ProSur 1996

Latinoamérica hacia la economía mundial:
condiciones para el desarrollo de la "competitividad sistémica"
Dirk Messner
Instituto de Paz y Desarrollo de Duisburg

 

http://www.fes.cl/prosur/prosur96-0.html

 

 

Indice

Presentación

Introducción

I. Las "sombras del pasado": Condiciones socioeconómicas iniciales ante la revolución de la economía mundial y la dinámica del proceso de reforma

II. La competitividad sistémica

Bibliografía

 

 

Presentación

Las sociedades latinoamericanas están ya inmersas en el cambio mundial, pero el proceso de transformación regional se encuentra aún en sus comienzos y las siguen aquejando las "sombras del pasado" sin haber encontrado todavía una "estrategia sustentable a largo plazo para reformular la economía y la sociedad" nos dice el autor.

Partiendo de reconocer que los esfuerzos estabilizadores y las medidas de apertura externa, de desregulación y de liberalización abrieron múltiples posibilidades y pueden aportar a la superación del estancamiento, afirma que, al mismo tiempo, los tratamientos de shock neoliberales y las reformas estructurales macroeconómicas introducidas, provocan múltiples efectos contraproducentes y no responden a las exigencias que deben confrontar los países latinoamericanos en la economía mundial .

En la primera parte del material que presentamos, el autor resume en ocho áreas problemáticas las condiciones socioeconómicas iniciales del proceso de transformación:

- lento crecimiento de la productividad laboral y reducida capacidad innovadora;
- un aparato productivo envejecido por los bajos índices promedio de inversión y de gasto en investigación y desarrollo;

- la reestructuración industrial instrumentada desemboca en estrategias de especialización con procesos de desindustrialización inevitables y cuya consecuencia es la desaparición de puestos de trabajo;

- la canasta de exportación se compone mayoritariamente de productos agropecuarios, materias primas y productos manufacturados con muy poco valor agregado
- las empresas y el entorno empresarial institucional necesitan adaptarse a las nuevas exigencias que impone la competencia internacional;

- la transformación del estado desarrollista tradicional, con actores sociales débiles y mercados poco desarrollados, dificulta la configuración de formas innovadoras de asociación público-privada y pone en riesgo la integración social;

- la marcada desigualdad en la distribución de ingresos y la crisis social, sin respuesta en el contexto del bloqueo al crecimiento del modelo de sustitución de importaciones, que tenderá a agudizarse al inicio de la fase transformación por los aumentos de la productividad -condición para lograr cierta competitividad- y sus efectos negativos sobre la ocupación;

- hay tareas ecológicas pendientes que condicionan el desarrollo futuro de la región.

A estas "sombras del pasado" se suma la no superación de la crisis de endeudamiento externo e interno en América Latina.

El conjunto de los problemas señalados comprenden múltiples dimensiones, y generan fuertes tensiones sociales y políticas ante la inevitabilidad del cambio. Ello porque "los desafíos superan ampliamente la cuestión de la estabilización económica y del ajuste macroeconómico" y exigen una perspectiva más abarcadora de la transformación en curso. En consonancia con lo expresado, en la segunda parte del trabajo, Messner desarrolla el concepto de "competitividad sistémica", componente necesario de una política modernizadora que trascienda las reformas macroeconómicas.

El concepto de competitividad sistémica se diferencia de otros conceptos dirigidos a determinar los factores de la competitividad industrial en dos aspectos. Primero, distingue cuatro niveles analíticos del problema, a los clásicos niveles macro y micro, adiciona los no menos importantes niveles meta y meso. A nivel meta se examinan factores tales como la capacidad de una sociedad para procurar la integración social y alcanzar un consenso sobre el rumbo concreto de las transformaciones necesarias. A su vez, el nivel meso analiza la formación de un entorno capaz de fomentar, complementar y multiplicar los esfuerzos de las empresas. En segundo lugar, el concepto mencionado vincula elementos pertenecientes a la economía industrial, a la teoría de la innovación, a la sociología industrial y nuevas nociones sobre la gestión económica desarrolladas por la ciencia política.

El importante aporte del trabajo de Messner es mostrar la vinculación necesaria entre los cuatro niveles analíticos mencionados, en particular la relativa a los niveles meta y meso, y su relevancia en la nuevas condiciones de competencia en que se desenvuelve las empresas. De igual importancia es su reflexión sobre el nuevo papel del Estado, las empresas y las instituciones intermedias en el nivel meso y de la dimensión nacional, regional y local del mismo. De todo ello desprende una conclusión muy valiosa: "Mientras que las políticas a nivel macro se van homogeneizando a nivel mundial, las localizaciones industriales difieren mucho de país en país. El diseño de la radicación industrial viene determinado en primera línea por la constelación de instituciones existentes en el nivel meso. Es allí donde se generan las ventajas competitivas, tanto institucionales como organizativas, los patrones específicos de organización y gestión y los perfiles nacionales que sirven de base a las ventajas competitivas y que son difícilmente imitables por los competidores"

Fundación Friedrich Ebert

 

Introducción

Los programas de ajuste del Banco Mundial y del FMI han puesto en tela de juicio la estrategia tradicional de desarrollo de sustitución de importaciones orientada al mercado interno. En muchos países de la región, la década pasada estuvo signada por políticas pendulantes, en cuyo marco se alternaban liberalizaciones parciales, políticas de estabilización e intentos por modernizar el viejo modelo de desarrollo. Hacia fines de los 80, todo el continente (con excepción de Venezuela y Cuba) ingresa en una fase de reorientación económica, probablemente irreversible: el objetivo explícito de los gobiernos es integrar rápidamente las economías nacionales en la economía mundial y llevar a cabo un acelerado proceso de modernización, cuyo marco referencial es el mercado mundial. Dentro de esta profunda transformación, la mayoría de los países se vuelca hacia las políticas económicas neoliberales. Los esfuerzos estabilizadores y las medidas de apertura externa, de desregulación y de liberalización abrieron múltiples posibilidades y pueden aportar a la superación del estancamiento sostenido:

- Las medidas exitosas de estabilización (como por ejemplo, el saneamiento de los presupuestos, la reducción de la deuda interna, la política monetaria restrictiva), son condiciones necesarias para reducir la alta inflación, que en los años 80, en muchas economías latinoamericanas, condujo a distorsiones sociales y económicas, impidió la formación de capital y la realización de inversiones e indujo a la fuga de capitales.

