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consultado junio 14 de 2000

 

Globalización, inserción e integración: tres grandes desafíos para la región
(SP / Di Nº 8-2000)

Junio 2000.

Secretaría Permanente del SELA.

El presente documento contiene la versión revisada de la ponencia del Dr. Juan Mario Vacchino, Director de Desarrollo de la Secretaría Permanente del SELA, en el Seminario-Taller sobre Negociaciones Comerciales Multilaterales, que tuvo lugar en la sede de la ALADI en Montevideo, del 24 al 26 de mayo de 2000.

 

Dicho Seminario-Taller fue organizado por la Secretaría Permanente del SELA conjuntamente con la Secretaría General de la ALADI y contó con los auspicios de la Comisión Europea y del Parlamento Latinoamericano y estuvo dirigido a los países del MERCOSUR y Chile, en ejecución del Proyecto “Comisión Europea-SELA: Capacitación de Recursos Humanos”.

 

Esta ponencia, titulada “Globalización, inserción e integración: tres grandes desafíos para la región”, se compone de tres partes: en la primera se analiza el acelerado proceso de globalización; en la segunda se examina el comportamiento de los países de la región en la pasada década de los noventa y en la tercera se incluyen consideraciones sobre las potencialidades de la integración regional frente a los desafíos que presenta el actual contexto mundial a América Latina y el Caribe.

 

 

 

1. Importancia de las relaciones externas para la región

 

Con el proceso de globalización, se ha acentuado la importancia de las relaciones externas de América Latina y el Caribe, que han sido tradicionalmente decisivas para su desarrollo. Ellas condicionan de manera más determinante todavía el diseño de las políticas internas. En lo económico inciden en las políticas fiscales y monetarias, en los impuestos y los subsidios, en las condiciones de competencia, las prácticas laborales y los planes de promoción del desarrollo. Más en general, impactan sobre campos tan diversos como el ámbito de competencia del Estado, la propiedad intelectual, la administración de justicia, la participación de la mujer, la protección del medio ambiente, la lucha contra la corrupción y la gobernabilidad.

 

Como consecuencia, las políticas y acciones que se consideraban potestad exclusiva de los Estados nacionales deben ahora contar con la aceptación de la comunidad internacional y a menudo su aplicación debe negociarse con quienes tienen mayor gravitación en ella.[1]

En esta presentación se hacen algunas reflexiones generales sobre las características del comportamiento regional frente a tres grandes desafíos, íntimamente relacionados entre sí: cómo enfrentar la globalización, cómo lograr una inserción adecuada en la economía mundial y cómo profundizar el proceso de integración entre los países de la región en esta fase de acelerada globalización de las relaciones económicas y sociales, a escala planetaria.

 


[1] Secretaría Permanente del SELA: "Reflexiones sobre la dinámica de las relaciones externas de América Latina y el Caribe", Revista Capítulos del SELA, Nº 55, enero-abril 1999, p.7.

 

2. El proceso de globalización

 

Existen diversos significados para el concepto de globalización, aunque en general expresan coincidentemente la creciente importancia de los aspectos económicos, sociales y culturales de alcance mundial respecto de aquellos de naturaleza nacional o regional y subrayan el carácter dinámico y comprensivo del concepto.

 

Aunque no es un fenómeno nuevo, los avances registrados en las áreas de las comunicaciones y la información, y en la tecnología aplicada a las mismas, así como los cambios que se han verificado en las nociones sobre el tiempo y el espacio, proximidad y lejanía, tienden a darle nuevas connotaciones y dimensiones que podrían representar transformaciones cualitativas sobre sus alcances en el pasado.

 

2.1 Dimensiones y alcances de la globalización

 

Se presenta a la globalización como un fenómeno histórico inevitable, como una fuerza profunda, que va más allá de sus características puramente económicas. En una perspectiva histórica más amplia, es la coronación de un proceso que se iniciara con los viajes del descubrimiento de América y las rutas hacia el Asia y las Indias, que marcaron la expansión de la economía, la cultura y el poder del Viejo Continente.[1]

 

Existe un abanico de expresiones y de contenidos que se utilizan para caracterizar los numerosos aspectos que están presentes en el concepto de globalización; incluso, según el énfasis que se ponga y el orden de prelación que se asigne a sus variados componentes, es posible registrar al autor entre los que tienen una percepción optimista o pesimista de la situación. Pero, ya nadie duda de la importancia y permanencia del fenómeno.

 

En síntesis, se puede considerar a la globalización como una sumatoria de los siguientes componentes:

 

a) Un fenómeno con historia que, como dice Aldo Ferrer, "tiene exactamente una antigüedad de cinco siglos", al remontar su inicio a los grandes viajes de la última década del siglo XV[2].

b) Un proceso que si bien está presente a lo largo del desarrollo capitalista, sólo recientemente se torna en la modalidad dominante, de manera que "el capitalismo del siglo XXI será el de la globalización"[3]; para algunos supone, además, un cambio de época.[4]

c) Un fenómeno multidimensional y de naturaleza compleja: económica, política, social y cultural, que se diferenciaría, por eso mismo, del concepto de "mundialización", centrado en los aspectos económicos, que se difundiera unas décadas atrás, sobre todo entre los autores franceses.

d) Un proceso intenso, pero parcial, heterogéneo y desequilibrado, que tiene un núcleo globalizador de carácter tecnológico y económico, abarcando las áreas de las finanzas, inversiones, comercio, producción, servicios e información y que ha avanzado más rápidamente en algunos campos y en forma más lenta en otros.[5]

e) Un fenómeno que transmite la convicción de que cualquier intento de desacoplarse de él está condenado al fracaso. Existe una suerte de “déficit ideológico”, resultante de la ausencia de modelos alternativos que luzcan viables en el contexto del proceso de globalización.[6]

f) Un proceso que califica, por su importancia, a la fase actual del desarrollo del sistema capitalista; aunque cabe destacar, como dato ciertamente peculiar, que aún hoy el comercio y la inversión internacionales son notablemente menores que el comercio interno y la inversión nacional. El mundo sólo exporta entre 15 y 20% de lo que produce anualmente, en tanto que la inversión directa extranjera representaba el 6% de la inversión total y equivalía en 1996 al 1.2% del PIB mundial.[7] Sin embargo, se debe aceptar que la importancia de lo local frente a lo global es, por una parte decreciente, y por la otra, más válida para los países industrializados; en cambio, la vulnerabilidad de lo local frente a lo global es, precisamente, una característica de la globalización en los países en desarrollo.

