http://www.cubaxxi.f2s.com/economia/cervantes_gil_reg_zardoya1_310301.htm Revista CUBA XXI consultado
oct.10/2001 Historia
universal y globalización capitalista Cómo se presenta y en
qué consiste el problema Rafael
Cervantes Martínez - Felipe Gil Chamizo Roberto Regalado Alvarez - Rubén
Zardoya Loureda La literatura al uso desborda en
signos de admiración por las trascendentes modificaciones que se operan en
la sociedad contemporánea. Una multiplicidad aparentemente inconexa de
términos --recién lanzados al mercado, resucitados o beneficiados por la
coyuntura-- da cuenta de esta admiración: "cambio civilizatorio",
"sociedad posindustrial", "sociedad posburguesa", "sociedad del
postrabajo", "revolución de los gerentes", "era tecnocrática", "era del
vacío", "postmodernidad", "fin de la historia", "mundialización",
"globalización" son algunos de ellos. ¿Qué les confiere unidad y los
convierte en momentos unilaterales de una misma concepción burguesa? Por
lo general, el desplazamiento o eliminación de las determinaciones de
clase, modo de producción y formación económico-social; en una palabra, el
rechazo a la concepción marxista de la historia. Con muy diversas acepciones, el
término globalización --muy discreto antes de la desaparición del
campo socialista-- es el más frecuentemente utilizado para hacer
referencia a la metamorfosis por la que atraviesa el modo de producción
capitalista. Aunque es posible clasificar las
teorías de la globalización a partir de las diferencias en los criterios
analíticos utilizados, no existen explicaciones siquiera mínimamente
consensuales de este término; a lo sumo, se encuentran diversas
elaboraciones que combinan --y, con frecuencia, confunden-- las causas,
expresiones y consecuencias del proceso histórico que se intenta designar
con su ayuda. No pocos autores renuncian a ofrecer una explicación
coherente de la transfiguración del mundo contemporáneo que vaya más allá
de calificativos tales como "complejo", "paradójico" o "contradictorio". A
ello suele asociarse la idea de que nos hallamos ante varias
"globalizaciones simultáneas", lo cual induce a la búsqueda de una
"definición general" mediante la combinación ecléctica de "definiciones
parciales". Estas definiciones no sólo ponen arbitrariamente el acento
sobre un momento unilateral de las transformaciones que tienen lugar a
ojos vistas en el capitalismo contemporáneo, asociadas al desarrollo de la
ciencia y la tecnología, el papel del mercado mundial, los flujos de
capitales, la flexibilización del proceso productivo, la erosión del poder
del Estado-nación o la "porosidad" de las fronteras, sino también
proyectan la imagen de un proceso inexorable en su forma capitalista,
fuera de la comprensión y el control de las naciones, las sociedades y los
seres humanos. Si diéramos crédito a buena parte de la literatura
contemporánea, tendríamos que llegar a la conclusión de que la
civilización de entre milenios se encuentra postrada ante la
Globalización: le rinde culto como a un dios, o invoca a otros dioses para
que protejan de ella a los mortales comunes. La mayoría de las
definiciones en boga conllevan la noción de que existe una tendencia hacia
la constitución de algún tipo de gobierno o autoridad capitalista
universal, dan por sentado que para consumar este proceso sólo se requiere
la conformación de un Estado mundial. La "globalización", nos aseguran,
ha hecho perder sentido a todos los aparatos categoriales --económico,
político, social e ideológico-- que articulaban el pasado inmediato, y ha
desplazado al ser humano del papel de protagonista de la historia. "El
mundo ya no es exclusivamente un conjunto de naciones, sociedades
nacionales, estados-naciones, en sus relaciones de interdependencia,
dependencia, colonialismo, imperialismo, bilateralismo, multilateralismo";
su centro "ya no es principalmente el individuo, tomado singular y
colectivamente, como pueblo, clase, grupo, minoría, mayoría, opinión
pública (…) De ahí nacen la sorpresa, el encanto y el susto. De ahí la
impresión de que se han roto modos de ser, sentir, actuar, pensar y
fabular". Las teorías sobre la "globalización" generalmente aluden a ella
como a un proceso que comienza con la súbita explosión del desarrollo
económico, científico y tecnológico experimentado por el capitalismo
durante las últimas décadas. Al comparar esta explosión con "las drásticas
rupturas epistemológicas representadas por el descubrimiento de que la
Tierra ya no es el centro del universo según Copérnico, el hombre ya no es
hijo de Dios según Darwin, el individuo es un laberinto poblado de
inconsciente según Freud",(1) Ianni --y no sólo él-- va aún más allá:
renuncia de manera explícita a considerar al capitalismo de nuestros días
como resultado de un proceso histórico susceptible de ser comprendido
científicamente. En uno de los estudios más
representativos de los puntos de vista predominantes sobre el capitalismo
contemporáneo, Los límites a la competitividad, publicado por el
Grupo de Lisboa, se identifican en la literatura existente siete "tipos de
globalización", con sus correspondientes teorías. Vale la pena
enumerarlas: 1) la "globalización de las finanzas y del capital",
que supone la desregulación de los mercados financieros, la movilidad
internacional del capital y el auge de las fusiones de las empresas
multinacionales; 2) la "globalización de los mercados y estrategias, y
especialmente de la competencia", basada en la unificación de
actividades empresariales, el establecimiento de operaciones integradas -y
de alianzas estratégicas a escala mundial; 3) la "globalización de la
tecnología, de la investigación y desarrollo y de los conocimientos
correspondientes", a raíz de la expansión de las tecnologías de la
información y la comunicación --consideradas como "enzima esencial"- - que
facilitan el desarrollo de redes mundiales en el seno de una compañía y
entre diferentes compañías (la globalización como proceso de
universalización del 'toyotismo' en la producción); 4) la
"globalización de las formas de vida y de los modelos de consumo"
(globalización de la cultura), asociada a la transferencia y el
trasplante de formas de vida dominantes, la "igualación" de los medios de
consumo, la transformación de la cultura en "alimentos culturales" y en
"productos culturales", la aplicación del GATT a los intercambios
culturales y la acción planetaria de los medios de comunicación, 5) la
"globalización de las competencias reguladoras y de la gobernación",
vinculada a la disminución del papel de los gobiernos y parlamentos
nacionales y a los intentos de diseño de una nueva generación de normas e
instituciones para el gobierno del mundo; 6) la "globalización de la
