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mayo 26-2001 El
Manifiesto Comunista y la Globalización Aldo
Andrés Romero* Texto
de la intervención realizada por el autor en el encuentro organizado para la
presentación de Herramienta
en la Ciudad de Córdoba, el 5 de junio de 1998. En
primer lugar, quiero agradecer la posibilidad de presentar la revista Herramienta
en Córdoba: a quienes trabajaron en la organización del encuentro, a la
"Casa del Trabajador" que facilitó las instalaciones, a la fraternal
acogida de la revista contenida en las intervenciones de quienes me acompañan
en la mesa, los compañeros Luis Bazán y Eckart Dietrich y, por supuesto, la
presencia de todos ustedes. Pasando
al tema que nos reúne, me voy a permitir comenzar leyendo una cita. Porque es
posible que a mucha gente le parezca que hablar del Manifiesto Comunista en
estos tiempos de "Globalización" es un anacronismo inútil. A quienes
piensan así, sería útil leerles este párrafo: Espoleada
por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía
recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas
partes, crear vínculos en todas partes. Mediante
la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a
la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los
reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas
industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente.
Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en
cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no
emplean materias primas indígenas sino materias primas venidas de las más
lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio
país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades,
satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman
para su satisfacción productos de los países más apartados y los climas más
diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se
bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal de las naciones,
una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la
producción material, como a la producción intelectual (...) Merced
al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de
la civilización a todas las naciones (...) Obliga a todas las naciones, si no
quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a
introducir la llamada civilización. Esta
tesis que destaca el carácter expansivo del capitalismo y su dinámica de
alcances mundiales tiene tal actualidad, que innumerables trabajos referidos a
la globalización mencionan al Manifiesto, aunque muchos lo hagan para
terminar concluyendo que, de todas maneras, sus ideas y proyecto político nada
tienen que ver con el mundo "globalizado". Yo creo lo contrario, pero
por otra parte, no tengo ningún interés en dar la impresión de que el curso del
mundo se ajustó a las previsiones marxianas. Más bien, quiero comenzar por
destacar que los autores del Manifiesto creían que las transformaciones
impulsadas por la burguesía chocaban ya con los límites impuestos por su mismo
sistema, y quedaba en manos del naciente movimiento obrero la tarea de unificar
el mundo. Las cosas no ocurrieron así, y esto nos impone comprender cabalmente
las consecuencias de que esta globalización-mundialización que vivimos no es la
resultante de la revolución social, sino que llegó de la mano de una imprevista
sobrevida del capitalismo. Tenemos
a la vista un triunfo sin precedentes de la mercantilización con todo su
fetichismo, que no sólo impone al trabajo humano el status de mercancía, sino
que lo desvaloriza y lo subsume buscando incrementar la plusvalía, pero también
buscando por todos los medios pulverizar en los trabajadores la capacidad de
resistencia y las potencialidades características del hombre. También los
recursos naturales de la Tierra están sometidos como nunca a las leyes del
mercado y la ganancia, provocando despilfarros, contradicciones y peligros cada
vez menos controlables. Porque
la mundialización impacta al planeta en la misma medida en que se han extendido
las relaciones capitalistas de intercambio y el mercado mundial, pensar la
mundialización del mundo es pensar sus contradicciones y las vías para
superarlas. "Lo
más acabado de la aventura humana..." La
calificación de global comenzó a difundirse a principios de los ochenta
hasta popularizarse vía la prensa económico-financiera anglonorteamericana y
llegar, con la ofensiva política neoliberal, a convertirse en el discurso
repetido una y mil veces por los jefes de gobierno, por los "opositores",
por los comentaristas de los grandes medios, por el mundo académico... El pensamiento
único que multiplica las apologías del mundo "sin fronteras" y
las grandes empresas "sin nacionalidad" pretende que este es el curso
natural de las cosas, benéfico y necesario. En una reciente conferencia
organizada por la London School of Economics de Londres, el Jefe de Redacción
del celebérrimo Financial Times dijo sin pestañear: La
mundialización constituye una genuina colaboración de las sociedades y las
culturas por encima de las fronteras, a diferencia de las colaboraciones
puntuales de las elites burocráticas y los diálogos Norte-Sur. No sólo socavó
los cimientos del imperio del mal soviético, sino que está haciendo lo mismo en
China. Pero incluso sin estos efectos políticos directos, sus virtudes hubieran
sido extraordinarias: provocó una enorme mejoría del bienestar humano en las
sociedades que supieron elegir las oportunidades que ofrece (...) La economía
liberal de mercado es por naturaleza global. Constituye lo que hay de más
acabado en la aventura humana. Menos
extremistas, otros publicistas reconocen efectos dañinos y peligros, pero
insisten en que no hay más remedio que adaptarse a las nuevas exigencias
e imposiciones, por ser consustanciales con las fuerzas del mercado, convertidas
en horizonte insuperable de la humanidad. En
todos los casos, aplican el viejo enfoque que naturaliza los procesos
sociales, ocultando el juego de intereses de poder y de clase antagónicas y
negando las posibilidades de cambio presentes en las acciones que protagonizan
los hombres. Mundialización
del capital Rechazar
la idealización interesada de la globalización no debe llevarnos a cerrar los
ojos ante ella. Debemos estudiarla como un proceso, ver cómo ha ocurrido
y sobre todo la forma en que hoy se produce. Acá nos tropezamos con la idea del
supuesto advenimiento de otro orden social, radicalmente diverso:
sociedad "posindustrial", "poscapitalista", "de
servicios", "informática", "comunicacional"...