- La apertura externa apunta al fortalecimiento de la capacidad de exportación y a la apertura de nuevos mercados, así como a potenciar el crecimiento. Esto es especialmente importante para que países pequeños y medianos con mercados internos reducidos, puedan superar bloqueos al crecimiento. La orientación unilateral al mercado interno, característica del pasado, desembocó en una trampa de estancamiento.

- La apertura externa eleva la presión de la competencia sobre las empresas y colabora para que, en muchos países, las estructuras empresariales oligárquicas dominantes se quiebren. Esto le otorga más posibilidades a un crecimiento impulsado por la productividad, que a su vez abre espacios para el aumento del salario real. Mientras que en Latinoamérica los salarios reales en la industria bajaron un 25% entre 1980 y comienzos de los 90, en las economías fuertemente exportadoras del Este asiático (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong, Singapur) subieron en más del 170%, sobre la base de marcados aumentos de la productividad.

- La orientación al marco referencial que representa el mercado mundial puede acelerar procesos de aprendizaje organizativo-tecnológicos, que habían ido desapareciendo gradualmente durante la etapa de orientación al mercado interno.

- En las décadas de la sustitución de exportaciones, en muchos países predominaba una situación de empate político y económico entre la oligarquía agraria tradicional y las empresas industriales orientadas al mercado interno, lo que dificultó la configuración de políticas económicas coherentes y confiables a largo plazo. En los años 80, las fuerzas que estaban por una modernización del viejo modelo de desarrollo y las que promovían la apertura externa se bloquearon mutuamente. La transformación económica actual puede aportar al desbloqueo de relaciones sociales encallecidas.

- La privatización y la desregulación pueden colaborar para reducir las burocracias estatales hipertrofiadas y fortalecer las fuerzas del mercado.

- La liberalización y la apertura externa desarticulan estructuras clientelistas que bloquean el desarrollo. Un ejemplo: en el marco de las economías caducas, para los empresarios era más importante cuidar las "buenas relaciones" con los funcionarios de los ministerios responsables de la política aduanera para proteger a la propia empresa de la competencia, que desarrollar estrategias de modernización.

Al mismo tiempo, los "tratamientos de shock" neoliberales y las reformas estructurales macroeconómicas introducidas, provocan múltiples efectos contraproducentes y no responden a las exigencias que deben confrontar los países latinoamericanos en la economía mundial. Después de una década del 80 caracterizada por políticas de idas y venidas ("stop-and-go-policies" ), en muchos países, las políticas de apertura y liberalización resultan demasiado rápidas, demasiado radicales y no están acompañadas por reformas estructurales y sectoriales activas. Como consecuencia, sectores enteros de la industria son víctimas de la competencia internacional. Si bien los programas de estabilización dan resultado en la mayoría de los países, aún no fue posible poner en marcha procesos de crecimiento y modernización económica sustentables, ni de desarrollo de la competitividad en ramas de la producción con alto valor agregado. Si bien el ajuste estructural neoliberal ayuda a eliminar los restos del viejo modelo de desarrollo y a promover el desbloqueo no representa una estrategia sustentable a largo plazo para reformular la economía y la sociedad.

 

 

 

I. Las "sombras del pasado": condiciones socioeconómicas iniciales ante la revolución de la economía mundial y la dinámica del proceso de reforma

Teóricamente, la estrategia de sustitución de importaciones orientadas al mercado interno estuvo pensada como forma de atenuar el retraso en el desarrollo industrial. La construcción de estructuras industriales nacionales coherentes se vería seguida por una integración paulatina a la economía mundial'. Al aislar a las industrias de la competencia internacional a través de impuestos aduaneros excesivos durante décadas, éstas se desvincularon también de los procesos de aprendizaje organizativo-tecnológicos de la economía mundial, (1) se acentuaron los procesos de concentración y disminuyeron la competencia y la dinámica innovadora. En lugar de acercarse a los estándar de producción internacional, la brecha entre los niveles de eficiencia latinoamericanos y los de la economía mundial aumentó cada vez más. (2) En los años 80 existía una gran esperanza, particularmente difundida en México y Argentina, de poder recorrer una transición lineal y sin crisis desde la orientación al mercado interno a la orientación mundial; lo que se demostró como un error. La apertura hacia la economía mundial y el desafío de construir estructuras económicas competitivas a nivel internacional marca un corte radical con el pasado y confronta a las sociedades latinoamericanas con grandes desafíos (3)

En uno de sus últimos análisis sobre Latinoamérica, The Economist señala con razón: "Los últimos cinco años han cambiado más las expectativas que la realidad".(4) Cabe preguntarse, entonces, acerca de las condiciones socioeconómicas iniciales en Latinoamérica dentro del proceso de inserción en la división internacional del trabajo. La dinámica del proceso de transformación y las condiciones en las cuales se reorientó la economía, pueden sintetizarse en ocho áreas problemáticas:

1. En las últimas décadas, la productividad laboral en Latinoamérica creció lentamente; la capacidad innovadora del modelo de sustitución de importaciones era reducida. Entre 1950 y fines de los 80, la productividad laboral de la industria latinoamericana se estancó en un nivel equivalente al 25% de la productividad laboral estadounidense. En el mismo período, los países restantes de la OCDE (como grupo) pudieron acortar la distancia entre su nivel de productividad laboral y el de los EEUU: de un 45% de los estándar norteamericanos pasaron a un holgado 80%. En especial se recuperaron las economías de los tigres del este asiático (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong, Singapur) en las cuales el nivel de productividad a principios de los años 50 representaba apenas la mitad del de Latinoamérica; (5) en 1985 ya lo había alcanzado y desde entonces crece en un promedio anual del 10%, mientras que en el continente iberoamericano apenas si aumentó, como consecuencia del endeudamiento y de la crisis de acumulación de los años 80. Esto significa que en América Latina son necesarios enormes saltos de la productividad para poder aumentar en forma sostenida la competitividad. Entretanto, ya se lanza a ocupar un espacio en la economía mundial la segunda generación de países asiáticos en vías de industrialización (Indonesia, Malasia, Tailandia, China).

2. Desde los años 80, las estructuras económicas mundiales y los determinantes de la competitividad sufren profundos cambios como consecuencia de transformaciones tecnológicas de amplio alcance. Se instala un nuevo paradigma productivo, basado en la organización y el conocimiento. En esta fase de rápidas transformaciones tecnológicas, los índices promedio de inversión en Latinoamérica (1980-93) rondan el 16%; en cambio Corea del Sur y Taiwan superan el 30% (6). De esto se deriva que las economías latinoamericanas cuenten con un aparato productivo envejecido. Al mismo tiempo, los gastos para investigación y desarrollo, como indicador de la inversión realizada para ampliar el ámbito de competencia tecnológica, son bajos desde hace décadas. En Latinoamérica la proporción de los mismos en el PNB desde comienzos de los 80 llega al 0,4% (1990:Brasil 0,6%; Argentina 0,4%; Chile 0,6%, Bolivia 0,1%; Perú 0,2%) (7). En países como Taiwan y Corea del Sur, a quienes se comparan con gusto los países latinoamericanos avanzados, la proporción del PNB destinado a inversiones para investigación y desarrollo, desde hace dos décadas, se aproxima al 3%. En este contexto resulta evidente que el proceso de la apertura externa implicará procesos de saneamiento y desindustrialización: la instancia hasta el nivel tecnológico internacional a menudo es tan grande que resulta más costoso modernizar las viejas empresas que invertir en nuevas plantas de producción. En Latinoamérica debe llevarse a cabo un proceso de recuperación acelerado y una profunda modernización del aparato productivo, si es que el continente no quiere seguir perdiendo protagonismo en la economía mundial. Para esto es necesario, ante todo, que los índices de inversión sean marcadamente superiores a los registrados hasta ahora.

3. El modelo de sustitución de importaciones se había orientado a la construcción de aparatos productivos cerrados (industrialización completa). Esto explica que muchos países latinoamericanos cuenten (o contaban al momento de la apertura radical) con estructuras industriales sumamente diversificadas, que en el pasado (incluso también en el debate de los países en vías de industrialización de los años 80) valían erróneamente como indicador de una recuperación exitosa en materia de modernización. El problema consiste en que las industrias erigidas como ineficientes en general y no pueden sobrevivir en la economía mundial, algo similar a lo que sucede en los antiguos países socialistas. La reestructuración industrial implementada en la mayoría de los países desemboca necesariamente en estrategias de especialización; es por esto que en la fase de transformación profunda los procesos de desindustrialización son inevitables y su consecuencia es la desaparición de puestos de trabajo. Un ejemplo instructivo al respecto es el proceso que ha experimentado la industria automotriz argentina, en donde la dinámica de crecimiento y los aumentos de la productividad desde 1990 son espectaculares. La cantidad de automóviles producida se pudo aumentar de unos 100.000 (1990) a más de 400.000 (1994). El "efecto ocupacional" que generó fue positivo, aunque reducido dado el aumento de la productividad (aumento del empleo del 10%). En donde se manifiestan claramente efectos negativos en el nivel de empleo es en la industria de auto-partes: el típico caso es el de Ciadea, una empresa que fabrica autos como licenciataria de Renault. Desde fines de 1994, Ciadea se ha propuesto impulsar la modernización de sus aproximadamente 200 proveedores. Sólo siete proveedores estaban en condiciones de cumplir con el nivel de calidad determinado por las normas ISO-9000. En consecuencia se importan cada vez más piezas de Brasil ú otros países. En términos generales, entre la industria automotriz argentina y la brasileña se está delineando un nuevo modelo de división del trabajo: como productoras de partes estratégicas, algunas de las empresas argentinas podrían, a su vez, convertirse en importantes proveedoras de las terminales brasileñas.(8)

La pregunta decisiva, por lo tanto, es si en el futuro será posible generar empleo suficiente en el nuevo marco político-económico. Las experiencias de los países del Este asiático, en donde la oferta de fuerza de trabajo ahora es más bien insuficiente, demuestran que, en principio, esto es posible. En Corea del Sur y Taiwan una política de empleo activa, una amplia estrategia de modernización para zonas del interior y para la agricultura y, en especial, tasas de crecimiento del PNB de alrededor del 7% durante tres décadas, hicieron posible que pese a los fuertes aumentos de la productividad no surgieran niveles de desempleo relevantes. Justamente este último aspecto es prácticamente irreal en Latinoamérica, de modo que la modernización exitosa de la economía está acompañada por crecientes niveles de desempleo, en especial era la etapa de mayor transformación y apertura hacia la economía mundial.