unificación política del mundo", asentada en la integración de las
sociedades mundiales en un sistema político y económico liderado por un
poder central; y 7) la "globalización de las percepciones y la
conciencia planetaria", derivada del desarrollo de procesos culturales
centrados en la idea de "una sola Tierra" y de movimientos que promueven
el concepto de "ciudadano del mundo". Como colofón, los autores declaran
que "ninguno de los anteriores tipos de globalización ilustra del todo
satisfactoriamente la naturaleza del proceso; de ahí que ningún
especialista pueda pretender estar más cerca de la verdad que los
demás".(2) A diferencia de estas visiones insatisfactorias, el Grupo de
Lisboa declara que su definición de globalización está muy cerca de la que
proponen McGrew y sus colegas: La globalización hace referencia a
la multiplicidad de vínculos e interconexiones entre los Estados y las
sociedades que construyen el actual sistema mundial. Describe el proceso a
través del cual los acontecimientos, decisiones y actividades en cualquier
lugar tienen repercusiones significativas en muy alejados rincones del
mundo. La globalización se manifiesta en dos fenómenos diferentes; el del
alcance (o extensión) y el de la intensidad (o profundización). Por un
lado, define una serie de procesos que abarcan la mayor parte del globo o
que operan a escala mundial; el concepto tiene, pues, una connotación
espacial. Por otro lado, también implica una intensificación en los
niveles de interacción, de interconexión o interdependencia entre los
Estados y sociedades que integran la comunidad mundial.(3)
Aunque, según estos autores,
"globalización no significa que el mundo venga a estar políticamente más
unido, ni que económicamente se haga más interdependiente o culturalmente
más homogéneo",(4) no cabe duda de que, también en este caso, nos hallamos
ante una de las tantas definiciones sincrónicas y asépticas de la
globalización "en general", que hacen caso omiso de la historia del modo
capitalista de producción, desligan el proceso en cuestión de las
necesidades de la reproducción del capital en cada etapa histórica
concreta de su desarrollo y se regodean en consideraciones abstractas
acerca de la "interacción", la "interconexión" y la propia
"interdependencia", con el consiguiente escamoteo de las relaciones de
dominación, subordinación y aplastamiento características del proceso de
expansión del capitalismo. Según el Grupo de Lisboa, "un nuevo
credo recorre el mundo": el de la competitividad, "un medio
convertido en fin y dotado del devastador sentido de confrontación y
aniquilación de los rivales", "una ideología que se instala, aún más allá,
en el santuario de lo incuestionable". La competitividad, se nos dice, es
una deformación grotesca y evitable de la competencia
(capitalista), considerada esta última como "una de las primeras causas de
movilización, creatividad e, incluso, de convivencia…"(5) La esencia del
problema radica en que la inexorable globalización capitalista de la
economía desatará fuerzas destructivas incontrolables hasta tanto la
humanidad no sea capaz de construir un "gobierno mundial eficaz" que
imponga límites a los desenfrenos de la competitividad. La tarea consiste
en alcanzar mediante la negociación, cuatro "contratos sociales
globales"(6) entre los representantes de los gobiernos, las empresas
transnacionales y la "sociedad civil mundial" (sic!), capaces de sentar
las bases de la institucionalidad global por construir, a saber, "el
contrato con las necesidades básicas", que garantice el suministro de agua
a 2500 millones de personas, alojamiento a 1500 millones y electricidad a
4000 millones; "el contrato cultural", que promueva la tolerancia y el
diálogo entre las culturas; "el contrato democrático", que elimine "la
creciente discrepancia entre un poder económico organizado a escala
mundial mediante redes globales de empresas y un poder político que sigue
anclado en el marco nacional", y "el contrato con la Tierra", llamado a
"acelerar la puesta en marcha de los compromisos y preceptos" adoptados en
la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992.(7)
No es nueva en la historia esta
postura teórica y práctica que explica el origen de las instituciones
sociales a través del establecimiento de "pactos" entre los hombres y
apela sin descanso a las buenas voluntades y las buenas razones, sin tomar
en cuenta las leyes inmanentes del proceso histórico, en este caso, de la
producción capitalista (en particular, la ley de la plusvalía). Los
espectros de Hobbes continúan haciendo de las suyas entre los
intelectuales burgueses, ahora "de forma globalizada". En condiciones en
que, bajo los efectos de una libertad incontrolada, el hombre continúa
siendo "el lobo del hombre" y la vida en sociedad se presenta aún como una
"lucha de todos contra todos", los individuos y grupos sociales no tienen
otra opción que la de ceder una porción de su soberanía a una autoridad
superior capaz de garantizar, aún a costo de la tiranía, las condiciones
indispensables para que los unos no terminen devorando a los otros. El
quid del asunto radica en la capacidad de negociación, de lograr un
consenso, pactar, suscribir compromisos (tanto más efectivos si son
refrendados por las leyes), de modo tal que se pueda alcanzar una forma de
organización social en la que, según palabras de Lenin, los lobos estén
hartos y las ovejas intactas. En el caso que nos ocupa, son enteramente
aplicables las célebres palabras del Manifiesto del Partido
Comunista referidas al socialismo burgués: Los burgueses socialistas quieren
perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y
los peligros que surgen fatalmente en ellas. Quieren perpetuar la sociedad
actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la
burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, se
representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El
socialismo burgués hace de esta representación consoladora un sistema más
o menos completo. Cuando invita al proletariado a llevar a la práctica su
sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo,
que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la
concepción odiosa que se ha formado en ella.(8) Una idea clave constituye el
cimiento de todas estas construcciones: el derrumbe del socialismo
eurosoviético ha devuelto a la historia su "cauce natural": el de la
ampliación indetenible --y deseable-- del "área geográfica del mercado" o,
sin eufemismos, el de la universalización del capitalismo. La
globalización, se nos instruye, constituye el fundamento inexorable del
"nuevo orden" "poscomunista" mundial. Vivimos en una "aldea global", vale