Este enfoque es errado porque considera las cuestiones tecnológicas
desvinculadas de la dinámica global de las relaciones sociales y lleva a (...) renunciar a cualquier caracterización social del modo
de producción actual y compartir involuntariamente la jerga tecnocrática que
excluye el supuesto arcaísmo de términos como proletariado, ganancia, lucha de
clases, etc. Por
el contrario, consideramos que la existencia de clases sociales con intereses
antagónicos y, por ende, la lucha de clases, es consustancial al capitalismo en
general, y al capitalismo globalizado en particular: esta es otra de las tesis
del Manifiesto plenamente válida. Debemos pues arrancar por las
contradicciones del capitalismo actual y no por lo que pregonan los paradigmas
o paradogmas de moda. No se trata de negar cambios y transformaciones
que nos enfrentan con realidades y problemas que no existían en los años del
Manifiesto Comunista, sino de analizar los problemas de nuestra época
rechazando las anteojeras de muchas palabras y definiciones que se amontonan
para encubrir o eludir la continuidad esencial, explotadora e inhumana del orden
del capital. La
mundialización del capital...Su realidad presente Dejando
de lado la génesis y los diversos movimientos que confluyen en la actual
mundialización del capital, veamos cuál es su realidad presente. A lo
largo de los noventa, la economía mundial registró tasas de crecimiento del PBI
muy débiles, deflación rampante, sacudones e inestabilidad monetaria y
financiera cada vez más difíciles de controlar, elevada desocupación
estructural, marginalización de regiones enteras y competencia cada vez más
intensas entre las potencias triádicas (Estados Unidos, Japón, Europa).
No se trata de fenómenos aislados sino de relaciones que tienden a constituir
una totalidad sistémica, en cuyo marco deben considerarse la evolución de la
inversión y la producción, así como el desarrollo de la centralización
financiera y la concentración industrial, corporizados en las Transnacionales,
los Fondos privados de pensión, Fondos comunes de inversión, etc. De acá se
desprende un rasgo característico: la capacidad del capital-dinero rentista
para imponerse y marcar el movimiento general de acumulación capitalista.
Emerge un "régimen mundial de acumulación financiarizado"
basado en una profunda modificación de las relaciones salariales y el fuerte
aumento de la tasa de explotación, pero dirigido por un capital financiero con
epicentro en las mayores plazas financieras, los gobiernos de los países
centrales y organizaciones como el Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial
u Organización Mundial del Comercio. Los mercados financieros y los grandes
operadores que los dominan manejan las palancas de mando del sistema
capitalista y dictan el libreto del régimen de acumulación. A otro nivel, la
mundialización del capital y el predominio financiero acentúan la jerarquización
entre países y hasta cierto punto modifican su configuración. Hay que
subrayar que los niveles de concentración mundial son equivalentes a los que
hace veinte años los gobiernos nacionales diagnosticaban, a escala nacional,
como oligopolio. Las firmas y países que constituyen este oligopolio
mundial establecen relaciones con las diversas regiones del mundo
fuertemente asimétricas y jerarquizadas, y constituyen un espacio de
interdependencia y feroz competencia basado en la expansión mundial, las
inversiones cruzadas y la concentración derivada de adquisiciones y fusiones
entre estos grandes grupos que en general son originarios de alguno de los
polos de la Tríada. También merece destacarse que la mundialización integra un
doble movimiento de polarización: en el seno de cada país, con la
desocupación y el agravamiento de las abismales diferencias en los ingresos; y
a escala internacional, aumentando brutalmente la distancia entre los países
situados en el corazón del oligopolio mundial y los restantes, muchos de los
cuales pasaron de ser considerados "países en desarrollo" a ser
calificados "zonas de pobreza" que sólo preocupan porque lanzan
hordas de emigrantes sobre "el primer mundo". Por último, cabe
subrayar que las facilidades para las "delocalizaciones" hacia
países de bajos costos salariales, permite que un capital sin ataduras
territoriales ponga a competir la fuerza de trabajo atada a los diferentes
países y liquide las legislaciones del trabajo y los convenios colectivos
salariales nacionales. La
crisis que estalló en julio de 1997 y continúa en estos momentos es reveladora.