 

Esta enumeración de los diferentes caracteres que se asignan a la globalización, ofrece una perspectiva bastante amplia de sus alcances y obviamente también de sus posibles consecuencias, fastas y nefastas.

 

2.2 La globalización: proceso e ideología

 

La globalización, según se ha destacado precedentemente y en tanto que proceso socioeconómico, pertenece al mundo de los fenómenos reales, pero también se incluye en el mundo de las ideologías. En este último sentido, aparece como una construcción ideológica que defiende los logros, impulsa las estrategias y difunde las virtudes de la globalización. La ideología de la globalización, como no podía ser de otra manera, obedece a intereses y tiene también sus ideólogos, seguidores y dispositivos propagandísticos de captación.


Esta ideología enaltece el fundamentalismo del mercado, exalta la libertad de
comercio, impulsa el flujo libre de los factores de la producción (excepción hecha de la mano de obra, que continua sometida a numerosas restricciones de diverso tipo), propugna el desmantelamiento del Estado, asume la monarquía del capital, promueve el uso de las nuevas tecnologías, favorece la homologación de las costumbres y la imitación de las pautas de consumo y fortalece la sociedad consumista.


En este sentido, sus partidarios han sido muy exitosos como propagandistas, pues han logrado convencer de las bondades de la globalización incluso a quienes son potencialmente sus víctimas. Con sagacidad han defendido la idea de que lo que conviene a los grupos dominantes de los países industriales conviene a todos, como si la globalización no tuviera ganadores y perdedores.

 

En el otro extremo del prisma están los que se oponen frontalmente al proceso de globalización, formando un frente muy heterogéneo, pero, en cierto modo efectivo, como se demostró en Estados Unidos, en las recientes reuniones de la OMC en Seattle y del FMI y el BM en Washington. La parte más lúcida no se opone a la globalización como tal, sino a la que da prioridad al comercio sobre todo lo demás y que estaría al servicio de las grandes corporaciones transnacionales. Otros se oponen por razones sectoriales, para limitar el desplazamiento de empresas e inversiones y otros más por el daño que podría causar al medio ambiente grupos empresariales fuera de todo control estatal.[8]

 

En suma, para mejor comprender la realidad de la globalización parece necesario, tomar distancia tanto de los excesos panegíricos del pensamiento liberal, que se ha apropiado del término y de los avances tecnológicos que le dan soporte, como de las reacciones contra esa ideología. Ellas llevan, en sus formas extremas, al defecto contrario, como es imputarle a la globalización muchas de las deficiencias y limitaciones que están presentes en su desarrollo, pero que obedecen a problemas estructurales que la trascienden, como la pobreza o la degradación del medio ambiente.

 

2.3 Efectos de distorsión en la globalización

 

Se atraviesa por un momento en que parece posible la consolidación del espacio económico con una dimensión planetaria.[9] Pero, con la unificación del mercado y la abolición de barreras se están eliminando también, como uno de los efectos no deseados, los mecanismos que proporcionaron diversas formas de amparo y estímulo a los sectores más débiles, en el marco de sociedades nacionales que parecían ser dueñas de sus propios destinos y con capacidad para regular y encausar los acontecimientos sociales que se desarrollaban en su seno.

 

Actualmente, en el plano económico se observa que la competencia pasa a ser la fuerza central de un mundo crecientemente interdependiente, que se debería reflejar en mayores niveles de productividad y eficiencia. Pero, la competencia es siempre un juego que, sin ser de suma cero, tiene sólo algunos que son ganadores o que ganan más que otros.[10] Están también los otros, los que ganan muy poco y los que incluso están amenazados de no poder participar en el juego: la amenaza de marginalización y exclusión se cierne no sólo sobre regiones, países y continentes del tercer mundo, lo cual es bien explicable históricamente, sino también sobre sectores sociales y regiones importantes de los propios países industrializados. Parecería que ni aún en el centro del sistema se ha logrado compatibilizar la libre competencia con la solidaridad.[11]

 

El temor a un futuro incierto, a un mundo que no se sabe como será, que se supone que proporcionará más riqueza y bienestar, pero que en términos concretos e inmediatos se manifiesta con amenazadores nubarrones de desocupación, pérdida de beneficios sociales, riesgos de quedar con una vejez desprotegida ante la quiebra de los sistemas de seguridad social y asistenciales existentes, especialmente en los países periféricos.

 

Hasta ahora, la transición en el predominio de las economías nacionales a la economía global ha resultado errático y también traumático. Según Lester Thurow, “el mundo va a tener una economía global sin un gobierno global, lo que significa una economía global sin reglas acordadas capaces de hacerse cumplir, sin guardianes de comportamientos aceptables y sin jueces o jurados a quienes acudir si se piensa que no se está haciendo justicia”. No existen reglas claras para manejarse en la economía global ni instituciones capaces de organizarla. [12] En el mismo sentido, George Soros afirma: "Tenemos una economía global sin tener una sociedad global. La situación es insostenible", aunque corregible.[13]

 

2.4 La crisis asiática y sus consecuencias sobre el resto del mundo

 

El cambio más sorpresivo en la economía mundial de los últimos años vino de la región asiática, que en menos de seis meses pasó de ser la región de mayor crecimiento mundial a ser el punto de partida de la crisis financiera y de la recesión internacional que se continúa padeciendo. El proceso se inició en julio del 1997 en Tailandia y rápidamente se fue extendiendo a otros países del Asia primero y de otras partes del mundo después.