decir, en una comunidad capitalista mundial en proceso de armonización y
homogeneización, poblada por toda suerte de aparatos electrónicos que
acortan tiempos y distancias y univerzalizan las condiciones de vida y las
"fabulaciones" humanas. La aldea global viste, calza, come y sueña las
mercancías producidas en una "fábrica global", un universo de relaciones
capitalistas de producción cualitativa y cuantitativamente nuevas, que no
conoce departamentos estancos y ha recibido de una deidad ignota el
mandato de absorber los restantes modos de producción y organización
social. Las economías nacionales y los diversos sectores económicos se
convierten en talleres de esta fábrica, se "entrelazan" progresivamente y
revelan su carácter "complementario". Esta interpenetración favorece la
"movilidad de hombres y capitales", con los consecuentes beneficios en
términos de "libertad individual". Supuestamente, la apertura de la
competencia internacional es justamente lo que beneficia al mayor número
de empresas y de consumidores, independientemente de su procedencia
nacional, clasista o de cualquier otra índole. La "interconexión" de los
mercados financieros logra, incluso, cubrir el déficit de capital en los
países en que existe "un excedente de fuerza laboral", lo cual --repárese
en ello-- favorece su desarrollo. La prosperidad y estabilidad del mundo
capitalista desarrollado "se derrama" en las economías de los países
subdesarrollados que comercian con ellos, con lo cual se confiere un mayor
equilibrio al balance económico mundial. La producción y la circulación de
la riqueza se libran de las ataduras territoriales y de la soberanía de
los Estados nacionales, y un nuevo tipo de soberanía, basada en la
"cooperación", la "interdependencia", la "reciprocidad", la "cohesión" y
la "solidaridad", renace bajo la forma de la supranacionalidad. La
globalización, en fin, fomenta una significativa ampliación del "área de
la modernidad" y un aumento de la "sintonía" entre el mundo desarrollado y
el subdesarrollado. Parecería que el imperialismo --ese sujeto al que
debíamos y podíamos derrotar-- se ha esfumado y, en su lugar, ha aparecido
un sujeto nuevo e invulnerable, "la globalización". Se trata, insistamos,
de un proceso inexorable; todo intento de resistirse a él u orientarlo en
un sentido diferente constituye una quimera. Una "nave espacial" sin
piloto transporta a los habitantes del planeta hacia un sitio desconocido
y perdido en el cosmos. Las construcciones
científico-tecnológicas --basadas en el amontonamiento factográfico de los
más inverosímiles descubrimientos e innovaciones-- constituyen el
fundamento más generalizado de estas explicaciones. Ha llegado a
convertirse en un lugar común la deducción de todos los cambios que se
producen en la "aldea global" a partir del desarrollo de la ciencia y la
tecnología, consideradas, como norma, al margen del análisis de las leyes
sociales, en particular, económicas. De ciencia y tecnología se habla
independientemente de la reproducción del valor del capital y de las
clases sociales en pugna, en una palabra, de su forma específicamente
capitalista. Apenas se toma en consideración el hecho de que, en las
condiciones del modo de producción capitalista, la ciencia y la tecnología
no son otra cosa que capital en una de sus formas de existencia, ya
sea como mercancía o como capital productivo. Este determinismo
científico tecnológico omite el paso de la reproducción del capital
por las esferas mercantil y financiera, y ni siquiera atisba que, en lo
fundamental, son las contradicciones que se verifican en estas esferas las
que determinan la dinámica del desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Parecería que ambas figuras mitológicas van andando con sus propios pies y
que asistimos boquiabiertos a una carrera desenfrenada en pos de ellas.
Así las cosas, no sólo el individuo común y corriente debe ajustar sus
normas de conducta y su vida al poder impersonal de la ciencia y la
tecnología, sino también, y en no menor medida, los grandes dueños de este
planeta: los monopolios transnacionales. Esta consideración abstracta de la
ciencia y la tecnología --es decir, su consideración por sí mismas-- hace
pasar el crecimiento de la productividad del trabajo por crecimiento del
valor, otorga los atributos del valor de uso a la dialéctica del valor y
resulta incapaz de distinguir el proceso de trabajo del proceso de
valorización. No pasan de ser referencias externas las escasas alusiones
al hecho de que el desarrollo científico tecnológico se encuentra
monopolizado --y, por consiguiente, determinado-- por un número reducido
de corporaciones fundidas con los Estados nacionales de las principales
potencias imperialistas. La ciencia y la tecnología se presentan como algo
distinto de las fuerzas productivas, y la idea del agravamiento de la
contradicción entre estas últimas y las relaciones capitalistas de
producción queda como una noción antediluviana. No se trata de que los hombres y
mujeres de carne y hueso deban cruzarse de brazos ante lo inexorable. Si
bien es cierto, nos dicen, que la globalización implica un "mayor
bienestar generalizado" y entraña un amplio ramillete de "oportunidades",
no cabe duda que también comporta determinados "riesgos" y "retos", a
saber: puede provocar cierta asimetría en los niveles de desarrollo, no
procurar a todos las mismas "ventajas", destruir vetustas redes de
solidaridad y lazos sociales y territoriales, provocar pérdidas de
seguridad y crisis de identidad por parte de diversos sectores de la
población, poner en jaque la cultura y la tradición histórica de los
pueblos, conducir al aumento de las migraciones y al resurgimiento de
fundamentalismos nacionales y religiosos, dificultar la determinación
precisa de los "límites de desigualdad aceptables". Al nivel de Estado --y
aquí comienzan las recetas--, se impone la creación de estructuras
"capaces de afrontar la competitividad", "burocracias eficaces", el
establecimiento de "un rigor financiero muy severo", "flexibilidad
laboral", "revisión del estado social". Se impone, asimismo, alcanzar un
"pacto de gobernabilidad global", encontrar normas adecuadas para
"gobernar el mundo globalizado", "reglas legitimadoras" de las decisiones
a escala mundial, congruentes con la globalización económica,(9) en cuya
formulación participen por igual los "países del Norte" y los "países del
Sur", gobiernos y organizaciones no gubernamentales, comunidades locales e
instituciones internacionales. Estos y otros retos y riesgos deben ser
afrontados de consuno por todos los "actores" mundiales, so pena de que se
reproduzcan las condiciones que provocaron las conocidas "revueltas contra
