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consultado junio 10 de 2002  

EL NEOLIBERALISMO EN SU LABERINTO

Por OSVALDO MARTINEZ 



La superposición de la política neoliberal sobre el proceso de globalización, imprimiendole características, límites y orientación básica al mismo, se encuentra en el centro mismo de la compleja y peculiar coyuntura de la economía mundial de final del milenio.

Esta invasión y ocupación como de plaza tomada por asalto, que el neoliberalismo ha hecho de un proceso histórico objetivo como es la globalización, carente de misterios, subordinandolo a su lógica y modelando su operatividad en función de extraordinarios beneficios para algunos grupos sociales y excepcional explotación para otros, constituye la fuente de una verdadera mitología de la globalización, de una larga lista de percepciones erróneas, a veces sin segundas intenciones y muchas veces de interpretaciones propagandísticas cargadas de intencionalidad.

Una buena parte de la población mundial cree o al menos repite el mensaje elemental que los medios globalizados difunden por el planeta: la realidad económica en la que globalización y neoliberalismo aparecen mezclados y la globalización neoliberal se presenta con la fuerza de realidad concreta asistida por un aplastante sistema global creador de imágenes, apetencias, preconceptos y reflejos primarios, es la única realidad posible. Es el presente y el futuro, el único escenario imaginable, en el que caben solo el éxito premiado por la riqueza o el fracaso castigado por la pobreza y aún más allá, por la exclusión.

La subordinación de la globalización a la lógica y el horizonte neoliberal está en la raíz de la crisis financiera internacional en curso y de sus probables derivaciones hacia una gran crisis global.

También está en la raíz de la inequidad, la exclusión y en esencia, la explotación que modelan la fisonomía del mundo que habitamos.

Nunca la globalización exigió tanto como hoy la solución colectiva a gigantescos problemas colectivos. Ahora la globalización con su avance impetuoso reduciendo distancias y tiempos, estableciendo un entramado de interrelaciones en el que todos estamos insertados, exige soluciones -muchas veces a nivel planetario- para problemas también planetarios que se abaten sobre un planeta cada vez más pequeño en términos de distancias y comunicaciones y cada vez más excluyente en términos sociales y más próximo al abismo en términos ecológicos.

La globalización, que en su largo transitar desde los albores del capital comercial y la creación de una de sus criaturas sobresalientes como lo fue el mercado mundial que entrelazó a todos, no había conocido un desarrollo tan elevado como en este mundo del fax, de las super computadoras, de la realidad virtual, de la ingeniería genética; demanda ahora enfoques y conductas en congruencia con el nivel global de los problemas planteados al mundo, de los conocimientos que los humanos dominan y los instrumentos tecnológicos disponibles. Pero esa globalización está encorsetada dentro de un pensamiento y política que no solo la subordina y reduce a la lógica capitalista, sino a la más individualista y rapaz de las variantes de política que ese sistema puede practicar, si exceptuamos al fascismo.

La globalización demanda una cosmovisión incluyente de las grandes mayorías y un esencial sentido de justicia social y solidaridad humana, en tanto que el neoliberalismo es su antípoda, con su corta visión del lucro individual, la pasividad ante el mercado, la apelación a los instintos primarios y su despiadado darwinismo social.

Esta camisa de fuerza neoliberal aplicada a la globalización ha creado un monstruo que recorre el mundo.

Si los clásicos del marxismo llamaron la atención a mediados del siglo pasado sobre un fantasma que recorría Europa e inquietaba a las burguesías de entonces, ahora finalizando el siglo XX un monstruo recorre el planeta motivando la angustia de miles de millones de personas.

En el periódico "El País" de 2 de agosto de 1998 el economista español Emilio Ontiveros lo calificaba así: "La crisis de los países asiáticos pone de manifiesto que los gobiernos y los organismos internacionales han alumbrado en las últimas dos décadas con la desregulación de los mercados, las privatizaciones a escala planetaria, la transición de las economías de planificación central a las economías de mercado y la total libertad a los movimientos de capitales, un monstruo, un Frankenstein al que se ha dejado en libertad y sin control".

- La Mitología de la Globalización.

El pensamiento único ha creado una verdadera colección de mitos acerca de la globalización. No son mitos inocentes, porque han desempeñado un papel relevante en la ofensiva neoliberal de las dos últimas décadas, la que hoy ha sufrido derrotas, pero se encuentra lejos de su derrota total y tomará años limpiar la costra tenaz del pensamiento y las acciones prácticas de política neoliberal.