 

La diseminación de la crisis se llevó a cabo por dos canales: uno de ellos, de carácter físico, al deprimir el mercado de productos básicos del mundo y reducir los precios de las exportaciones de muchos otros países; a la vez, que tornaba más competitivos los productos asiáticos, por la devaluación de sus monedas. El otro canal, más psicológico, resultó de la acción de los mercados internacionales. Los distintos y sucesivos contagios tienen en común “el mismo vuelco brutal de la confianza de los inversores, que se traduce en una ruptura de los flujos de financiamiento externo y en la incapacidad de hacer frente a los compromisos a corto plazo (crisis de liquidez)”.[14]

El impacto de la crisis financiera, su amplitud y extensión sorprendieron incluso a los organismos financieros internacionales. Asimismo, su magnitud subrayó los riesgos sistémicos asociados con la globalización. Estas crisis financieras envuelven un número elevado de factores, agentes, mercados e interacciones, lo cual dificulta hacer un pronóstico adecuado de su intensidad, amplitud y duración, e impide por lo tanto intervenir en los mercados con la debida anticipación. Además, las expectativas de los agentes de mercado desempeñan un papel fundamental en la generación, duración y difusión de las crisis. En tales circunstancias, la misma intervención de los organismos financieros que debían liderar la ayuda a los países en crisis ha terminado por agravar el fenómeno.

 

Este proceso condujo a una reducción a la mitad del ritmo de crecimiento del comercio mundial y a un debilitamiento del crecimiento económico mundial, el cuarto ejemplo de recesión global en los últimos veinticinco años. Sólo Estados Unidos, entre las economías industrializadas, ha presentado un desempeño económico plenamente satisfactorio en los noventa, a pesar de una corta recesión en los primeros años. El crecimiento ininterrumpido de la economía estadounidense desde marzo de 1991, con los niveles más bajos de desempleo de los últimos veintiocho años y con precios estables, constituye un hito en su historia económica. De hecho, la economía de los Estados Unidos se ha visto beneficiada por el efecto depresor que ha tenido la crisis asiática sobre el precio de los productos básicos, entre ellos los energéticos, y de los productos manufacturados, lo cual aminoró considerablemente las presiones inflacionarias.

 

En el otro extremo se sitúa la economía japonesa, que a pesar de una importante recuperación en 1996 ha presentado un crecimiento promedio en los noventa que no supera 1%, y que contrasta con el promedio de 4% en los ochenta. La caída de la actividad económica japonesa se sumó a la recesión de los demás países asiáticos, lo que determinó la retracción de la demanda para un gran conjunto de productos básicos.

 

Los países de la Unión Europea, a su vez, han mantenido un crecimiento mediocre que no alcanza el 2% en la década, inferior a un 2,4% logrado en los ochenta. No obstante, dada la gravitación del comercio europeo en el crecimiento de la actividad económica de la Unión Europea, su desempeño económico no fue afectado por la retracción de la demanda asiática.[15]

En suma, como se considerará posteriormente, fueron los países en desarrollo, y en especial los países de la región, los que se vieron más afectados en su desempeño económico.

 

2.5 La gobernabilidad del sistema mundial: de Seattle a Bangkok

 

Las sucesivas crisis han generado una amplia discusión sobre el papel y las modalidades de intervención del FMI y sobre los medios de prevenir y combatir, llegado el caso, la inestabilidad financiera internacional. Surgió entonces la propuesta de una «nueva arquitectura financiera internacional», que se debería plasmar, en particular, en una vigilancia reforzada de las instituciones involucradas en los flujos financieros internacionales (mediante la instauración de normas contables y de controles), en una mejora de los dispositivos de control prudencial que rigen los sistemas financieros nacionales y en una mayor transparencia de la situación financiera de los Estados y de los operadores privados.[16]

 

La Reunión Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), celebrada en Seattle en noviembre de 1999, había sido prevista como la oportunidad para el lanzamiento de las negociaciones comerciales multilaterales que anticipadamente se habían denominado la “Ronda del Milenio” y parecía conducir hacia la culminación del establecimiento de un nuevo orden económico internacional dominado por las doctrinas de libre mercado, articuladas en lo que poco después de la caída del Muro de Berlín se conoció como el “Consenso de Washington”.

Esta reunión terminó en un rotundo fracaso y no pudo producir siquiera una declaración que explicara lo sucedido. Las diferencias entre los países desarrollados; el reclamo de los países en desarrollo ante su exclusión en las negociaciones clave; y las protestas callejeras por parte de los grupos más disímiles, hicieron notar que las circunstancias no estaban maduras para el predominio de posturas que durante la década de los noventa parecían indiscutibles y avasallantes. El temor a nuevos enfrentamientos y fracasos, así como la posibilidad de un estancamiento en el comercio internacional, que pudiera afectar tanto a los países en desarrollo como a los desarrollados, condujo a que en la primera gran conferencia intergubernamental del siglo veintiuno, la UNCTAD X, realizada en Bangkok, Tailandia, privara un clima de mayor concordia.