el mercado" que agitaron todo el siglo XX. En particular, los países del
Tercer Mundo han de poner todo su celo en la observancia de un pequeño
número de imperativos ineludibles: garantizar la "apertura económica",
privatizar y liberalizar "con espíritu pragmático", crear espacios
económicos sin fronteras capaces de generar riqueza y "amortiguar los
riesgos de la globalización", ingeniárselas para obtener la "colaboración"
de socios capaces de asegurarles ganancias; "adaptar" los Estados de forma
tal que resulten aptos para la competencia, consolidar las "instituciones
democráticas", promocionar las "libertades fundamentales" y los "derechos
humanos"; reanudar el "diálogo" con los países desarrollados e incrementar
su "participación" en las organizaciones internacionales; aceptar
someterse a "controles de eficacia, de democracia, de competitividad";
renunciar al nacionalismo y a las posturas "antioccidentales", asumir el
modelo de las naciones desarrolladas, sustentado en el espíritu
empresarial, la innovación tecnológica y la capacidad de dirección,
trabajar "de conjunto" con ellas y ofrecer la misma respuesta que ellas a
la globalización. Aprender, en fin, a "medirse con el mundo moderno". Las
"peculiaridades" nacionales y regionales no interfieren con las tendencias
generales. Ha terminado la era de un mundo subdesarrollado no homologable
con los países del Primer Mundo.(10) Los teóricos de la globalización
neoliberal --que suelen presentarla como un dios caído del cielo en las
postrimerías del siglo XX-- apenas recuerdan el largo camino de la noción
de una historia universal ("global"), asociada por los iluministas
franceses y, posteriormente, por el idealismo clásico alemán, a la noción
del progreso y de la humanidad como un todo único, con orden, significado,
sentido, fuerzas motrices y finalidad --externa o inmanente--, como
sucesión de formas que constituyen momentos de un devenir absoluto. En
efecto, a diferencia de la concepción medieval clásica de la historia,
basada en la idea de una providencia divina que se expresa en ella y la
dirige, la Ilustración tenía como una de sus premisas fundamentales la
existencia de leyes históricas naturales. A través de la obra de
Condorcet, Herder, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y otros tantos
pensadores del "siglo de las luces", la historia humana comenzó a ser
vista como un progreso único sin desviaciones de lo inferior a lo
superior, que no sólo involucra los acontecimientos políticos, sino la
cultura toda, entendida en sentido amplio mediante la aplicación temprana
del método comparativo. Los idealistas clásicos alemanes --Kant, Fichte,
Schelling, Hegel-- partían de premisas análogas: en su filosofía, el
desarrollo social se presentaba como un proceso necesario y sujeto a
leyes, bien que esta necesidad no fuera deducida de la propia historia,
considerada como un movimiento de realización paulatina de determinadas
ideas abstractas. A pesar de que, por lo general, esta filosofía de la
historia se hallaba divorciada de los acontecimientos constatables
empíricamente y de que, en no pocos casos, subrayaba su desprecio por
ellos, partía de la idea de que sólo el estudio de la historia universal
hace posible comprender la racionalidad del proceso histórico. No se
trataba de meras especulaciones, sino de expresiones parciales y, como
norma, unilaterales e hiperbolizadas, de las transformaciones en la vida
económica, política y cultural que se iban verificando en la sociedad
europea con el desarrollo y el afianzamiento del capitalismo y de su
política colonial. Pero no es este el único olvido en
que incurren los cultores burgueses del fetiche de la globalización:
tampoco constatan que uno de los pilares de la concepción marxista de la
historia moderna es la idea de la ruptura necesaria y objetiva de las
barreras de todo tipo, incluidas las nacionales, que obstaculizan el libre
desarrollo de las relaciones sociales. Frente a esta amnesia, es preciso
insistir en que el pensamiento emancipador marxista tiene como premisa el
reconocimiento de que, a partir del afianzamiento de las relaciones
capitalistas de producción y del surgimiento de la gran industria y del
mercado mundial, la historia de la humanidad deviene en historia
universal, se va constituyendo progresivamente como una totalidad
universal con respecto a la cual cada uno de los pueblos y naciones
constituyen momentos orgánicos.(11) "Cuanto más se destruye el primitivo
encerramiento de las diferentes nacionalidades por el desarrollo del modo
de producción, del intercambio y de la división del trabajo que ello hace
surgir por vía espontánea entre las diversas naciones --escriben Marx y
Engels en La Ideología Alemana--, tanto más la historia se
convierte en historia universal…"(12) Y en el Manifiesto del Partido
Comunista consignan con palabras que parecen más bien una premonición:
Mediante la explotación del mercado
mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al
consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha
quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias
nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son
suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en
cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya
no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las
más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en
el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las
antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen
necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los
países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo
aislamiento y la amargura de las regiones y naciones, se establece un
intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y
esto se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual.(13)
A diferencia de la visión que
resulta de las geniales especulaciones del pensamiento precedente, Marx y
Engels demuestran que la historia universal no existió siempre, sino
constituye un resultado del proceso histórico, a saber, el proceso
de progresiva y necesaria universalización de las relaciones capitalistas
de producción. En los marcos de las formaciones sociales primitiva,
esclavista y feudal, la historia de la humanidad se desarrollaba como una
serie de procesos locales paralelos; a pesar de que, en su decursar, los
nexos e influencias mutuas entre los pueblos (el comercio, las
migraciones, y las relaciones culturales), se hacían cada vez más
estrechos y estables, éstos tenían un carácter episódico y, lejos de
constituir una necesidad interna para su desarrollo, eran frecuentemente
destruidos por la influencia de diversas causas externas.