Valiosos trabajos de Aldo Ferrer han contribuido a desvanecer los mitos y mostrar el verdadero calibre de la globalización.

Según la visión fundamentalista de la globalización, los avances tecnológicos habrían desatado fuerzas que escapan al control de los Estados nacionales y de los actores sociales. Viviríamos en una aldea global, unificada sólo por la informática y la velocidad en los medios de transporte. A partir de esto, se supone que la mayor parte de la economía mundial está en manos de entes transnacionales y las transacciones económicas no se realizan, en lo fundamental, en los espacios o territorios nacionales, sino en los espacios planetarios.

Como ejemplos característicos de esto se menciona el mercado financiero globalizado y las gigantescas megacorporaciones que funcionan en la economía global.

Las decisiones sobre asignación de recursos, cambios tecnológicos, distribución del ingreso y la especialización de los países se toman fuera de los espacios nacionales y los Estados serían impotentes para determinar la suerte de los países. A su vez, sobre esta consideración se plantea que en el mercado mundial no compiten países sino firmas que sobreviven gracias, a sus capacidades para abrirse paso en la competencia global. Estas firmas aparentemente estarían desarraigadas de sus Estados nacionales y, convertidas ya en empresas globales, volarían solas con sus motores por el mercado planetario.

Como resultado de todo lo anterior, se plantea que esta globalización de nuestros días es un fenómeno nuevo y sin precedentes en la historia de la humanidad, ni siquiera en la historia del capitalismo.

Si las economías nacionales han perdido sentido, como postula esta visión fundamentalista, entonces la soberanía nacional también lo ha perdido, y la única soberanía realmente actuante sería la soberanía del mercado. Los Estados estarían colocados como espectadores pasivos frente a acontecimientos globales que nunca antes los afectaron tan profundamente, y, lo más importante, frente a los cuales son impotentes.

A partir de esta presentación o de esta visión, del proceso de globalización, se estructura un pensamiento único que tiene una primera y arrasadora propuesta: en el mundo globalizado, el debate sobre el desarrollo y las políticas para alcanzarlo, que han sido el gran motor del pensamiento económico universal, y, en especial, en nuestros países subdesarrollados, se ha hecho obsoleto, inútil y superfluo.

El debate y la búsqueda de vías para el desarrollo ha terminado, porque las decisiones hoy las toman los agentes transnacionales y no los Estados. La única política posible en tal circunstancia sería aquella que sea funcional a los dictados del mercado. Esto es: apertura, desregulación, privatización, reducción del Estado a mero guardián del orden, equilibrio fiscal y estabilidad de los precios.

No seguir los dictados del mercado conduce, inexorablemente, a la fuga de capitales, al estancamiento económico y a sumirse en una especie de apartheid respecto a la economía globalizada. El Estado –que, como regla, se supone que no debe intervenir en la economía, pero que sí debe hacerlo para intervenir profundamente en un punto crucial- ha de reducir los costos internos para atraer a las empresas globales y, en especial, los costos más importantes, los costos salariales. Se ponen en marcha, entonces la reducción de los sistemas de seguridad social y la llamada flexibilización de los mercados de trabajo, que no es otra cosa que un eufemismo para endulzar el desempleo, las condiciones laborales precarias, el trabajo informal y las condiciones desventajosas del mercado laboral.

Pero la propuesta del pensamiento único va más allá de lo que podemos considerar el racional equilibrio macroeconómico y la estabilidad de precios, cosas con las cuales, en general, todos podríamos estar de acuerdo. Este pensamiento propone aceptar sin reservas ni salvaguardas las reglas del juego de los intereses y potencias dominantes en el sistema global: No es necesario un debate sobre el desarrollo porque no hay nada más que crear o que debatir, solo se puede aceptar el orden existente. Es de nuevo, más de un siglo y medio después, la propuesta ortodoxa del libre juego de los factores en lo nacional, lo regional y lo mundial, solo que en Adam Smith o en David Hume la justificación y la argumentación era en términos de racionalidad económica, y ahora lo es como aceptación pasiva de tendencias que escapan inevitablemente al control de los Estados y de sus sistemas políticos.