 

El carácter no negociador (o meramente deliberativo) del foro de la UNCTAD, no disminuye la importancia del cambio de posición mostrado por los participantes en la reunión, lo cual resulta particularmente notable en el caso de los organismos multilaterales y los países más desarrollados. En laDeclaración de Bangkok, aprobada al concluir las deliberaciones, se destaca que “la mundialización conlleva también el peligro de marginación para los países, en particular los más pobres, y para los grupos más vulnerables de todo el mundo... Las asimetrías y los desequilibrios de la economía internacional se han intensificado. La inestabilidad del sistema financiero internacional sigue siendo un grave problema, que precisa atención urgente”.[17]

 

En términos más concretos, se subrayó la importancia de la dedicación a un sistema comercial multilateral que sea justo, equitativo y basado en normas y que funcione de forma no discriminatoria y transparente y de manera que resulte beneficioso para todos los países, en especial los países en desarrollo. Al respecto se identificaron como caminos, la mejora en el acceso a los mercados de bienes y servicios de particular interés para estos últimos, la aplicación de los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el reconocimiento pleno d el trato especial y diferenciado, según el nivel de desarrollo de los países. No obstante, subsiste la duda acerca de sí, en los hechos y en el terreno multilateral, se podrá pasar “de la globalización unilateral a la globalización compartida”.[18]

 


[1] Se presentó una primera aproximación al tema, en “La cuestión política y social en el proceso de globalización” (Notas para el análisis de un aspecto crucial y complejo del presente), abril de 1999 (SP/Di Nº 7-99).

[2] Ferrer, Aldo: "América Latina y la globalización", Revista de la CEPAL, Número Extraordinario, Octubre de 1998, p.155.

[3] Bresser Pereira, Luiz Carlos: "La reconstrucción del Estado en América Latina", Revista de la CEPAL, Número Extraordinario, octubre de 1998, p.106.

[4] Tomassini, Luciano: "El proceso de globalización y sus impactos socio-políticos", Revista Estudios Internacionales Nº 115, julio-setiembre 1996, p.318.

[5] Ver Bouzas, Roberto y Ffrench-Davis, Ricardo: "La globalización y la gobernabilidad de los países en desarrollo", Revista de la CEPAL, Número Extraordinario, octubre de 1998, p.126/7.

[6] Ver Bodemer, Klaus: "La globalización. Un concepto y sus problemas". Revista Nueva Sociedad Nº 156, julio-agosto 1998.

[7] Ver Bouzas y Ffrench-Davis, art.cit., p. 126/7.

[8] Véase la entrevista a Lori Wallach, que dirige la división "World Trade Organization", francamente opuesta a la globalización, en la organización de consumidores "Public Citizen" de Estados Unidos, en la Revista Dominial del diario “El País” de Madrid, 30 de abril de 2000.

[9] Como ya se ha tenido oportunidad de señalar en un trabajo anterior: "… pareciera que nunca antes se ha avanzado tanto en la tendencia a la mundialización, como expresión del desarrollo acelerado y unificado del sistema capitalista a escala planetaria" (Vacchino, Juan Mario: "En la era de la globalización. Espacios y opciones de integración", Revista Capítulos del SELA Nº 45, enero-marzo 1996, p.75).

[10] Ricupero, Rubens “La economía mundial y el papel de la UNCTAD”, Revista Capítulos del SELA Nº 45, enero-marzo de 1996, p.19.

[11] Señala Michel Camdessus, en “Vivir en la ciudad global”, que algunos acontecimientos a comienzos de la década, parecían estar anunciando "…un mundo futuro unificado, caracterizado por una economía a escala planetaria, más habitable para los hombres, lo que justificaría que un gran soplo de esperanza reinara en el mundo. Sin embargo, el mundo se halla sumido en un mar de dudas; se encuentra en busca de orientación; ha respondido de manera muy desigual a las esperanzas de esta última mitad del siglo; ha quedado agotado en la carrera que media entre la miseria y el desarrollo; reina el miedo", Revista Capítulos del SELA Nº 45, enero-marzo de 1996, p.9.

[12] Citado por Eduardo Mayobre en “El sistema financiero, su impacto sobre América Latina y el Caribe”, Secretaría Permanente del SELA, mayo de 2000 (versión preliminar).

[13] Soros, George: "La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro", Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1999.

[14] Secretaría Permanente del SELA: América Latina en la crisis financiera internacional, Revista Capítulos del SELA 58, mayo-agosto de 1999, p.36.

[15] Ver Ventura-Dias, Vivianne: "Vulnerabilidad, la otra cara de la apertura económica", Revista Capítulos del SELA, Nº 56, mayo-agosto 1999, p.107.

[16] Ver Secretaría Permanente del SELA: "Entre Seattle y Bangkok. Apuntes complementarios en torno a la UNCTAD X" (SP/Di Nº 2-2000).

[17] Ver el texto de la “Declaración de Bangkok”, aprobada por aclamación en la UNCTAD X, en la Revista Capítulos del SELA Nº 58, enero. abril de 2000..

[18] Ver Mayobre, Eduardo: “El espíritu de Bangkok. De la globalización unilateral a la globalización compartida”, Revista Capítulos del SELA Nº 58, enero. abril de 2000.

 

3. El desempeño de la región en la última década

 

¿Cómo enfrentó la región las nuevas circunstancias? ¿Qué pasos se dieron para superar las limitaciones del pasado y acomodarse al nuevo paradigma neoliberal?

 

Antes que nada, se debe reconocer que los cambios no llegaron sólo por el empeño y la decisión de los países de la región o por el camino de las negociaciones entre gobiernos para establecer nuevas reglas del juego y propiciar un nuevo orden económico internacional. Más bien ellos fueron el resultado de la acción y el efecto combinado de la crisis de la deuda externa padecida por la región durante la década de los ochenta, de la condicionalidad impuesta por los organismos financieros internacionales y la influencia determinante y poderosa del pensamiento neoliberal, asociada con el proceso de globalización y nueva expansión del capitalismo.