4. Tras décadas de sustitución de importaciones, la canasta de exportación de Latinoamérica se compone en un 80% de productos agropecuarios, materias primas y muy pocos productos manufacturados, con muy bajo valor agregado; la proporción de productos de exportación de tecnología intensiva es minúscula. El volumen total de exportaciones (1995: U$S 219 mil millones) del continente, no es mayor que las exportaciones agregadas de Corea del Sur y Taiwan. Sólo Corea del Sur exporta más bienes industriales que todos los países latinoamericanos juntos. El bajo nivel de exportaciones también se expresa en la proporción de exportaciones latinoamericanas en el comercio mundial, que bajó de un 6% a principios de los años 80 a un 4,5% en 1995. Esta tendencia rige también para Chile, país exportador: su participación en el comercio mundial bajó entre 1970 y 1994 de un 0,4% a apenas el 0,3%.(9)Esto significa que la capacidad de exportación de la región se sostiene sobre pilares endebles, las empresas no están presentes en los sectores de crecimiento de la economía mundial y en su mayoría cuentan con ventajas competitivas sólo en áreas de la producción sencillas y sensibles a las oscilaciones de los precios.

5. A nivel empresarial deben tomarse medidas de adaptación abarcativas. En primer lugar, haciendo una comparación internacional, las mayoría de las empresas latinoamericanas son pequeñas, lo que implica efectos negativos para su capacidad de invertir masivamente en investigación y desarrollo, o insertarse en la economía mundial en forma autónoma. Así, por ejemplo, en Argentina el tamaño promedio de las empresas (según volumen de ventas) a principios de los años 90 apenas llegaba a ser un décimo del promedio internacional.(10)

En segundo lugar, las empresas pequeñas y medianas, en donde a menudo se cifran grandes esperanzas en materia de empleo, disponen de un potencial de desarrollo y exportación reducido. La oficina de CEPAL en Buenos Aires estima que sobre las 65.000 pequeñas y medianas empresas existentes, sólo algunos cientos de ellas estarán en condiciones de desarrollar potenciales de exportación.(11) En general, esto es aplicable a otros países de la región.

En tercer lugar, el comercio exterior latinoamericano se concentra en unas pocas grandes empresas. El 52% de las exportaciones de bienes industriales recae sobre sólo 200 empresas. En Brasil, 95 grandes empresas concentran el 54% de dichas exportaciones, en México, 30 empresas reúnen el 76%; en Venezuela, una sola (Petróleos de Venezuela), el 88%. En el futuro habrá que aumentar radicalmente la cantidad de empresas que estén en condiciones de exportar. En este sentido existen señales positivas por parte de Chile. En este país, la cantidad de empresas exportadoras entre 1975 y 1994 aumentó de 200 a 5.620. Cuarto, la mayoría de las empresas latinoamericanas están integradas verticalmente y actúan en forma aislada.(12) En la economía mundial, en cambio, dominan las redes empresariales o los cluster industriales, la competitividad de las empresas se basa cada vez más en el rendimiento de sus proveedores y del entorno empresarial institucional.(13) Esto último está poco desarrollado en Latinoamérica, ya que en los últimos años apenas se invirtió en el mejoramiento de las zonas de radicación económica. Quinto, tras décadas de orientarse al mercado interno, el know-how exportador de las empresas latinoamericanas es reducido. Como lo demuestran las experiencias chilena y uruguaya(14), para acumular conocimientos sobre normas, estándar de calidad y sobre cada mercado y segmento de los mismos en el comercio mundial, así como para desarrollar estrategias de comercialización sustentables, es necesario cierto tiempo.

 

 

 

6. El estado desarrollista tradicional de Latinoamérica ha sido fuertemente intervencionista, burocrático, centralizado, omnipresente y, por ello, sobreexigido y débil. Las estructuras institucionales de todos los países latinoamericanos deberán transformarse profundamente para estar a la altura de los nuevos desafíos; no basta con una reducción meramente cuantitativa del aparato estatal. Se trata de una redefinición del papel del Estado, de reformas administrativas profundas, así como de nuevas formas de la división del trabajo entre el sector público y el privado y también entre instituciones intermedias y organizaciones de la sociedad civil. La crisis organizativa-institucional del continente no se limita bajo ningún punto de vista al Estado. También las federaciones empresariales, que durante mucho tiempo se orientaron según el modelo por demás ventajoso de la "industrialización protegida", tienen un bajo nivel de desarrollo y cuentan con un potencial técnico y conceptual reducido como para poder efectuar sus propios aportes (por ejemplo, en el área de capacitación profesional) para la modernización de las zonas de radicación económica. Las fuerzas de la sociedad civil apenas pudieron desplegarse durante las décadas de dominación del Estado desarrollista, y los sindicatos también están desorientados, sumidos en una profunda crisis. Se resistieron durante largo tiempo al nuevo rumbo político-económico, deben asimilar los costos sociales del ajuste y al mismo tiempo definir su nuevo rol como fuerza opositora con capacidad de cooperación en el nuevo marco político-económico. La transformación tiene lugar con actores sociales débiles y en un mercado poco desarrollado. Es por esto que resulta difícil la configuración de formas innovadoras de asociación público-privada. Al mismo tiempo, resulta claro que la reestructuración económica y la integración en la economía mundial sin estructuración social no puede tener buenos resultados y desembocará necesariamente en la desintegración social.