La mano invisible, de la cual nos hablaba la economía liberal del siglo pasado, era la expresión de un orden natural que aseguraba la articulación de lo público y lo privado en el mejor empleo de los recursos y el mayor bienestar. El mensaje político de aquel entonces era contra la monarquía absoluta y a favor del liberalismo, que se asociaba al naciente y pujante capitalismo. El pensamiento único de nuestros días, en cambio, propone también un orden natural, pero basado simplemente en la estructura de poder existente, considerada como inapelable y definitiva. Es el retorno al poder absoluto, no de la monarquía, sino de los mercados. Aquí no encontraremos una explicación apelando a la racionalidad, sino una racionalización a posteriori que se puede sintetizar en la expresión: No hay otra alternativa.

Los problemas de la llamada gobernabilidad de las democracias, tan mencionados, tan objeto de tantos seminarios, artículos y debates, en realidad no consistirían más que en lograr que las democracias ratifiquen las decisiones de los mercados, que son el verdadero poder real. Las democracias se hacen ingobernables cuando no pueden racionalizar ni hacer digerir, en términos políticos, las decisiones de los mercados.

La globalización real que tiene lugar en nuestros días, esa globalización concreta que puede ser explicada en sus raíces históricas, en lo que ha avanzado y en lo que aún resta por avanzar, es un proceso objetivo, como una nueva etapa de un antiguo proceso de internacionalización del capital, cuyo planteo teórico en gérmen lo podemos encontrar tan atrás como el Manifiesto Comunista, de 1848, o, incluso, en destacados exponentes de la teoría clásica liberal del siglo XIX o de finales del XVIII.

Estos planteos iniciales, de lo que ha llegado a ser globalización actual, aluden, a la vocación internacional del capital; al hecho de ser el capitalismo el sistema creador, por primera vez en la historia, de un mercado mundial; a la tendencia del capital a desbordar las fronteras nacionales y a dejar prendidas a las economías nacionales dentro de una telaraña de interrelaciones comerciales, financieras y de variados tipos.

La globalización de nuestros días, aunque tiene dimensiones e instrumentos nuevos, no es el suceso sin precedentes ni vínculos con el pasado que propone la visión fundamentalista, sino que pudiéramos sintetizarla como la persistente vocación internacional del capital, asistida ahora por los grandes avances tecnológicos en las comunicaciones, el transporte y los medios de transmisión de información, y por la capacidad difusora de imágenes y muchas veces de pensamientos precocidos de los medios masivos.

La globalización real de nuestros días no es una ficción ni una perversa invención transnacional, ella existe con ciertos límites. Existe en el comercio internacional mundial, que ha visto aumentar el peso relativo de las exportaciones, respecto del producto mundial, de menos del 10 por ciento al 20 por ciento entre 1950 y la actualidad. Existe también en las 39 000 corporaciones transnacionales que cuentan con 270 000 filiales distribuidas por todo el planeta. Existe igualmente en ese aproximadamente 30 por ciento del comercio mundial, que no es más que comercio intrafirmas, y existe en la homogeneidad del marco regulatorio que se ha movido en dirección de una mayor liberalización, en especial después de la creación de la OMC, para formar una tríada con el FMI y el Banco Mundial.

Existe, además, la globalización real de nuestros días en el mercado financiero globalizado, como expresión emblemática de él. Este mercado financiero globalizado, que funciona sin interrupción las 24 horas, a escala planetaria; que hace transacciones diarias por no menos de uno y medio millones de millones de dólares y que el 95 por ciento de esas transacciones son transacciones especulativas y desvinculadas de la economía real, en tanto economía real de producción, de comercio o de inversión.

El verdadero calibre de la globalización actual pudiéramos quizás encontrarlo en una mezcla entre entes transnacionales, unidos a la decisiva presencia de mercados nacionales y de economías nacionales. Algunos elementos concretos pueden ilustrar acerca de esa realidad que combina transnacionalización, en un grado apreciable, pero que de ninguna manera significa que los Estados nacionales y las economías nacionales han dejado de ser fundamentos del desarrollo, fundamentos de la economía mundial, y en modo alguno ha perdido sentido el debate y la búsqueda de vías para el desarrollo.

Estos elementos, entre otros, pudieran ser los siguientes: Más del 80 por ciento de la producción mundial se destina a los mercados internos de los países. No es esta la realidad que intenta presentar la visión fundamentalista de la globalización planetaria a ultranza. Nueve de cada diez trabajadores producen para los mercados de sus países.