 

3.1 Reformas, apertura externa, crecimiento y crisis

 

En la década de los noventa los países de América Latina y el Caribe iniciaron o profundizaron una serie de reformas institucionales de carácter interno y de alcance internacional. Ellos se incorporaron o incrementaron su participación en organizaciones tales como la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el Acuerdo Multilateral de Garantías de Inversión (MIGA), y algunos lo hicieron en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). A nivel hemisférico y regional celebraron acuerdos de integración o de libre comercio que han fomentado el comercio internacional y las corrientes recíprocas de inversiones.

 

Entre las reformas a las políticas nacionales, el traspaso de empresas del sector público a empresas privadas nacionales e internacionales, que se inició como una modalidad de reducción de la deuda externa (por la vía de conversión de deuda en capital) y de reducción del déficit fiscal, se transformó en uno de los pilares de las reformas estructurales promovidas en la región. Entre 1985 y 1992 se privatizaron en América Latina y el Caribe más de dos mil empresas públicas en áreas diversas tales como bancos, seguros, telecomunicaciones, aerolíneas, carreteras, puertos, electricidad, servicios sanitarios, petróleo, minería y comercio. En el período 1990-1997 se realizaron operaciones de privatización por un monto de 97.193 millones de dólares. Asimismo, mediante modificaciones legislativas muy favorables se abrieron a la inversión privada directa, especialmente extranjera, sectores anteriormente reservados al Estado y se establecieron diversas formas de relación entre el sector público y los particulares que favorecían la participación privada en nuevas áreas.[1]

 

La apertura al comercio exterior fue una de las políticas de mayor impacto para el funcionamiento de las economías de la región y para su inserción en los mercados internacionales. La rebaja de los niveles arancelarios y la simplificación de la estructura tarifaria -de manera unilateral- por casi todos los países de la región estuvo acompañada por la eliminación de prohibiciones y restricciones cuantitativas, y condujo a una dinamización tanto de las exportaciones como de las importaciones. Se logró, incluso, en relación al comercio intrarregional, recuperar y superar los niveles anteriores a la crisis de la deuda externa de los años ochenta.

 

Las exportaciones reales alcanzaron su tasa de crecimiento más rápido (8.9% entre 1990 y 1999), que se explica en gran parte por la expansión de las exportaciones mexicanas (13.7% anual). Al respecto, parecería claramente diferenciados dos patrones de especialización: por un lado México y algunos países centroamericanos y caribeños que han venido ampliando sus exportaciones en renglones que son dinámicos en el contexto de los países desarrollados y por el otro, los países sudamericanos que han acentuado su dependencia de productos que tienden a perder participación en las importaciones de los países desarrollados.[2]

 

El comportamiento económico de los países de América Latina y el Caribe cambió en forma significativa durante la década de los noventa, respecto de lo que había sucedido en la década anterior. Ello se reflejó en mayores tasas de crecimiento y menores niveles de inflación, en un importante incremento de las exportaciones[3] y de la entrada de capitales externos, acompañados con políticas de disminución del déficit fiscal y de estabilización monetaria.

 

La tasa de crecimiento promedio anual del PIB de la región fue de 3.3% y la del producto por habitante de 1.7% durante 1991-1998. Sin embargo, en este último año, particularmente durante el segundo semestre se volvió a poner de manifiesto la vulnerabilidad de los países de la región ante las fluctuaciones de la economía internacional y los movimientos erráticos de capitales.

 

Sin duda, el costo de la crisis financiera internacional para América Latina y el Caribe ha sido muy alto. Ella se manifestó en dos etapas: una primera, de corto plazo e inmediatamente vinculada a las turbulencias monetarias y financieras que se originaran en Asia, que afectó su capacidad de atraer capitales externos y perturbó gravemente los mercados bursátiles y las políticas monetarias. La segunda, de mediano y largo plazo, sujeta en parte a la velocidad de la recuperación de las economías asiáticas, está incidiendo sobre las corrientes de exportación y los términos del intercambio de la región.[4]

 

El impacto de ambas etapas, aunado a la recesión global, se evidenció en el descenso del ritmo de crecimiento de la región. La tasa promedio fue en 1998 de sólo de 2.1% (contra 5.4% en 1997). Una vez más la región se volvió a alejar del ritmo de crecimiento necesario para reducir la brecha con los países desarrollados, lo cual requeriría, según estimaciones de la CEPAL, un aumento anual del ingreso por habitante de 4%. Para lograrlo se necesitarían crecimientos del PIB cercanos al 6% anual, tasas de inversión del 28% del PIB, tasas de ahorro nacional del 25%, para evitar los riesgos de una excesiva dependencia del ahorro externo y una expansión de las exportaciones entre 10 y 12% anuales, que supera sensiblemente al dinámico comportamiento de las exportaciones durante la década de los noventa.[5]

 

La difícil situación financiera internacional ha seguido siendo el factor dominante de las tendencias económicas de la región, aún dos años después de declarado el "contagio". El brusco descenso que se produjo a finales de la década en la entrada de capitales, las importantes erogaciones al exterior por concepto de intereses y dividendos, la caída del comercio intrarregional y el bajo precio de los productos básicos (con la excepción del petróleo), dieron como resultado una transferencia neta de recursos al exterior, por primera vez en la década de los noventa y un crecimiento nulo del PIB en 1999. El efecto fue especialmente negativo para Sudamérica, aunque México y la mayoría de los países de Centroamérica y del Caribe, que mantienen estrechos vínculos con la próspera economía de Estados Unidos mostraron un crecimiento moderado e incluso alto.[6]

 

3.2 La democracia como soporte esencial

 

Se puede señalar, con bastante certeza, que un soporte esencial para que en la última década se pudieran recorrer nuevos caminos ha sido la recuperación democrática en toda la región. Incluso, no es osado señalar que la década de los ochenta, calificada como la “década perdida” ha dejado como legado la reconquista de la democracia, como forma de gobierno y valor fundamental.