7. En el contexto internacional, Latinoamérica se caracteriza por la marcada desigualdad en la distribución de ingresos. En el contexto del bloqueo al crecimiento del modelo de sustitución de importaciones, la crisis social no podía atenuarse. Además la política social de los países favorecía desde hacía tiempo fundamentalmente a la clase media y casi nada a los pobres. En la fase de la transformación hacia la economía mundial, los problemas sociales primeramente se agudizarán. Los altos crecimientos de la productividad, que serán condición para lograr cierta competitividad, producen al mismo tiempo una disminución de la ocupación, que sólo puede sobrecompensarse a través de altos índices de crecimiento. Chile, cuya apertura comenzó a mediados de los años 70, debió luchar durante una década contra una desocupación masiva. Recién a fines de los 80 pudo atenuarse el problema del empleo, como consecuencia de altos y sostenidos índices de crecimiento. En los países en donde la transformación comenzó recién a finales de los 80, el problema del desempleo recién comienza: en Argentina el índice de desocupación oficial aumentó desde comienzos de 1993 y fines de 1995 del 10% a casi el 20%; en México, en donde las estadísticas oficiales moderan considerablemente la dimensión real de la crisis ocupacional, entre 1992 y 1995 aumentó del 3,7% al 6,6%. Estas cifras ocultan, por otra parte, que en el grupo de la población de menores ingresos (el quinto inferior) el desempleo es mucho mayor: en Argentina ronda el 30%, en Brasil, Uruguay y Paraguay el 20%, en Venezuela y Panamá llega al 40% (15)

Estos desequilibrios sociales no pueden compensarse solamente con crecimiento. Es necesario implementar políticas sociales y una redistribución orientadas a los más pobres: no se trata tanto de un problema económico, sino político. El Banco Mundial ha señalado que en los países latinoamericanos podrían resolverse los problemas más acuciantes de la pobreza con una redistribución de sólo el 1% del PNB del 10% superior de la pirámide de ingresos hacia el 20% inferior.

Las experiencias de la primera y segunda generación de países en desarrollo asiáticos dan lugar a un gran optimismo (en una perspectiva de mediano plazo). A partir de Corea del Sur y Taiwan es sabido que el proceso de la integración al mercado mundial puede estar acompañado por una distribución del ingreso relativamente equilibrada. Incluso en Tailandia, Indonesia y Malasia ha mejorado notablemente la proporción de ingresos para el 20% inferior de la pirámide, en relación al quinto superior, tanto en términos absolutos como relativos, desde el comienzo del proceso de apertura a fines de los 70. Esto significa que la integración en la economía mundial no es un proyecto que deba financiarse a costa de los más pobres, contrariamente a las opiniones que se pueden leer tan a menudo en ese sentido. Ahora bien, en Asia la apertura dio lugar a políticas activas y sucesivas de radicación productiva, que fueron un importante aporte para el desarrollo de la competitividad nacional. La industria nacional fue y es protegida durante la fase necesaria para alcanzar cierto nivel de competitividad en el mercado mundial; esto significa que allí la orientación al mercado mundial no sigue en absoluto las recomendaciones políticas neoliberales (16) Además, existe una fuerte promoción en el ámbito de la capacitación y la política social está orientada a los grupos más pobres. Sobre esta base es posible desarrollar procesos de crecimiento de efectos abarcativos. La posibilidad de tomar caminos alternativos similares en Latinoamérica, aún está pendiente.

La crisis social no sólo presenta un desafío ético, sino que también actúa como traba a la modernización y como problema económico. La pobreza y la desocupación socavan a mediano plazo la legitimidad y, con ello, la capacidad de acción del Estado y del proceso de reforma en general. En tanto las conductas políticas y económicas caóticas y la hiperinflación de la última fase del viejo modelo de desarrollo sigan arraigadas en la memoria de la gente, en la fase de transición se consentirá en pagar altos costos sociales, como lo demuestran, por ejemplo, las experiencias de Perú y Argentina. Sin embargo, a mediano plazo, las condenas sociales se convierten en un problema crónico, que puede amenazar al proceso de reforma económica y a la democracia.

Por otra parte, la erradicación de la pobreza es condición para la movilización de la creatividad de la población y es, por esto, un componente para el aumento de la capacidad económica de los países. Además, la paz social representa una fuerza productiva económica, hecho que debería aprenderse a partir de la exitosa historia del periodo de posguerra en Europa Occidental.

8. Por último el continente también debe cumplir con sus tareas ecológicas para poder recorrer un camino de desarrollo con posibilidades futuras. En Latinoamérica la crisis ecológica tiene cinco fuentes principales.

1ª. la economía iberoamericana todavía se caracteriza por las plantas de producción de consumo intensivo de energía y recursos, típicas de los años 60 y 70 (déficit de modernización).

2ª. los problemas ambientales se agudizan debido a la pobreza y a las estructuras injustas de distribución (ej. campesinos que queman bosques y selvas para ganar tierras de cultivo).

3ª. para enfrentar las cargas del endeudamiento, muchos países se ven obligados a exportar, lo que a menudo conduce a la sobreexplotación de recursos naturales y al establecimiento de bajos estándar ambientales. (17)

4ª. las reformas neoliberales suelen estar acompañadas por un cierto descuido en el área de la política ambiental. Así, por ejemplo, por falta de protección de los recursos naturales en los años 80 en Chile, el abuso en la pesca provocó que las reservas ictícolas se vieran seriamente amenazadas.

5ª. en el proceso de apertura suelen importarse las tecnologías y estándar ambientales más modernos, es decir que se desencadenan procesos de modernización ecológica; pero, al mismo tiempo, los países latinoamericanos se enfrentarán al problema básico -como los países industrializados- de conciliar el desarrollo económico y los requerimientos ambientales, porque naturalmente tanto la modernización económica como la orientación al mercado mundial acarrean nuevos problemas político-ambientales.

Hasta ahora, en la mayoría de los países latinoamericanos se le ha otorgado escaso significado a la dimensión político-ambiental del desarrollo, pese a que no cabe duda en cuanto a que la eficiencia en el aprovechamiento de los recursos y el rendimiento político-ambiental, cobran cada vez más importancia como determinantes de la competitividad internacional (18).