A pesar de que los medios de comunicación insistan en hablar de "crisis
financiera en Asia", se trata de una crisis económica del capitalismo
globalizado. Hunde sus raíces en las relaciones de producción y distribución
dominantes. Lleva el sello de un régimen de acumulación que superexplota a los
trabajadores, que presiona a las más amplias capas de la sociedad por medio del
impuesto y el interés sobre los créditos, pero que no llega sin embargo a
apropiarse y a centralizar la cantidad de riquezas que necesita el capital,
porque ha pesar de todo la inversión ha caído a niveles muy bajos de manera que
globalmente la acumulación no arroja a la plaza suficiente capital nuevo
generador de valor y plusvalor. Esta crisis es más que una clásica crisis de
superproducción. Traduce las contradicciones de un sistema orientado, más
fuertemente que en cualquier otro momento del estadio imperialista, en el
sentido de la pura depredación. La
globalización más allá de la economía Pero
la globalización también obliga a mirar más allá de la economía y a mirar los
mismos procesos "económicos" con otros ojos. Hay transformaciones del
mercado capitalista, de los modelos de industrialización, del Estado-nación,
del sistema mundial de Estados y a nivel cultural. Todo esto expresa un
proceso tendencial de conformación de un sistema global donde los sujetos se
articulan con las estructuras sociales y las estructuras culturales a través de
múltiples mediaciones e influencias recíprocas de acontecimientos locales y
procesos mundiales. La sistematicidad no está dada sino que se hace
continuamente, con restricciones cada vez menores de tiempo y espacio. Por eso,
si es cierto que los asuntos locales pueden ser afectados por imposiciones
globales, también es verdadero lo contrario. Dada la vastedad del tema, solo
abordaremos algunos aspectos que consideramos particularmente significativos. La
reorganización geográfica del capitalismo y su impacto social El
proceso de acumulación del capital incluye entre sus momentos constitutivos la
"producción del espacio": históricamente, esto significó sucesivas destrucciones
y reconstrucciones de la geografía mundial, y en el presente permite hablar
de la globalización como profunda "reorganización geográfica del
capitalismo" y "un proceso de producción de un desigual desarrollo
espacio-temporal". Por ejemplo, la "implosión del horizonte
temporal" lograda por el sector financiero exacerba las tensiones con las
otras fracciones del capital que funcionan y rotan según ritmos y escalas
temporales distintas. Y sobre todo experimentamos la aceleración inusitada del
proceso de territorialización, desterritorialización y reterritorialización
con tremendo impacto para la población mundial. Surgen polos de desarrollo,
espacios de circulación y ciudades que constituyen espacios desvinculados de su
ambiente natural, social, histórico y cultural, que imponen pautas espaciales y
temporales que trastocan la vida cotidiana de la gente. Con
el "encogimiento" del planeta y la "aceleración de la
historia" estamos ante una situación de "contacto" e
interpenetración de pueblos y culturas inédita: el hecho es que el mundo
contemporáneo está ya unificado y continúa siendo plural, o que los mundos que
lo constituyen son heterogéneos aunque estén relacionados entre sí. Existe una
simultaneidad de procesos de diferenciación junto a los de homogeneización.