Las sociedades precapitalistas se
encontraban tan aisladas del resto del mundo que, con frecuencia, al ser
barridas por la historia, se llevaban consigo su cultura material y
espiritual.(14) Sólo el capitalismo, al crear un mercado mundial único,
dio origen a un proceso de universalización de la historia en sentido
estricto, es decir, transformó el nexo casual y episódico existente entre
los pueblos, en un nexo necesario y constante, llamado a superar el
enclaustramiento precedente de las diferentes comunidades humanas.
Desde este punto de vista, la
universalización de la historia no constituye una tendencia abstracta
--per se-- hacia la interconexión de los destinos humanos, inscrita
en alguna página del libro de la Providencia o en las conclusiones de una
doctrina filosófica, política o económica, sino la forma histórica
necesaria en que tiene lugar la formación, la consolidación y la expansión
del modo capitalista de producción. Justamente este modo de producción,
desde sus propios orígenes, desató el proceso de universalización de las
relaciones humanas, al barrer con las trabas de las sociedades anteriores
y simplificar la estructura social, suprimir el fraccionamiento de las
relaciones económicas, la propiedad y la población. El agente
transformador de esta historia fue el capital --no la carabela, la brújula
o el astrolabio--, con su inmanente tendencia expansiva y su necesidad de
conquistar nuevos territorios. La formación de la historia universal
tiene lugar a través de la creación del sistema colonial del capitalismo y
la explotación --en primer término, la esclavización-- de la enorme
mayoría de la humanidad por la burguesía de un grupo de naciones
europeas. Marx y Engels no sólo destacan la decisiva significación de
las colonias para la instauración de la sociedad burguesa, sino establecen
un vínculo orgánico entre el proceso de acumulación originaria del capital
y la consolidación del modo de producción capitalista a escala universal,
por una parte, y el surgimiento y desarrollo del sistema colonial, por
otra: La manufactura y, en general, el
movimiento de la producción experimentaron un auge enorme gracias a la
expansión del trato como consecuencia del descubrimiento de América y de
la ruta marítima hacia las Indias orientales. Los nuevos productos
importados de estas tierras, y principalmente las masas de oro y plata
lanzadas a la circulación, hicieron cambiar totalmente la posición de unas
clases con respecto a otras y asestaron un rudo golpe a la propiedad
feudal de la tierra y a los trabajadores, al paso que las expediciones de
aventureros, la colonización y, sobre todo, la expansión de los mercados
hacia el mercado mundial, que ahora se hacía posible y se iba realizando
día tras día, daban comienzo a una nueva fase del desarrollo histórico (…)
La colonización de los países recién descubiertos sirvió de nuevo
incentivo a la lucha comercial entre las naciones y le dio, por tanto,
mayor extensión y mayor encono.(15) Sin embargo, es importante señalar
que, según Marx y Engels, la sociedad capitalista únicamente es capaz de
crear las condiciones para una auténtica universalización de las
relaciones entre los hombres, identificada por ellos con el proceso de
liberación de cada individuo concreto en la multiplicidad de sus
nexos sociales. En su opinión, la historia sólo puede convertirse
totalmente en historia universal o, lo que es lo mismo, en
verdadera historia humana, bajo las condiciones de una revolución
comunista mundial: Con el derrocamiento del orden
social existente por obra de la revolución comunista (…), la liberación de
cada individuo se impone en idéntica medida en que la historia se
convierte en historia universal (…) Sólo así se liberan los individuos
concretos de las diferentes trabas nacionales y locales, se ponen en
contacto práctico con la producción (incluyendo la espiritual) del mundo
entero y se colocan en condiciones de adquirir la capacidad necesaria para
poder disfrutar de esta multiforme y completa producción de toda la tierra
(las creaciones de todos los hombres). La dependencia omnímoda,
forma plasmada espontáneamente de la cooperación
histórico-universal de los individuos, se convierte, gracias a esta
revolución comunista, en el control y la dominación consciente sobre estos
poderes, que, nacidos de la acción de unos hombres sobre otros, hasta
ahora han venido imponiéndose a ellos, aterrándolos y dominándolos, como
potencias absolutamente extrañas.(16) Esta es exactamente la perspectiva
de Lenin, quien asume como punto de partida teórico y práctico el hecho de
que Marx y Engels habían demostrado científicamente el carácter inexorable
del movimiento del capitalismo hacia una totalidad mundial y que este
movimiento sólo podría concluir con la superación histórica de esta
formación económico social y la construcción de la sociedad comunista.