Si se mide la apertura de las economías por la relación entre el intercambio comercial y el Producto Interno Bruto, se encuentra, que entre 1913 y 1993 las economías de países desarrollados como Francia, Japón, Holanda y el Reino Unido, lejos de haberse abierto a la economía mundial, como postula el discurso del pensamiento único, lo que hicieron fue exactamente lo contrario: aumentaron el papel de sus mercados internos mientras que otras economías, como las de Alemania y Estados Unidos se abrían, sí, pero con Estados Unidos haciéndolo a partir de un nivel todavía sumamente bajo y con la economía alemana abriéndose en un pequeño grado.

Contrastando esta realidad con el discurso y la receta que el pensamiento neoliberal le propone a nuestros países, pudiéramos claramente encontrar el reflejo de aquel refrán: Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago.

Por otra parte, la enorme masa de recursos financieros del mercado globalizado es una burbuja de transacciones en papeles, en opciones, derivados y otros instrumentos sin vinculación, en su inmensa mayoría, con las actividades reales de la economía. Alrededor del 95 por ciento de la acumulación de capital a nivel mundial se financia con ahorro interno de los Estados nacionales.

La reducción del Estado, o el "achicamiento" del Estado, otro de los temas predilectos del discurso neoliberal, pudiéramos decir que es otro anzuelo para subdesarrollados.

Puede apreciarse que el gasto público, como proporción del Producto Interno Bruto, no dejó de crecer en ningún país desarrollado entre 1970 y 1995, solo que en la década del 80 el ritmo de crecimiento se amortiguó un tanto; pero no se encuentra evidencias de aquel "achicamiento" absoluto del Estado, de aquella "retirada" del Estado de toda actividad económica que postula el discurso neoliberal. Retirada del Estado practicada sí, de manera ortodoxa y al pie de la letra, por América Latina en su casi totalidad, y, nunca considerada ni practicada seriamente por los capitalismos desarrollados.

En el mercado real, en otro orden de cosas, los que compiten son países y sistemas antes que firmas. La Boeing es una empresa norteamericana, la Volkswagen es alemana y la Mitsubichi es japonesa, y, por más que sus operaciones tengan una dimensión realmente planetaria, cuando sus intereses son atacados o puestos en peligro en alguna parte del globo, quienes las defienden no son los mercados, sino los gobiernos de sus países.

Sería imposible explicar también la fuerza de las grandes empresas norteamericanas, alemanas o japonesas, si se las separa del contexto social, de la historia en la cual han surgido en sus respectivos países, y de las políticas de gobierno que las han protegido y que las han amparado. Mucho menos sería posible explicarse la historia ni la realidad de las empresas en países como Corea del Sur, Taiwán, Malasia o cualquier otra, en las cuales la presencia del Estado, el amparo del Estado, es todavía más evidente y marcado.

El mundo real es aquel en que coexisten tendencias globales con la presencia decisiva de los mercados y los factores económicos internos de los países. La mitología de la globalización es, pudiéramos decir, una gran deformación de la realidad, y pudiéramos preguntarnos por qué estos mitos se han difundido y popularizado con tanta fuerza.

Una primera explicación sería que estos mitos contribuyen a descargar la responsabilidad de los gobiernos neoliberales acerca de las consecuencias de sus políticas: si aumenta el desempleo, descienden los salarios reales, empeora el sistema de salud pública o empeora la educación, la culpa sería de la globalización y no de las clases dominantes.

Obviamente la realidad última es que la globalización como ha expresado Samir Amin, la forma de ella, depende, en última instancia, de la lucha de clases, de la lucha política y de la actuación del gobierno en cada uno de los países.

- El mercado financiero globalizado: la cara más visible del monstruo,

En Bretton Woods el sistema de tasas de cambio fijos basado en la relación entre el oro y el dólar y entre éste y el resto de las monedas, tenía un claro sentido regulacionista que pretendía en lo más profundo evitar la excesiva separación entre la producción y la circulación y en lo más inmediato, mantener la especulación bajo control. En el contexto de la reconstrucción de posguerra, con financiamiento oficial provisto por el Plan Marshall, demanda creciente y solvente asegurada por la reconstrucción después del doble efecto destructivo de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de 1929, el sistema de tasas de cambio fijos logró mantener neutralizada a la especulación al menos hasta la primera mitad de los años sesenta.

A partir de entonces comienza a construirse la importante parte financiera del monstruo, la cual atraviesa por diferentes etapas, expresadas en forma sumaria.

La oleada especulativa actual tiene sus raíces en el crecimiento de las inversiones extranjeras directas a escala cada vez más global, al influjo de la transnacionalización creciente a partir de la segunda mitad de los años sesenta. Esas inversiones fueron generando un flujo financiero privado que rebasaba las fronteras e iba separandose de los controles oficiales.