La mundialización del capital convierte al mundo en un desierto de valores
humanos, el mercado mundial aparece como algo inmenso e inconmensurable que
empuja a que mucha gente se aferre a las localidades en tanto lo local sigue
siendo mensurable. Pero el par "mundial/local" no debe ser considerado
una antinomia absoluta, sino como contradicción dialéctica. En vez del lugar
común que presenta a la mundialización de manera homogénea y lineal, puede
verse que mundialización y particularización marchan unidos en un doble
movimiento, lo que requiere comprender ese movimiento, así como la dialéctica
de cada uno de los opuestos. Capitalismo
global y Estado La
globalización implica un relativo debilitamiento del Estado-nación, pero de
ninguna manera precipita la desaparición del Estado. Es evidente que el
Estado-nación y muchos de sus atributos clásicos están siendo horadados de
diversa manera por los desarrollos del capitalismo mundial, con las
transnacionales, el predominio del capital financiero especulativo y el rol de
organismos como el FMI... Pero incluso para la implementación de las políticas
"globales" los Estados-nación resultan imprescindibles, pues el
capital no tiene con qué reemplazarlos. El
multimillonario especulador financiero Soros decía hace pocas semanas: El
sistema capitalista global se funda en la falsa premisa de que si los
competidores son librados a sus recursos todo el sistema tiende al equilibrio.
La realidad es lo opuesto, el sistema tiende a quebrarse. No es inestable
debido a un impacto externo, sino inherentemente inestable (...) Nos faltan
instituciones apropiadas a escala global (...) Si no hay instituciones que
preserven la estabilidad, cosa que los mercados no pueden hacer por sí solos,
insisto, nos precipitamos en el colapso del sistema capitalista global, con
consecuencias incalculables. Efectivamente,
por sus mismas características constitutivas "el sistema de metabolismo
social del orden del capital" nunca pudo prescindir del Estado moderno y
esta estructura política de mando es parte indisociable de la materialidad del
sistema del capital, tal como se ha constituido históricamente. Pero debido a
esta misma materialidad histórica, el orden del capital enfrenta ahora una de
sus contradicciones más insoluble: su lógica expansiva lleva a la conformación
de un capital global, y al mismo tiempo las características constitutivas del
orden del capital levantan una barrera a la existencia de un Estado mundial. La
imposibilidad en que se encuentra el capital global para dotarse de un Estado
mundial es y será fuente de tensiones y procesos política y materialmente cada
vez más incontrolables para el sistema. En esto se inscriben peligros y
desastres globalizados como las viejas y nuevas pandemias, la proliferación de
armas atómicas, el terrorismo con alta tecnología, las catástrofes ecológicas,
el auge de las "economías criminales", las tendencias autoritarias,
etc. Globalización
y cultura Aunque
se habla de la emergencia de una "americanización" o
"McDonaldización" cultural del mundo, también a este nivel convendría
pensar en términos de procesos los fenómenos de integración cultural y de
desintegración cultural que se realizan a nivel interestatal y a escala
transnacional. Sobre esto existe una polémica en pleno desarrollo, pero se
afirma la necesidad de abandonar la idea de cultura como dato
cosificado, para acentuar lo construido. La construcción de identidades
deja de ser vista como consecuencia de diferencias raciales o culturales, y
pasa a ser considerada como una estrategia social relacional. Una concepción
dinámica y dialéctica de cultura e identidad, en la que inciden las dinámicas
económicas y sociales, permite comprender que el campo de la cultura se
convirtió en uno de los principales escenarios de la disputa política y de la
producción de legitimidad. La
"insurrección de los particularismos" asociada al apego de un grupo
humano al lugar, a un espacio y un tiempo reconocibles, tiene visibles
expresiones fundamentalistas reaccionarias, por ejemplo los Talibanes... Pero
también puede contener el impulso expreso o potencial hacia la reconstrucción
de formas estatales más "próximas" buscando autonomía y protección
ante las grandes potencias económicas, o de sublevación contra el
espacio-tiempo del Estado-nación... Sin generalizaciones ni unilateralidades,
cabe analizar y buscar concretamente en estos procesos las fuerzas que podría
perturbar y resistir el desarrollo del capitalismo mundial, posibilitando
también un debilitamiento del Estado: no se puede desconocer que los estados
nacionales pueden ser todavía un marco potencial para la resistencia al poder
de las transnacionales y los imperialismos, y al mismo tiempo es obligatorio e
inaplazable buscar caminos para que los explotados y oprimidos no se
despanzurren entre sí, y la humanidad no se siga despedazando entre naciones. "Socialismo
o Barbarie" Esta
sucinta revisión de algunos problemas ligados al proceso de
globalización-mundialización basta para concluir que lo que algunos quisieron
ver como "el fin de la historia", resulta ser por el contrario un
precipitarse hacia una época de turbulencias y cambio. Un historiador de los
orígenes del sistema-mundo capitalista, mirando este fin de siglo escribe: Estamos
navegando por mares de los que no hay mapa. Sabemos más sobre los errores del
pasado que sobre los peligros del futuro próximo. Hará falta un enorme esfuerzo
colectivo para desarrollar una estrategia de transformación lúcida (...). No
hay motivo para el optimismo ni para el pesimismo. Todo es posible, pero todo
es incierto. La
sociedad moderna está unificada al mismo tiempo que se diferencia y desgarra.