Sobre esta base, su atención se centró en la comprensión de la forma
histórica concreta en que tenía lugar el proceso de universalización
del capitalismo y de las contradicciones antagónicas que este
proceso engendraba en el período de transición del capitalismo
premonopolista al monopolista. En otros términos, su atención se centró
en el estudio del imperialismo, que inauguraba una nueva etapa en el
proceso de universalización de la historia, signada ahora por el
imperio del capital monopolista sobre los destinos humanos. El interés de
Lenin no era sólo teórico: de las conclusiones a las que arribara
dependían la estrategia y las tácticas de lucha del partido bolchevique,
orientadas a acelerar la revolución comunista mundial o, lo que es lo
mismo, a impulsar por vía comunista la universalización del proceso
histórico. El propósito de Lenin no era
simplemente constatar de forma abstracta la nueva escalada en el proceso
de interconexión de todos los pueblos y naciones, en virtud, digamos, de
la generalización del ferrocarril, el automóvil, la incipiente aviación u
otras "maravillas" de la ciencia y la tecnología, sino en demostrar que la
concentración del capital, el monopolio y, consecuentemente, la negación
de la libre competencia, habían conducido a que la universalización del
proceso histórico desde las primeras décadas del siglo XX tuviera lugar a
través de la expansión imperial (en "sentido moderno") de las principales
potencias capitalistas y de un nuevo reparto del mundo entre ellas,
realizado por la fuerza: El capitalismo ha desarrollado la
concentración hasta tal extremo que ramas enteras de la industria se
encuentran en manos de consorcios, trusts, asociaciones de capitalistas
multimillonarios; y casi todo el globo terrestre está repartido entre
estos "reyes del capital", bien en forma de colonias o bien de países
envueltos en las tupidas redes de la explotación financiera. La
libertad de comercio y la competencia han sido sustituidas por la
tendencia al monopolio, a la conquista de tierras necesarias para invertir
en ellas capital, sacar de ellas materias primas, etcétera.(17)
Por supuesto, Lenin no se regodea
con palabras incoloras e indeterminadas del tipo "interacción",
"interconexión" e "interdependencia"; su exposición, por el contrario,
desborda en términos precisos y "duros", en correspondencia con la
naturaleza objetiva de los procesos históricos que analiza: "opresión",
"saqueo", "anexión", "conquista a sangre y fuego", "maquinaria de
exterminio", "explotación de las colonias", "explotación de negros,
hindúes", de "indígenas tratados bestialmente", "conversión del mundo
"civilizado" en un parásito que vive sobre el cuerpo de los centenares de
millones de hombres de los pueblos no civilizados",
"consolidación de la esclavitud en las colonias mediante un reparto
más "justo" y una explotación más "aunada" de las mismas", "prolongación
de la esclavitud asalariada".(18) Por otra parte, aunque, como norma,
la literatura contemporánea lo ignora o se esfuerza por ignorarlo, desde
las primeras décadas del siglo, la eventualidad de una integración
supranacional del capitalismo monopolista se había situado en el centro
del debate teórico. Al revelar el carácter apologético de la teoría del
"ultraimperialismo" de Kautsky y de la concepción del "interimperialismo"
de Hobson, según las cuales el desarrollo de los monopolios conduciría a
la atenuación de las desigualdades y de las contradicciones de la economía
mundial, Lenin resaltaba los hechos económicos, políticos y sociales que
evidenciaban la agudización de los conflictos existentes entre las
principales potencias imperialistas, y demostraba que la expansión del
capital financiero conduce a la acentuación progresiva de las
contradicciones en sus ritmos de crecimiento y que las únicas vías
--siempre temporales-- para la solución de estas contradicciones son la
crisis y la guerra. Asimismo, ponía de manifiesto que las mayores
conquistas alcanzadas por el naciente imperialismo en materia de
concentración económica se verificaban, fundamentalmente, en el plano
nacional. Aunque Lenin no descartaba la posibilidad de una
transnacionalización del imperialismo, partía del supuesto de que esta
tendencia --por cierto, sumamente abstracta en su época-- estaría
condicionada por la resistencia y la oposición que éste encontrara en su
desarrollo, especialmente por los plazos históricos en que tuviera lugar
la revolución mundial contra el capital. La forma y los límites del
desarrollo transnacional del capitalismo monopolista de Estado estarían
determinados sustancialmente por los desafíos políticos que lograran
imponerle las fuerzas del trabajo que, a su pesar, él mismo contribuía a
organizar. No cabe duda --afirma Lenin-- de
que la tendencia del desarrollo es hacia un trust único mundial,
que absorberá todas las empresas sin excepción y todos los Estados sin
excepción. Pero ese desarrollo se opera en tales circunstancias, con tal
ritmo, en medio de tales contradicciones, conflictos y conmociones --no
sólo económicos, sino también políticos, nacionales, etc., etc.-- que sin
duda alguna antes de que se llegue a un trust mundial único, a una
asociación mundial "ultraimperialista" de los capitales financieros
nacionales, el imperialismo deberá inevitablemente estallar y el
capitalismo se transformará en su contrario.(19) Este contrario, por supuesto, es la
revolución comunista que, en una determinada fase de su desarrollo,
tendría a los "Estados Unidos del Mundo" como "forma estatal de
unificación y libertad de las naciones,(20) por oposición a la idea
de un Estado Mundial imperialista destinado a garantizar las condiciones
políticas necesarias para asegurar el imperio de un eventual monopolio
económico universal. Rebasaría los límites de este
artículo referirnos con detalle a tres procesos históricos que incidieron
de manera decisiva en la marcha hacia la universalización de las
relaciones humanas: por una parte, la Revolución de Octubre de 1917 y el
surgimiento del campo socialista mundial tras el fin de la Segunda Guerra
Mundial --que abrieron una oportunidad, históricamente malograda, de
facilitar el avance de la humanidad hacia la construcción de una totalidad
orgánica universal comunista, por oposición al entonces incipiente proceso
de transnacionalización del capital monopolista--; y, por otra, la
desaparición de la Unión Soviética y los Estados socialistas europeos,
como proceso regresivo que sirvió de catalizador de la metamorfosis del
capitalismo monopolista de Estado en capitalismo monopolista transnacional
y constituyó el fundamento objetivo de las más recientes apologías del
modo capitalista de producción cobijadas bajo la bata esterilizada de
"teorías de la globalización". De modo que "globalización" en modo
alguno constituye una nueva categoría, una nueva tendencia o
forma histórica de organización de las relaciones sociales de producción
material y espiritual, sino apenas una nueva manera de designar un
proceso histórico de larga data, intuido por la filosofía de la historia
de los siglos XVIII y XIX y explicado científicamente por Marx y Engels.
En todo caso, la idea de que la humanidad representa un todo único, o bien
progresa hacia una totalidad histórica universal, llegó a convertirse en
una plaza fuerte e, incluso, en un lugar común para lo más avanzado del
pensamiento filosófico y social de aquella época. Por consiguiente,
la tarea no consiste hoy en demostrar por enésima vez que la humanidad
avanza hacia una totalidad mundial, mediante la sustitución del término
clásico de historia universal por el de globalización,
mundialización o cualquier otro. La reedición en nuestros días
de las consideraciones y discusiones abstractas antaño suscitadas al
respecto no pasa de ser un divertimento académico o la ejecución de una
estrategia diseñada para desviar la atención de uno de los problemas
cardinales que se alzan ante el pensamiento revolucionario: el problema de
la forma capitalista, incluida la forma imperialista,
en que ha tenido y tiene lugar la universalización (o, si se quiere,
la "globalización") de la historia, el problema de sus fuerzas motrices y
de sus determinaciones y contradicciones históricas concretas
--económicas, políticas, sociales e ideológicas. Las teorías actuales de
la globalización, como norma, no hacen más que regresar en forma vulgar al
nivel de desarrollo conceptual alcanzado por el pensamiento premarxista.