 

Es más, los profundos sacudones sufridos recientemente en la región por la crisis asiática, que potenciaron los efectos negativos de las políticas adoptadas anteriormente, ocurrieron cuando todavía se soportaban las penurias de una política de apertura unilateral e indiscriminada al exterior, que no dejó de intensificarse con el tiempo. Los ajustes económicos han acrecentado las penurias de millones de latinoamericanos que en distintos países manifestaron su protesta y desesperación a un nivel político general.

 

Desde luego, hay una diferencia importante con el pasado: los críticos episodios políticos vividos por distintos países de la región, hubieran sido interpretados por sus militares como claras manifestaciones que los convocaban a tomar el poder en los diferentes países. Hoy en cambio, son los propios mecanismos institucionales democráticos los que encuentran las fórmulas adecuadas para dar soluciones constitucionales a los cruciales problemas vividos. Al respecto, se debe reconocer que ello se ha podido verificar gracias al nuevo contexto político que permiten y fomentan el regionalismo y la globalización.

 

Esto no puede sino redundar en un fortalecimiento de los movimientos sociales en el marco de la democracia. Sin embargo, su existencia y expansión, al margen de los partidos políticos, más allá de los cuestionamientos, sigue siendo un riesgo a futuro: el encuentro entre los que protestan y algún caudillo populista, que vuelva a ofrecer soluciones mágicas, para romper los moldes que deben propiciar la renovación en el marco de la continuidad constitucional, que siempre ha sido una esquiva realidad en el mundo latinoamericano y caribeño.

 

También se debería contabilizar en el haber de la globalización el soporte dado por el entorno internacional a la continuidad democrática y la amenaza de sanciones internacionales contra el "golpismo" y la violación de los derechos humanos en que incurrieran con tanta frecuencia los regímenes militares. Sin embargo, sería inocente suponer que muchos de los defensores externos de la democracia en la región tienen nuestras mismas preocupaciones. Pero eso es totalmente entendible: lo que tratan de preservar con la democracia es la paz social, que permite solucionar los conflictos dentro del marco legal; la existencia de gobiernos estables, que le den gobernabilidad al sistema y las condiciones generales que permitan hacer negocios y seguir llevando adelante el proyecto globalizador, actualmente en desarrollo.

 

Pero no se trata sólo de mantener la estabilidad constitucional, sino de darle la máxima eficacia y eficiencia posible. Alrededor de estas relaciones se han acuñado expresiones muy precisas y se han analizado las relaciones entre la gobernabilidad y el buen gobierno: Al respecto, Francisco Sagasti refiere ambos conceptos al "ejercicio eficiente, eficaz y legítimo del poder y la autoridad para el logro de objetivos sociales y económicos".[7]

 

Como condiciones del "buen gobierno" se deben establecer una relación "virtuosa" y un adecuado equilibrio, por definirse en función de criterios nacionales entre el aparato estatal, el mercado y la sociedad civil, subrayando la importancia, como valores esenciales, de la probidad, la decencia y la transparencia en la vida pública de las sociedades de la región. Ella se complementa y potencia con las funciones de la sociedad civil, para retroalimentar al gobierno en sus estrategias mediante el consenso indispensable a la estabilidad democrática y a la participación popular.[8]

 


[1] Telasco Pulgar, en “Las inversiones en la agenda comercial internacional”, señala la existencia de tres “oleadas” en las colocaciones de capital extranjero en la región: la primera correspondió a la transferencia de activos que eran propiedad de los Estados; la segunda, correspondió a la transferencia masiva de servicios públicos , particularmente a través de concesiones y la tercera (y más reciente) a las fusiones y adquisiciones de empresas privadas de capital nacional, en SELA: “El laberinto económico. La agenda de América Latina y el Caribe ante la crisis financiera internacional”, año 1999.

[2] Ver CEPAL: Equidad, desarrollo y ciudadanía, Informe al 28º Período de Sesiones, México, DF, 15 de marzo de 2000, p. 59.

[3] No obstante el esfuerzo exportador desplegado, la participación de América Latina y el Caribe en las exportaciones mundiales sigue siendo muy baja, apenas superior al 5%.

[4] Ver un amplio análisis de los “Impactos de la crisis financiera internacional en América Latina y el Caribe”, en la Sección I del libro del SELA: “El laberinto económico”, año 1999, pp. 15-128.

[5] Ver CEPAL, op. cit., p. 45

[6] Ver CEPAL, Notas de la CEPAL, Enero 2000, Nº 8.

[7] Sagasti, Francisco y otros: "Democracia y buen gobierno, Agenda: Perú", Lima, marzo de 1994, p. 19. También Sagasti, Francisco "El orden global fracturado emergente", en SELA: "Dinámica de las relaciones externas de América Latina y el Caribe", año 1998.

[8] Ver el Informe de la Secretaría Permanente del SELA: "El 'buen gobierno' y el fortalecimiento de la Sociedad Civil: Notas desde la perspectiva de América Latina y el Caribe", presentado a la Reunión del Comité Técnico del Grupo de los 24, Caracas, marzo de 1997.

 

 

4. Posibilidades para la región ante los desafíos de la globalización

 

Después de una década de haberse comenzado un pronunciado y creciente proceso de globalización y liberalización, es correcto afirmar que América Latina y el Caribe es una de las regiones que más ha experimentado los efectos de dicho proceso. A la complejidad de la adaptación a los cambios derivados de las transformaciones del sistema mundial se añadieron los cambios internos, llevados a cabo por los países de la región individualmente en respuesta a las nuevas condiciones externas, produciendo una serie de efectos de desestructuración y reestructuración en todos los niveles y sectores económicos y sociales, que han afectado una vez más la estabilidad de las sociedades de la región.