 

Junto a estas "sombras del pasado" no hay que dejar de ver que la crisis de endeudamiento externo e interno en Latinoamérica no ha sido superada en absoluto: en la primera mitad de la década del 90, muchos países equilibraron sus presupuestos estatales mediante amplios programas de privatización. Los ingresos de capital en los 90 provinieron mayoritariamente de inversiones de cartera que, como los demostraron las reacciones a la crisis mexicana de 1994/95, resultan especialmente sensibles a las oscilaciones del mercado (19). Las inversiones directas de los últimos años provienen ante todo de los grandes proyectos de privatización, que finalizarán en un tiempo previsible. En 1994 la deuda externa del continente aumentó en 5,3%, alcanzando los 553 mil millones de dólares. El porcentaje del servicio de la deuda (intereses más amortización/exportaciones) es, en promedio, del 18% (1982/83:40%), aunque en algunos países es superior: en Argentina y México, 25%, en Perú, 21 % y en Nicaragua llega al 100% (20). Un empeoramiento de la coyuntura económica mundial y los problemas concomitantes en el área de exportaciones, el aumento de los intereses en los mercados de capital internacionales o también una segunda crisis de divisas y financiera del tipo de la mexicana en 1994/95 podrían agudizar nuevamente la problemática de la deuda.

 

La esquematización de las ocho áreas problemáticas muestra que dentro del proceso de reorientación estratégica del desarrollo latinoamericano, todos los sectores de la sociedad están bajo fuertes presiones de reforma. Los desafíos superan ampliamente la cuestión de la estabilización económica y del ajuste macroeconómico, que aún siguen ocupando un primer plano en muchos debates. Del mismo modo, el hecho de reducir la discusión en torno a la buena administración al mero achicamiento del aparato estatal, tampoco responde a los requerimientos de reforma social e institucional. Sin ánimo de alimentar un pesimismo innecesario en cuanto a las posibilidades de desarrollo, cabe señalar que la dinámica de la transformación y el grado en que se encuentra el proceso de reforma deberían ser claros: de ninguna forma dicho proceso está cerrado, sino que, más bien, recién comienza.

A continuación se presenta el modelo de "competitividad sistémica", a través del cual se esquematiza una estrategia de modernización que intenta responder los nuevos requerimientos de la economía mundial, más allá de las reformas macroeconómicas.

 

II. La competitividad sistémica

El concepto de "competitividad sistémica" (21) constituye un marco de referencia para los países tanto industrializados como en desarrollo. Hay dos elementos que lo distinguen de otros conceptos dirigidos a determinar los factores de la competitividad industrial:

- La diferenciación entre cuatro niveles analíticos distintos (meta, macro, meso y micro), siendo en el nivel meta donde se examinan factores tales como la capacidad de una sociedad para la integración y la estrategia, mientras que en el nivel meso se estudia la formación de un entorno capaz de fomentar, complementar y multiplicar los esfuerzos al nivel de la empresa;

- La vinculación de elementos pertenecientes a la economía industrial, a la teoría de la innovación y a la sociología industrial, con los argumentos del reciente debate sobre gestión económica desarrollado en el plano de las ciencias políticas en torno a las policy-networks.

Las empresas industriales de los países desarrollados y de los países en vías de desarrollo se ven hoy ante la necesidad imperiosa de incrementar su competitividad. Semejante desafío proviene de una competencia cada vez más dura, una "carrera" por adoptar y adaptar modelos de producción "japoneses" y un cambio tecnológico acelerado. En esa carrera están enfrascadas todas las empresas, ya que hasta las posiciones hegemónicas se tornan cada vez más vulnerables. Los esfuerzos más importantes para elevar la competitividad deben efectuarse a nivel de empresa. Ahora bien, la competitividad internacional no se explica exclusivamente a nivel empresarial. Las empresas se hacen competitivas al cumplirse dos requisitos fundamentales: primero, estar sometidas a una presión de competencia que las obligue a desplegar esfuerzos sostenidos por mejorar sus productos y su eficiencia productiva; segundo, estar insertas en redes articuladas dentro de las cuales los esfuerzos de cada empresa se vean apoyados por toda una serie de externalidades, servicios e instituciones. Ambos requisitos están condicionados a su vez por factores situados en el nivel macro (contexto macroeconómico y político-administrativo) y en el nivel meso.

 

El primer requisito no se cumplió durante largo tiempo en los países en desarrollo que seguían una estrategia de industrialización orientada al mercado interno. Al amparo de murallas proteccionistas se hizo el intento de montar industrias nacionales altamente integradas, prescindiendo en muchos casos de la competencia, ya que el mercado nacional era demasiado estrecho para más de una empresa, tanto, que la admisión de una más habría alejado bastante la posibilidad de contar con las deseadas economías de escala. La falta de presión competitiva hizo que las empresas nacionales -y, en muchos casos, las filiales de las multinacionales quedaran muy rezagadas en términos de eficiencia con respecto a los niveles internacionales (Esser, 1992). Algo parecido sucedió en los ex países socialistas (Messner y Meyer-Stamer, 1992). Las políticas de ajuste estructural practicadas en los países en vías de desarrollo a lo largo de los años 80 tendieron , por lo tanto, a incrementar la competitividad de las empresas, aumentando la presión sobre las mismas al liberalizar el comercio exterior y reducir los subsidios.

El segundo requisito no ha sido suficientemente considerado en el reciente debate sobre política de desarrollo. El concepto ortodoxo de ajuste estructural se movía a dos niveles: macro y micro. Las medidas adoptadas en el nivel macro (estabilización, liberalización y desestatización, apertura al mercado externo, devaluación) apuntaban a corregir distorsiones en las estructuras de incentivos y estimular así al empresariado latente en el nivel micro, cuyo desarrollo había sido nulo debido a las múltiples restricciones estatales y a lá distorsión de los precios (Thomas 1991, Banco Mundial 1993). En la práctica, sin embargo, ese intento de vitalizar y dinamizar el sector empresarial quedó no pocas veces por debajo de las expectativas. Tal cosa ocurrió por haberse subestimado dos factores: la complejidad de los requerimientos a las empresas y la importancia del entorno institucional.