La renuncia voluntaria o involuntaria al método marxista de análisis del
modo de producción capitalista y su sustitución por un pluralismo
metodológico difuso y por una amalgama de datos empíricos y elucubraciones
de carácter general conduce, también en este caso, a la
volatilización de las determinaciones propiamente capitalistas del proceso
de universalización de la historia humana, a la hiperbolización e
hipertrofia de unos u otros momentos suyos --supuestamente neutros con
respecto a toda determinación de formación económico social--, sobre todo
de aquellos que presentan el espurio "rostro humano" de los adelantos
científico- tecnológicos. El cuadro idílico que resulta de esta maniobra
de ilusionista se aviene en grado sumo con los intereses del sector de la
burguesía que promueve un "nuevo orden" capitalista transnacional e
intenta presentarlo como "el mejor de los mundos posibles".
Por supuesto, nada hay que objetar
a la utilización del término globalización en el sentido de la
forma actual en que tiene lugar el proceso de universalización del
desarrollo histórico de la humanidad, salvo que se pasen por alto las
sutilezas que se esconden detrás de sus resonancias cabalísticas. Tenemos
en cuenta, primero, la idea engañosa de que es posible distinguir
la "globalización como tal" (en sí o por sí) de la globalización del
capitalismo, mediante una abstracción del proceso histórico real de
reproducción del capital que constituye su contenido; en tal caso, se
supone implícitamente que las abstracciones tienen una existencia real
junto a los objetos o procesos de los cuales constituyen un momento y, en
correspondencia, que al lado o por encima del proceso de globalización del
capital, existe alguna otra globalización en abstracto (por lo general, la
globalización de la ciencia y la tecnología consideradas como sujetos
autodeterminados); segundo, la representación de que la
globalización supone una ruptura radical con la historia precedente del
capitalismo (y no únicamente una metamorfosis de este modo de
producción), de la cual se deriva buena parte de la diversidad infinita de
pseudoconceptos iniciados con el prefijo "post" que engalana la literatura
de las dos últimas décadas y pretende desvirtuar el aparato categorial
elaborado por Marx para el análisis de la sociedad burguesa;
tercero, la representación difusa de que existen "muchas
globalizaciones" yuxtapuestas, destinada a arrojar sombra sobre la
determinación esencial de este proceso único: la forma actual en que tiene
lugar la reproducción del capital; cuarto, la hiperbolización,
implícita en imágenes tales como "aldea global" o "sociedad global", de
los niveles reales alcanzados por el proceso de universalización de la
historia humana, que contribuye a ocultar o atenuar las contradicciones y
conflictos reales que gravan este proceso; quinto, la noción
desmovilizadora, promovida por el discurso neoliberal, de que la humanidad
avanza hacia una totalidad social (capitalista) homogénea de la que todas
las naciones y todos los ciudadanos del planeta son o serán beneficiarios;
sexto, la tendencia a sustituir con el término globalización
--utilizado con frecuencia en un sentido políticamente aséptico-- los
conceptos de capitalismo, imperialismo, colonialismo, neocolonialismo,
dominación y otros que expresan adecuadamente la esencia de la etapa
actual de universalización de la historia humana; séptimo, la
percepción de que la expansión global de la dominación capitalista ha
cerrado toda posibilidad a las luchas de los explotados y los oprimidos
contra el capital, o, en otros términos, el reconocimiento implícito o
explícito de la impotencia de las fuerzas revolucionarias para transformar
el mundo.(21) La mejor forma de someter a crítica la ideología
imperialista de la globalización es ofrecer un estudio del
capitalismo contemporáneo en su condición de capitalismo monopolista de
Estado que avanza hacia la transnacionalización. No se trata
exclusivamente de ofrecer una "respuesta ideológica" --necesaria, sin
dudas--, al efecto desmoralizador de semejante ideología, sino también, y
ante todo, de esclarecer las circunstancias históricas concretas en que
se desenvuelve la lucha de las fuerzas revolucionarias en la
actualidad. No es indiferente para estas fuerzas la forma en
que tiene lugar la universalización del capitalismo, sus
contradicciones inmanentes, las tendencias de su desarrollo,
los espacios que reproduce y crea para la organización del proletariado y,
en general, de los sujetos oprimidos, para la lucha revolucionaria.
