacional (ej.: en este último, las de los
movimientos ecológicos y las de las empresas transnacionales).
viii. Se observa en el sistema en
vías de globalización una respuesta social desorganizada, pero firme e intensa, en favor
de un conjunto de valores de carácter universal, nacional e incluso subnacional (ej.: los
derechos humanos; el desarrollo; la democracia). A partir de varias de ellas, surgen
elementos importantes (ej.: la solidaridad de los "verdes") para constituir el
eje vertebral de una identidad.
En consecuencia, lo que importa
ahora, esencialmente, es que las políticas culturales nacionales tengan en cuenta la
nueva situación y logren superar la tradición, limitada a focalizar su esfuerzo en la
preservación del patrimonio histórico. De no ser así, los procesos de globalización,
vinculados a un discurso homogenizador en lo político, cultural y económico,
continuarán, en la práctica, ocultando una creciente diferenciación.
Aún los procesos de integración
económica regional y de libre comercio hemisférico, de no contener políticas claramente
concertadas en esta materia, pueden terminar sirviendo preferentemente para ampliar el
espacio a las industrias culturales transnacionales. Los productos de estas últimas,
destinados al consumo masivo, tienen por propósito obtener una rentabilidad económica a
corto plazo (la población como mercado) o fines de orientación y movilización social y
política (la población como fuerza de opinión)14.
América Latina y el Caribe ante la
cultura global: algunas propuestas
Los elementos y procesos aquí
expuestos pueden parecer, en una primera lectura, demasiado teóricos y lejanos a la
realidad cotidiana para quienes deben interpretar el funcionamiento y dar respuesta a los
nuevos hechos del sistema global, adoptando decisiones en las Cancillerías y en los
Ministerios de Finanzas o de Economía. No obstante, y quizás sin contar con una
apropiada conciencia de ello, la dimensión cultural -en primer lugar, por su incidencia
en nuestra imagen y construcción ideológica del mundo- afecta nuestras formas de
percibir los problemas y sus posibles soluciones, al igual que enriquece o limita la
identificación de nuevas oportunidades o de formas de acción que en los enfoques
tradicionales serían probablemente catalogadas como heterodoxas (y por lo tanto, no
efectivas o peligrosas).
En efecto, los factores y procesos
comentados en las distintas secciones de este trabajo afectan la cultura política y
económica de nuestros países. Cuando se modifica la combinación de valores y prácticas
que constituyen la cultura política de una sociedad determinada, se requiere una profunda
transformación en el papel del Estado15. Ese es el caso, por ejemplo, del cambio de
los valores relativos a la participación de lo público y lo privado; de la estabilidad
de las instituciones; de la participación de ramas que tradicionalmente fueron líderes
en el proceso de crecimiento económico y que son reemplazadas por nuevos sectores; del
reemplazo de un paradigma tecnológico por otro; de la modificación de las preferencias
sociales en la forma de organización colectiva o de la legitimidad y el peso asignado al
Estado frente a las diversas organizaciones que integran la sociedad civil.
En esas circunstancias, parece
conveniente "bajar a tierra" y considerar la utilidad de aplicar propuestas como
las siguientes:
i. Drástico cambio de contenido y
enfoque en las políticas culturales
En vez de basar, como antes, la
acción en materia cultural en la defensa de los patrimonios históricos, resulta
necesario desarrollar estrategias vinculadas a los nuevos escenarios de información y
comunicación16.
La conveniencia de poner en práctica ese tipo de políticas se refuerza ante la exigencia
para los Estados de forjar nuevas alianzas estratégicas en distintos campos y
circunstancias, con diferentes estamentos de su propia sociedad y de grupos y actores
transnacionales, tanto en sociedades inmersas en otros ámbitos culturales (ej.: Asia,
Medio Oriente, Africa), como en aquellas que nuestro sentido común establece como
conocidas y cercanas (ej.: Europa Occidental).
ii. Incorporar estudios sobre
imágenes y actitudes ante la integración, variables de cambio tecnoproductivo e
inserción internacional en la formulación de la política externa
El factor cultural incide
profundamente en procesos políticos y económicos muy importantes para los países de la
región. Así, por ejemplo, diversos estudios y trabajos de campo de la CEPAL17 han procurado
determinar cuáles son los márgenes (con directa incidencia en las actitudes y
disposiciones de los actores con respecto al tema) de empresarios, técnicos y
trabajadores sobre la incorporación de tecnología al proceso productivo. Ese factor, de
innegable incidencia en la modificación de las condiciones de competitividad de nuestros
países, genera imágenes sociales diversas y contradictorias, según el grupo social que
se examine.
Las representaciones de estos tres
grupos difieren en alto grado entre sí (especialmente, las de empresarios y dirigentes
sindicales). Entre los empresarios prevalece una visión optimista de la modernización
tecnológica, no perciben mayores problemas en la organización del trabajo y en las
condiciones de vida del obrero (salvo un mayor desempleo, al que asignan carácter
temporal), y no están dispuestos a ensayar formas de coparticipación en la empresa,
exigiendo del Estado condiciones económicas que auguren la rentabilidad de la inversión
en nuevas tecnologías18.