 

Cuando no se había concluido de absorber los fuertes costos del proceso de reforma económica, reajuste social y de apertura al exterior e inserción internacional, y cuando se esperaban recoger los frutos prometidos por los esfuerzos realizados para modernizar las economías, privatizando todo lo privatizable, restringiendo el juego de las burocracias estatales, promoviendo la competitividad aún a costa de incrementar el desempleo y las ocupaciones marginales, estallaron nuevas crisis que pospusieron, una vez más, el momento del disfrute.

 

En esta última situación se pusieron de manifiesto las debilidades del nuevo orden internacional “globalizado”, que fue incapaz de detener las acciones financieras especulativas y de controlar los desajustes estructurales internacionales. Y a pesar del comportamiento de los países de la región, que habían alcanzado en algunos casos las más altas calificaciones, que corresponden a los mejores alumnos de la clase, la especulación y la crisis financiera, comercial y social se instalaron en su seno y afectaron fuertemente a la más grande economía latinoamericana: el Brasil y por extensión a los demás países del MERCOSUR, generando conflictos comerciales y crisis de confianza entre los socios, que se encuentra en vías de superación.[1]

 

4.1 Asignaturas pendientes: educación, empleo, pobreza

 

El impacto de los procesos de apertura y globalización presentan, sin duda, aspectos positivos como la difusión de nuevos valores, la defensa del medio ambiente, la protección a las minorías, la igualdad de géneros. Sin embargo, la difusión de modos masivos e indiscriminados de cultura y consumo que también vienen incluidos en el proceso, suelen involucrar aspiraciones insatisfechas y generar tensiones sociales de difícil solución, al menos para el grueso de las sociedades subdesarrolladas de la región.

 

Los efectos negativos de estos procesos se superponen a las profundas fallas estructurales en los países de la región, que se exteriorizan en una realidad secular de pobreza, exclusión social y desigualdad social. Si bien se logró una reducción gradual en los niveles de pobreza existentes en la “década perdida”, que descendió del 41% de los hogares en 1990 al 36% en 1997, el número de pobres se mantuvo por encima de los 200 millones de personas hasta 19997 y aumentó durante la crisis, en magnitudes todavía desconocidas”.[2] Cerca de la mitad, de ese total que no puede cubrir sus necesidades fundamentales, vive en la indigencia. Y esta realidad, obvia y lamentable, es estructural y no un simple producto de un fenómeno reciente.

 

En el caso de los países de la región, a las dificultades intrínsecas de la coyuntura, se añaden estructuras sociales muy inequitativas, que se expresan en indicadores de distribución de la riqueza mucho más desiguales que en el resto del planeta: por un lado, mientras la clase media representa entre un 50 y 60% de la población en los países industrializados, en América Latina es menos del 20% del total; por otro lado, en la región se incluyen los países con la mayor brecha de ingresos en el mundo: por ejemplo, en el caso de Brasil y Guatemala, el 10% superior de la población absorbe casi el 50% del ingreso nacional, mientras que el 50% inferior de la escala apenas gana algo más del 10%. En general, en toda la región. la brecha entre el 10% superior y el resto de la población refleja el lento y desigual progreso en el nivel y la calidad de la educación. Peor aún, la distancia entre el ingreso de profesionales y técnicos y el de trabajadores de menor calificación ha aumentado cerca de 50%, lo cual supone una fuerte concentración del ingreso en función del nivel de educación. Evidentemente, el desafío de la equidad en la región no se puede limitar a la reducción de la pobreza, sino que debe abarcar también la igualdad de oportunidades y la distribución del ingreso, mediante la adopción simultánea de políticas en las áreas demográfica, ocupacional y educacional.[3]

 

A pesar de los logros en materia de crecimiento económico, se han registrado en muy pocos países modestos avances en la reducción de la pobreza y persisten elevados niveles de desigualdad que han tendido a acentuarse, incluso, en casos con altas tasas de crecimiento. Tampoco se ha podido reducir la desocupación ni mejorar la calidad del empleo. El desempleo abierto se elevó en muchos de ellos, en tanto que aumentaba el empleo en actividades que tienen un reducido producto por persona. El 84% de los nuevos empleos se han generado en el sector informal, caracterizado por la baja productividad e ingresos.

 

Para amplios sectores de la población latinoamericana y caribeña ha sido y será imposible aprovechar las oportunidades de la apertura y la globalización, y aún simplemente usufructuar, en realidades limitadas el llamado "efecto de demostración", si no median políticas explícitas que refuercen la complementariedad entre transformación productiva y equidad, entre competitividad y cohesión social. El aprovechamiento de la globalización parece ser un lujo que está fuera del alcance del grueso de la población de los países en desarrollo.

 

Frente a los riesgos que se han ido subrayando, con un proceso de globalización que se transforma de fenómeno en ideología y genera políticas que actúan sobre la realidad y que no es funcional a los intereses de los países, el desarrollo con equidad y la política social deberían ser perseguidos con una visión integral, o sea, las políticas educativas, sociales, de salud y de empleo deben diseñarse en el marco de una política para el desarrollo humano integral. Si se desea consolidar la estabilidad democrática y las perspectivas de progreso económico, en el futuro inmediato se deberían poner en práctica políticas que contribuyan a acelerar el crecimiento e incrementar la inversión, que refuercen el vínculo con la generación de empleo y faciliten el acceso al capital, la tecnología y la organización empresarial a las pequeñas y medianas empresas, responsables de la mayor parte del empleo en los países de la región.