En nuestra opinión, la esencia de
la metamorfosis histórica que se intenta captar con el término
"globalización" puesto de moda tras la bancarrota de la URSS y el campo
socialista europeo, se expresa adecuadamente con la idea de la
transnacionalización desnacionalizadora del capitalismo monopolista
de Estado. Se trata de una transnacionalización subordinante de la
aplastante mayoría de las naciones y pueblos del mundo, no de una
internacionalización en la que cada pueblo y nación integre su
cultura material y espiritual al acervo común de la humanidad, en pie de
igualdad con los restantes. El contenido real que se expresa, se encubre o
se hiperboliza con el término globalización es la metamorfosis
del capitalismo monopolista de Estado en capitalismo monopolista
transnacional: un proceso de ruptura de las barreras nacionales
--economías, fronteras geopolíticas, Estados, códigos jurídicos, culturas
e identidades-- que obstaculizan el libre desarrollo de los monopolios
transnacionales, en beneficio de una élite burguesa que ha logrado
apropiarse de la mayor parte de las riquezas del mundo. La concentración
monopolista transnacional del capital y el poder político, la
transnacionalización del monopolio y del Estado imperialista, constituye
la esencia de la metamorfosis del capitalismo contemporáneo y es, al mismo
tiempo, el hilo conductor que nos permite desentrañar la embrollada madeja
de las "globalizaciones". Al plantear el problema en estos
términos, el énfasis no simplemente se pone en la constatación, hoy día
trivial, de la creciente interconexión de los destinos históricos de la
humanidad contemporánea, sino, en primer lugar, en el hecho de que el
capital ha alcanzado un nivel transnacional de concentración, cuya forma
dominante y cuyo sujeto fundamental es el monopolio transnacional,
personalizado en una nueva oligarquía, la burguesía financiera
transnacional; y, en segundo lugar, en la ley del desarrollo
desigual inherente al modo de producción capitalista, en particular, a
su fase imperialista, en la constatación de la forma antagónica en que
tiene lugar el proceso de universalización de las relaciones económicas,
políticas, sociales e ideológicas, es decir, en el reconocimiento de
que este proceso transcurre bajo el signo de la explotación del trabajo
asalariado y la marginación subordinante de franjas crecientes de la
población mundial, y en medio de agudas confrontaciones económicas y
políticas entre las diferentes clases y sectores sociales, nacionalidades,
naciones y regiones, entre los diversos espacios geoeconómicos y en el
interior de ellos, entre los diferentes sectores de las burguesías y en el
interior de estos sectores. Lo anterior supone, en primer
término, deshacer el mito de que, desaparecido el campo socialista
eurosoviético, el mundo asiste a un proceso inexorable de universalización
y homogeneización del capitalismo, a la victoria histórica y a la
extensión lógica del sistema de relaciones sociales basado en la
compraventa del trabajo asalariado; y consignar, en segundo término, el
hecho decisivo de que la transnacionalización del capitalismo
monopolista de Estado no universaliza la relación capital-trabajo, que
constituye el fundamento del modo de producción capitalista, sino, por
el contrario, lleva aparejada la acentuación de los efectos sociales de la
ley de la población formulada por Marx en El Capital, una colosal e
insostenible superproducción de población con respecto a las necesidades
reales del capitalismo, que no sólo crea la situación paradójica
-constatable a partir de estadísticas simples- de que, en el mundo de la
fibra óptica y las computadoras de enésima generación, casi dos terceras
partes de la humanidad nunca han levantado un teléfono, y más del 98% de
ella jamás ha visto una de las imágenes de internet, sino convierte
en un estorbo a la mayor parte de la población del planeta. Un modo
de producción cuya condición de existencia es la destrucción de los modos
que le precedieron históricamente, está obligado a perpetuarlos, en un
proceso de inclusión excluyente, antinatural y preñado de contradicciones
escandalosas.
1- Ver: Octavio Ianni. Teorías
de la globalización, Siglo Veintiuno Editores, México D.F., 1995, pp.
3-4. 2- Ver: Grupo de Lisboa (bajo la
dirección de Ricardo Petrella). Los límites a la competitividad,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, p. 52. Con este último criterio
coincide Luis Javier Garrido, quien afirma que "las políticas llamadas "de
la globalización" han constituido un desafío al que hasta ahora los
intelectuales no han sabido responder con claridad, y la confusión sigue
prevaleciendo." Luis Javier Garrido. "Nuevas reflexiones sobre el
neoliberalismo realmente existente", Introducción a La Sociedad
Global, de Noam Chomsky y Heinz Dieterich, Editora Abril, La Habana,
1997, p. 7. 3- Citado por: Grupo de Lisboa
(bajo la dirección de Ricardo Petrella).Op. cit., p. 53.
4- Ibíd.
5- Ibíd, p. 11.
6- Por "contrato global" --escriben
los autores—"se entiende la definición y promoción de principios, fórmulas
institucionales, mecanismos financieros y prácticas conducentes a someter
la asignación de los recursos materiales e inmateriales del mundo al
interés general y, más concretamente, a la satisfacción de las necesidades
esenciales de los pueblos más pobres. El objetivo de cada contrato global
"social" es estimular el desarrollo de la riqueza mundial en la forma más
aceptable desde el punto de vista humano, social, económico,
medioambiental y político" (Ibíd, p.188). 7- Ver: Ibíd., pp. 186-202.
8- Carlos Marx y Federico Engels.
"Manifiesto del Partido Comunista", en: Obras Escogidas en 3 tomos,
t. I, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 135. 9- "Esa es la gran contradicción
que tendremos que enfrentar en el siglo XXI: a la globalización del
sistema productivo, del área económica, no le siguió en la misma
proporción una definición, también global, en el plano del poder."
Fernando Henrique Cardoso. "Gobernabilidad y democracia: desafíos
contemporáneos", en: Gobernar la globalización. Ediciones Demos,
México D. F., 1997, p. 19. 10- Ver: Lamberto Dini. Conferencia
Magistral dictada en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 10 de
junio de 1998 (material repartido entre los asistentes) Un plan de acción
"ante la globalización" --más edulcorado e igualmente irrealizable en los
marcos del capitalismo-- es presentado por los participantes en la "Cumbre
Regional para el Desarrollo Político y los Principios Democráticos",
realizada en Brasilia en julio de 1997, quienes también parten del
supuesto de la inexorabilidad de la globalización capitalista e intentan
reformarla sobre la base de "principios éticos y democráticos": "Los
principios democráticos se expresan hoy como política de la inclusión.
Esta exige de nosotros cuando menos
ocho compromisos. El primero, desterrar la corrupción de la política. El
segundo, resolver los conflictos de intereses dentro de los países, en
democracia y por la vía del diálogo y la negociación. El tercero, detener
el armamentismo, especialmente de alta tecnología, propiciado por los
países productores de armas, y proscribir la guerra como forma de solución
de disputas fronterizas. El cuarto, procurar la seguridad y la paz para
todos. El quinto, darle prioridad a la infancia y a la juventud en la
solución de los problemas sociales (…) El sexto, eliminar la impunidad de
las autoridades públicas y de todos los poderes fácticos, y propiciar la
capacidad de los ciudadanos para ejercer el debido control del poder. El
séptimo, impartir educación para todos a lo largo de toda la vida,
garantizando la igual calidad de la misma. El octavo, conservar el medio
ambiente, la biodiversidad y la calidad de la vida urbana". "Plan de
Acción de la "Cumbre Regional para el Desarrollo Político y los Principios
Democráticos", Brasilia, 6 de julio de 1997, en: Gobernar la
globalización, ed.cit., p. 234.
|