En los últimos años y en el marco de diversas disciplinas han sido elaborados varios conceptos destinados a englobar -a distintos niveles de agregación- los requerimientos a las empresas y al entorno institucional. En cuanto a los factores internos de la empresa, la sociología industrial hizo notar en fecha temprana que las empresas procuran adaptarse a los nuevos requisitos competitivos implantando "nuevos conceptos de producción" (Kern y Schumann, 1984) que implican el abandono de patrones organizativos ya superados de tipo taylorista y basados en la división del trabajo. Durante largo tiempo fue imposible prever si acabarían imponiéndose los conceptos orientados a la técnica (Computer-integrated manufacturing)(22) o los de orientación humana (organización antropocéntrica, flexible specialization, lean manufacturing)(23). Desde la óptica de la teoría de la gestión, el concepto de reengineering explica con mayor perspicacia la ruptura radical que las empresas necesitan consumar con los conceptos de organización desfasados (Hammer, 1990). Aparte de ello, tanto la teoría de la gestión como la sociología industrial han tematizado las relaciones interempresariales de subcontratación -un fenómeno cambiante y cada vez más intenso- aplicando conceptos como el de just-in-time y el de las cadenas de valor agregado.(24)

Otros enfoques han permitido observar con mayor amplitud el fenómeno consistente en las redes de cooperación interempresarial. Con el trasfondo de experiencias recogidas en industrias tanto tradicionales (en los industrial districts italianos)(25) como nuevas (en el Silicon Valley de California, ver por ej. Savenian, 1994), quedaron demostrados los efectos estimulantes de la aglomeración (clusters) sobre la competitividad de las empresas, demostración que engarza con reflexiones anteriores de Alfred NIarshall. El énfasis recae en las ventajas que surgen bajo el aspecto de la "eficiencia colectiva" (Schmitz, ] 989) a través de la intensa comunicación informal y del aprendizaje interactivo (Lundvall, 1988). Se destaca la complementariedad existente entre competencia y cooperación, así como la importancia que reviste un entorno institucional formado en parte por medios políticos; las investigaciones que se efectúan desde ese enfoque no se limitan al nivel micro, es decir, al de las empresas.

 

La investigación de los clusters fue ampliada por Michael Porter en su análisis de las "ventajas competitivas nacionales" (Porter 1990), que configuran un "diamante" cuyas aristas son las estrategias y estructuras empresariales, la competencia, las condiciones de la demanda, las condiciones factoriales, así como las industrias afines o de apoyo; la competitividad industrial proviene en medida determinante de la calidad de la zona para la radicación industrial. Por cierto que Porter se centra en los clusters de empresas y en las empresas subcontratistas y de servicios que apoyan a las primeras. El nivel nacional emerge en su enfoque a la manera ortodoxa-neoliberal, es decir, como un contexto que ejerce presión sobre las empresas; Porter examina apenas los aspectos político-institucionales, localizados más allá de la formación de entornos en los países de industrialización tardía.

Una visión algo diferente de las condiciones generales que determinan el comportamiento de las empresas y el entorno de las mismas está dada en los análisis de "sistemas de innovación nacional" (26) que dan continuidad a los estudios sobre la innovación en el campo de la economía.(27). Esas aproximaciones esclarecen la importancia de una serie de factores políticos, institucionales y económicos para el desarrollo empresarial. De acuerdo con ellas, el comportamiento de la empresa depende no sólo de la estructura general de los incentivos, sino además de arreglos institucionales muy específicos, que se van constituyendo a lo largo de prolonga dos períodos y que implican, por ejemplo, una orientación decididamente empresarial por parte de los centros de investigación de las universidades, la estructura básica de las relaciones industriales o el comportamiento de las entidades financieras.

En el marco de la OCDE se han desarrollado en los últimos años considerables esfuerzos para sistematizar los diferentes enfoques existentes sobre el fenómeno de la competitividad y resumirlos en un enfoque integral bajo el concepto de "competitividad estructural" (OCDE, 1992). Los elementos medulares de este concepto son (1) el énfasis en la innovación como factor central del desarrollo económico, (2) una organización empresarial situada más allá de las concepciones tayloristas y capaz de activar los potenciales de aprendizaje e innovación en todas las áreas operativas de una empresa, y (3) redes de colaboración orientadas a la innovación y apoyadas por diversas instituciones y un contexto institucional con capacidad para fomentar la innovación.

 

El concepto de "competitividad sistémica" se basa en el reciente debate de la OCDE. Nuestras reflexiones al respecto partieron de un fenómeno observado en numerosos países en desarrollo, que es la inexistencia o la insuficiencia del eficaz entorno empresarial enfatizado en el concepto de la OCDE. Semejante fenómeno puede impedir que el reajuste estructural fomente el desarrollo industrial aun cuando la estabilización a nivel macro haya sido exitosa; tal cosa se ha venido comprobando tanto en los países miembros de la OCDE como en los países de mayor o menor desarrollo relativo. (28)

 

Es justo señalar sin embargo que un entorno deficiente no impide en principio la creación de competitividad. Cuando las condiciones generales cambian básicamente con el paso de un mercado interno protegido a una economía abierta y cuando las empresas se ven ante la disyuntiva de elevar su eficiencia o salir del mercado, por lo menos una parte de ellas acomete los esfuerzos necesarios para mejorar con rapidez la competitividad.(29). Ésta surge en primer término allí donde es factible aprovechar determinadas ventajas estáticas de radicación industrial.(30) Pero la ausencia de un entorno eficaz restringe la capacidad de las empresas para desarrollar una competitividad duradera. Sucede que éstas no pueden concentrarse en la actividad productiva central que las hace competitivas por verse obligadas a desarrollar ellas mismas producciones y servicios internos que a otras empresas les basta con adquirir o explotar como efectos externos. En consecuencia no se produce el upgrading permanente que distingue a las empresas de eficiencia duradera (Messner 1993b).