En la visión de los dirigentes sindicales y, en menor grado, de los técnicos y
profesionales, se espera que el Estado actúe como garante de las "responsabilidades
sociales" que signifique el cambio tecnológico; reclaman su derecho a participar en
la gestión de la empresa y cuestionan las motivaciones del sector empresarial.
En ese tipo de contextos, resultaría
muy conveniente poder llevar a cabo estudios relativos a las imágenes y actitudes que
acompañan los procesos de integración regional, la vinculación económica hemisférica
y la inserción internacional de América Latina y el Caribe, junto a las percepciones
predominantes sobre los aspectos más destacados de la globalización y su incidencia para
la región.
iii. Mejorar el conocimiento de los
componentes culturales de las relaciones internacionales y transnacionales para optimizar
la política externa
Se requiere contar con un panorama
preciso de los componentes culturales de las relaciones interestatales y transnacionales
para evitar peligros y optimizar oportunidades. Entre los primeros, existe el riesgo que
las políticas exteriores de América Latina y el Caribe se inserten o adquieran
conflictos de base cultural que no les competen y que pueden perjudicar sus relaciones
políticas y económicas con otros Estados y regiones.
Tal podría ser el caso, si se
siguiera el rumbo de colisión que plantea, por parte de algunas potencias occidentales,
la voluntad de imponer autoritariamente el modelo de modernización neoliberal y
democracia representativa (y volvemos a Huntington) en Asia, el mundo islámico y parte de
Africa. Prudencia y mesura aparecen aquí como virtudes cardinales para compatibilizar una
justa y legítima necesidad de impulsar valores universales (ej.: los derechos humanos)
con la interferencia coactiva y, aún con el empeoramiento de los problemas -por
desconocimiento de la dimensión cultural- allí donde se impulsan acciones animadas de la
mejor buena voluntad.
iv. La diversidad cultural constituye
una riqueza
La muy limitada y determinante
visión que prevalece en el ámbito del pensamiento y la praxis económica ha tendido a
marginar, hasta poco tiempo atrás, la incidencia de los factores culturales en la
utilización de la rica diversidad cultural de América Latina y el Caribe: en la
percepción de los costos y beneficios, en la ética empresaria, en las relaciones
interpersonales y en la construcción societal de condiciones satisfactorias de
competitividad.
La política exterior tendrá que
defender la especificidad frente a las corrientes homogeneizadoras externas en el plano
político y económico, y construir un discurso y práctica con viabilidad y legitimidad.
Sus elementos fundamentales serían el derecho y la necesidad de respetar la diversidad y
tener en cuenta que las características y situaciones nacionales son una condición
necesaria para, entre otras, emprender con éxito procesos de modernización social y
productiva.
v. Aprovechar mejor las subculturas
profesionales
Asimismo, la multiplicidad cultural
contemporánea conduce a la generación (o al menos, a la profundización y ampliación)
de subculturas profesionales. Tal es el caso, por ejemplo, de las subculturas
transnacionalizadas de los diplomáticos y funcionarios internacionales, los
intelectuales, los empresarios y financistas. Todas esas subculturas funcionan como redes
animadas de sus propios códigos y normas, constituyendo otras tantas herramientas de la
política nacional y regional.
vi. Ampliar la participación en las
decisiones y procesos de cambio económico y político al mayor y más variado espectro de
actores
Si se desea intervenir con
posibilidades de cierto éxito en los juegos de competitividad darwiniana que caracterizan
al actual paradigma económico, tanto las sociedades industrializadas como aquéllas en
desarrollo requieren que la construcción de esas condiciones se realice evitando que
sólo participen las élites tecnocráticas y políticas. Se necesita que a los nuevos
escenarios de las "sociedades de la comunicación" y las "sociedades del
conocimiento" se sume el mayor número posible de ciudadanos, ampliando la cobertura
de los mecanismos de información, comunicación y socialización entre los miembros de
nuestras sociedades19,
de manera tal de poder incorporar los nuevos conocimientos a los procesos productivos en
todos los niveles de la economía.
1 Moneta, Carlos (1995).
2 García Candini (1995).
3 Tomassini, L., Moneta, C. y Varas,
A., (1991).
4 Calderón, F., Hopenhayn, M. y
Ottone, E., (1993).
5 Moneta, C., (1995).
6 Matlelart y Hamelink, C., (1983);
Hamelink (1983); Yoshimoto, M. (1989); y Hannerz V. (1989).
7 Appadurai, A., Fox, R. (1990).
8 Ibid.
9 García Candini, N. (1995).
10 García Candini, Nestor (1995).
11 Ibid.
12 Datos del "World Communications
Report" citados por la UNESCO (1990).
13 Cohen, y Arato, (1996) y García
Candini, N. (1995).
14 Moneta, C. (1995).
15 Tomassini, L., Moneta, C. y Varas,
A. (1991).
16 Cohen, J. y Arato, A. (1996).
17 CEPAL, (1995).
18 CEPAL, (1995).
19 F, Hopenhayn, M. y Ottone E.,
(1993); y Durston J., (1993).