 

A pesar de sus dificultades, estos problemas serían relativamente superables si su solución no estuviera indisolublemente unida a los problemas y limitaciones estructurales de nuestros países: es muy difícil jugar a ser modernos y seguir utilizando los métodos más precarios para comunicarse, producir, resolver los conflictos y aspirar a estar incluidos en el mundo globalizado. Al respecto, no es fácil para los países de la región montarse en este viaje hacia la globalización con "handicaps" tan importantes como los que resultan de una insuficiente infraestructura, una administración pública que no concluyó su reestructuración, por lo que sigue siendo sobredimensionada e insuficiente a la vez y un sector empresarial que, en muchos casos, sigue percibiendo su actuación a partir del sostén y de la ayuda del Estado.

 

4.2 Potencialidades de la integración regional

 

Todos los países de la región, desde América Central y el Caribe al Cono Sur, han persistido, desde varias décadas atrás, en la búsqueda de los caminos adecuados para lograr grados crecientes de integración con sus vecinos y, más en general, han exteriorizado su voluntad y decisión para participar en un proyecto de integración para toda la región.

 

Como lo demuestran las diferentes experiencias de integración regional en Europa, el Asia-Pacífico e incluso en la región, son las relaciones comerciales y económicas con los países vecinos las que tienden a las mayores tasas de crecimiento y a las mayores incidencias relativas. En el caso europeo, que contribuye con un 36% al comercio mundial, el 60% de sus exportaciones son de carácter intra-regionales.[4] Aunque en otra escala, las exportaciones intralatinoamericanas, a nivel de las subregiones, han crecido con tasas elevadas y con una participación de manufacturas sustancialmente superior al comercio con el resto del mundo.

 

A partir de mediados de la década del ochenta y durante la última década, con la consolidación de la democracia en América Latina y el Caribe, que ha posibilitado un diálogo más franco y fructífero entre los diferentes países y sus sectores sociales, políticos, universitarios y culturales; la coincidencia de las políticas económicas nacionales en torno del reajuste, las privatizaciones, el rol del mercado y la apertura al exterior; y la percepción de que la integración resulta ser una adecuada plataforma para una mejor inserción en la economía mundial se hicieron posibles progresos considerables en los diferentes esquemas de integración de la región, particularmente en el MERCOSUR, que por sus dimensiones y sus logros se transformó en un ejemplo paradigmático de éxito.

 

Sin embargo, la crítica coyuntura internacional actual está desnudando numerosas debilidades de los diferentes procesos subregionales, por su sesgo comercialista. Se puede tener la convicción de que así como se han superado otras situaciones críticas, se encontrará el camino para seguir avanzando. Así quedarán superados devaneos como los que ahora preocupan a la región: ¿Con quién y cómo negociar? ¿Cómo afrontar los costos de la crisis de una manera solidaria y reduciendo al mínimo posible las fricciones y los perjuicios?

 

A la hora de hacer un balance de la situación, no deberían perderse de vista los éxitos logrados, especialmente en el caso del MERCOSUR, como: la transformación de relaciones de rivalidad y conflicto en relaciones de amistad y cooperación; los logros en materia de comercio e inversiones recíprocas; el mantenimiento de la continuidad constitucional en uno de sus miembros, estructuralmente afectado por casi cuatro décadas de gobierno dictatorial.

 

Aunque no se examinarán aquí las diferentes alternativas, el rumbo que, afortunadamente, han comenzado a seguir los gobiernos involucrados es la vía de la profundización, como única manera de que se proyecte hacia el futuro el MERCOSUR y con él la expectativa de que la región tenga en el concierto internacional una voz propia e independiente. En lo inmediato se trata de romper los círculos viciosos que genera la integración meramente comercialista, proponiéndose objetivos y acciones en otras materias, como la coordinación y armonización de políticas, el desarrollo de la infraestructura y la colaboración en otros campos de la integración cultural, social y científico-tecnológica. Pero, y sobre todo, dándole al proyecto integracionista una dimensión social y política de largo aliento.

 

De este modo se estará generando una nueva dinámica, más virtuosa, que responda a la naturaleza compleja del proceso de integración y a la necesidad de preservar lo que se denomina el "paralelismo" en la construcción de una Comunidad de Naciones y por sobre todo, que contribuya a la preservación de un principio esencial que se debe mantener, por encima de todas las circunstancias: la solidaridad, que es un concepto esencial para diferenciar a un proceso de integración verdadera de una simple articulación de mercados.

 

Como reflexión final, cabe señalar, que no obstante las promesas de los ideólogos liberales de la globalización, las perspectivas económicas mundiales son bastante inciertas y los desequilibrios, asimetrías e inestabilidades puestas en evidencia en la reciente crisis financiera, están afectando severamente a América Latina y el Caribe. Y aunque es evidente que tales efectos no son imputables sólo al proceso de globalización, es igualmente necesario hacer esfuerzos adicionales, a nivel de gobiernos, organismos y sociedades civiles para que, dentro de la región, se revisen las distorsiones del modelo de desarrollo adoptado y sus implicaciones sociales tan excluyentes y desfavorables y se encuentren los caminos que conduzcan a su superación.

 


[1] En nuevos escenarios y con otras dimensiones, se repite la oposición entre centro y periferia, desarrollo y subdesarrollo, como si resultara imposible a las sociedades humanas extraer lecciones de las experiencias pasadas y lograr un desarrollo solidario para toda la humanidad

[2] Ver CEPAL, op. cit., p.67

[3] Ver, sobre estos aspectos, BID: Informe de Progreso Económico y Social años 1998 y 1999 (versión incorporada en su sitio web). Ver también la presentación de José Antonio Ocampo, Secretario CEPAL, ante la Segunda Cumbre de las Américas, Santiago de Chile, abril de 1998 (versión incorporada en su sitio web).

[4] Ver Bouzas y Ffrench-Davis, art. cit, p.130.