Nuestro concepto va más allá del que ha formulado la OCDE. El concepto de la OCDE y otros similares cubren sólo categorías económicas, soslayando casi por completo la dimensión política que interviene en la creación de competitividad. Se está llegando a un consenso sobre el hecho de que la creación de un entorno sustentado con el esfuerzo colectivo de las empresas y con la iniciativa conjunta de las asociaciones empresariales, el Estado y otros actores sociales puede conducir hacia un desarrollo relativamente acelerado de las ventajas competitivas (Hillebrand, 1991). Sin embargo, la literatura existente acerca de esta temática contempla en medida insuficiente los patrones de gestión en que se basan los procesos exitosos de industrialización tardía.(31)

 

Pero también con respecto a los países industrializados se comprueba que los análisis de la competitividad prácticamente no están relacionados entre sí, como tampoco lo está la investigación de nuevos patrones de gestión en diferentes áreas de la política, como la política de estructuras industriales y la política tecnológica. Si bien es cierto que se ofrece una descripción detallada del entorno empresarial a crear, también es cierto que las propuestas políticas concretas con respecto a los mecanismos y métodos de identificación y tratamiento de problemas, de toma de decisiones, implementación y seguimiento de los resultados, no dejan de ser vagas e imprecisas.(32) Es más: en el discurso económico prima una ortodoxia que, si bien reconoce, en principio, las fallas del mercado-debido, entre otras cosas, a las externalidades-, considera que es mayor el peligro de las fallas del Estado. Los defensores de esta ortodoxia estiman por tanto que la gestión y la intervención pública en el área del desarrollo industrial son generalmente perjudiciales. Tal opinión se basa ciertamente en un concepto de gestión acorde con las ideas keynesianas y sociotecnológicas de los años 60 y 70, y no con los nuevos patrones de gestión que, basados en las redes de colaboración, se vienen imponiendo desde los 80. Al elaborar nuestro enfoque hemos recurrido al debate suscitado en estos últimos tiempos en el ámbito de las ciencias políticas en torno a los potenciales y alcances de estos patrones de gestión.

 

El concepto de la competitividad sistémica

Niveles de competitividad sistémica

Un país puede elaborar cualquier cantidad de políticas o elementos de competitividad a partir del conjunto dado de determinantes de la "competitividad sistémica" (subsistemas e instrumentos de gestión). Los países más competitivos poseen

- estructuras en el nivel meta que promueven la competitividad,

- un contexto macro que ejerce una presión de performance sobre las empresas, y un nivel meso estructurado, donde el Estado y los actores sociales desarrollan políticas de apoyo específico, fomentan la formación de estructuras y articulan los procesos de aprendizaje a nivel de la sociedad,

- un gran número de empresas situadas en el nivel micro, que buscan simultáneamente eficiencia, calidad, flexibilidad y rapidez de reacción, estando muchas de ellas articuladas en redes de colaboración mutua.

En contraste con ello, la mayoría de los países en desarrollo o en transformación se distinguen por las deficiencias que acusan en los cuatro niveles. ¿,Cuáles son entonces los puntos de partida para los países que quieren desarrollar industrias competitivas a nivel internacional o elevar a ese nivel la competitividad de sus industrias ya existentes? ¿Qué medidas deben tomarse en primer término? La experiencia atesorada en una serie de países de mayor o menor éxito permite formular las siguientes conclusiones:

- En un comienzo, lo importante es la estabilidad del contexto macroeconómico (para ello, el déficit presupuestario, la deuda externa, la inflación y el tipo de cambio tienen que ser controlables, y las reglas del juego económico no deben cambiar reiteradamente, ya que esa es la única forma de ofrecer seguridad a la inversión) y la necesidad de que la macropolítica haga llegar a las empresas señales claras e inequívocas de que ellas deben acercarse a los niveles de eficiencia usuales en el ámbito internacional. A tal fin puede servir la política comercial, siempre que el desarme arancelario se produzca a lo largo de etapas previsibles. La política reguladora de la competencia puede jugar un papel relevante para prevenir situaciones monopólicas.

- La política macroeconómica y la formación de estructuras mesoeconómicas se condicionan mutuamente. La estabilización en el nivel macro es una condición necesaria, pero no suficiente, para garantizar el desarrollo sostenido de la competitividad, pues ello presupone implementar las políticas de nivel meso. Pero la formulación de las mismas será poco promisoria mientras no se haga nada por estabilizar el contexto macro. La política tecnológica, por ejemplo, no alcanzará su objetivo de fortalecer la capacidad tecnológica de las empresas si los propios empresarios no buscan la competitividad. Las barreras arancelarias selectivas sirven para tortalecer las industrias sólo cuando las empresas aprovechan el tiempo disponible para hacerse competitivas.

- Numerosos países en vías de desarrollo que han vivido un largo período de orientación hacia adentro sufren hoy bloqueos en su desarrollo social y no han alcanzado el consenso sobre el rumbo que deberá adoptar la futura estrategia de su desarrollo económico (bloqueos en el nivel meta).. El desbloqueo social y la implantación del nuevo patrón orientado al mercado mundial son dos procesos que van de la mano, posibilitando el aprendizaje en el terreno de la política económica. Para que los grupos clave de actores sociales sean capaces de formular políticas y trazar estrategias, es indispensable lograr un consenso cada vez más generalizado sobre el rumbo del desarrollo. Solamente una orientación básica común permite emprender procesos de búsqueda colectiva que a