Es el fin de cierta historia y la posibilidad de comenzar una historicidad
consciente: un momento de transformación y de profundo desorden. La
contradicción fundamental y característica de la época puede enunciarse diciendo
que: (...)
estamos ante la posibilidad sin precedentes de autoproducción consciente de la
humanidad y al mismo tiempo la posibilidad también sin precedentes de
autodestrucción de la humanidad (no sólo por el riesgo militar, sino por la
autodestrucción ecológica o la descomposición social). Estamos ante un
trastorno o alternativa fundamental: autodestrucción, o transformación mundial
con la construcción de nuevas relaciones sociales. O
también, retomando las palabras de Rosa Luxemburgo: "Socialismo o Barbarie".
Claro que esta disyuntiva no debe entenderse de manera determinista, porque el
devenir histórico no surge solamente por el peso de las determinaciones,
sino también del juego entre las posibilidades y las decisiones
de los hombres. Hace 150 años, el Manifiesto lanzó un vibrante llamado
que, al cabo de algunos años había sido recogido por millones y millones de
explotados y humillados de toda la tierra: "Trabajadores del mundo,
uníos...". No es esta la oportunidad de reflexionar cómo y porqué el movimiento
obrero perdió ese rumbo y se fragmentó hasta perder casi la conciencia de clase
y el internacionalismo, pero sí lo es para afirmar que debemos retomar esa idea
directriz del Manifiesto Comunista. Porque lo mundial se particulariza y
lo local está conectado a la mundialización, hay que rescatar y desarrollar la
reflexión y las prácticas que, desde una fábrica tomada, un corte de rutas o
una ocupación de tierras, apunten a reconocerse como iguales en la lucha contra
la explotación y la dominación, y también a reconstruir un nuevo
internacionalismo con los explotados y oprimidos de todo el planeta, un
internacionalismo comprometido con la creación de nuevas relaciones sociales
que no sean relaciones de poder ni de dominación, un nuevo internacionalismo sin
lastres socialdemócratas ni estalinistas, sin hegemonismo ni burócratas, sin
racismo ni sexismo. Como bien dijo desde las páginas de Herramienta el
marxista colombiano Vega Cantor: "Aunque todavía no se vislumbran fermentos de una nueva
conciencia de clase -que esta vez tendrá que ser local y mundial al mismo
tiempo-, teniendo en cuenta la historia del capitalismo y el grado de
radicalización de las contradicciones sociales, de la injusticia y de la
desigualdad a nivel planetario, es de esperar que se vayan gestando los
embriones de una nueva subjetividad social entre las víctimas de la
mundialización del capital. Y eso es fundamental si se quiere que la especie
humana sobreviva como algo más que una manada de parias y de esclavos, o como
simple apéndice de la tecnología y consumidora irracional de mercancías" Para
colaborar en esta inmensa tarea sacamos la revista que estamos presentando,
propiciamos encuentros de reflexión y debate como el que sostendremos esta
noche, buscamos unir teoría y práctica social. Nuevamente, muchas gracias por
su presencia y atención. Autor del libro
Después del Estalinismo, los Estados burocráticos y la revolución socialista,
Editorial Antídoto, Buenos Aires, 1995; miembro del Consejo de Redacción de Herramienta,
revista de debate y crítica marxista, en la que ha publicado los
artículos : Debates Después del Estalinismo (Nº 1), El
Socialismo y el Estado (Nº 2), Algunas Reflexiones Ante El 80
Aniversario De La Revolución Rusa. Recuerdos del futuro (N°5). |