Si en 1964 los créditos privados internacionales eran solo el 20% de las reservas internacionales, lo cual era todavía controlable por la banca central, ya en 1970 el porcentaje era de 70% respecto a las reservas. Esa privatización de las fuentes de crédito chocaba cada vez más con los controles ejercidos por las autoridades monetarias y, entre otros factores, estuvo en la base de la inestabilidad monetaria que culmina en 1971 con la gran jugada norteamericana de liquidar el sistema de tasas de cambio fijas al decretar la inconvertibilidad del dólar y proceder a su devaluación.

A partir de entonces se diversifican y multiplican los mecanismos y las fuentes de los flujos privados financieros, sin controles institucionales.

Ya en 1975 los flujos privados internacionales superaban a las reservas y en 1980 más que las duplicaban. La oleada neoliberal reforzó esta tendencia y desarrolló poderosas formas de especulación, ya no solo con la banca privada, sino con las grandes transnacionales, con los fondos institucionales (seguros, pensiones), con los llamados fondos de resguardo (hedge funds) y con la especulación cambiaria desenfrenada.

El resultado: a mediados de los años noventa la economía financiera en su conjunto manejaba cincuenta veces más dinero que la economía real.

Las reservas internacionales se han hecho insignificantes en comparación con el extraordinario poderío del dinero privado, a tal punto que el movimiento de 1-2% de la masa financiera privada puede cambiar hoy la paridad entre dos monedas nacionales.

Las autoridades monetarias se han vuelto impotentes para defender su tasa de cambio frente al poder omnímodo del mercado sin regulación y la especulación que lo domina. En ese contexto, las políticas económicas nacionales carecen de relevancia y quedan sometidas a las acciones del capital financiero privado transnacional. El sistema monetario internacional en esas condiciones, tiene cuatro características: es privado, especulativo, inestable y pronorteamericano. El dólar norteamericano es no solo y no tanto la moneda de reserva más usual, sino la moneda predilecta de la especulación, la moneda de refugio ante los avatares de la especulación, la moneda que es emitida por el gobierno de Estados Unidos sin controles externos y que al mismo tiempo puede comprar en cualquier parte del mundo.

La dimensión de la especulación es impresionante y ofrece el más vertiginoso cambio en la economía mundial en los últimos 20 años al compás de la toma del poder por la contrarrevolución monetarista de esencia neoliberal.

En 1975 la compra-venta de monedas extranjeras para pagos por adquisición de bienes o servicios, esto es, como parte normal del comercio internacional de bienes y servicios representaba el 80% del total de monedas extranjeras transadas. El restante 20% era la especulación cambiaria que tradicionalmente era una parte minoritaria en el comercio de divisas.

Veinte años después el escenario había cambiado radicalmente. Ya entonces el 97.5% del total del comercio de divisas se hacía con fines especulativos y solo el 2.5% cubría transacciones reales en bienes y servicios. La burbuja financiera alimentada por la especulación se ha transformado de socio menor en dueña aplastante del escenario económico. La economía especulativa decide y dicta las tendencias por encima y en desmedro de la economía real.

Los grandes bancos se han ido moviendo de sus tradicionales funciones de proveer crédito para convertirse en especuladores con divisas.

Bancos como el Chase Manhattan, el Bank of América, Barclays, Sumitomo y otros ahora derivan entre el 20% y el 50% de sus ingresos de la especulación cambiaria, a la cual se suma la movilización de los fondos de pensiones, seguros, etc. en la misma dirección especulativa.

El movimiento diario del monstruo es alucinante: en 1973 las transacciones diarias en el mercado financiero eran de unos 15,000 millones de dólares. En 1986 eran ya de 200,000 millones y actualmente alcanzan la cifra de hasta 2 millones de millones.

Esta última cifra es de un monto tan enorme que equivale a igualar el Producto Interno Bruto anual de Estados Unidos cada tres días de transacciones o el Producto Interno Bruto del mundo cada quince días. En tanto, las reservas monetarias totales de los Bancos Centrales no van más allá de unos 640,000 millones, lo que revela el abismo entre la especulación desenfrenada y su ridícula base de aseguramiento teórico, así como la incapacidad de tales reservas para neutralizar una profunda crisis que quiebre la enorme cadena de deudas y se extienda por los veloces mecanismos de propagación que la globalización implica.

En el mercado financiero los "hedge funds" o fondos privados de cobertura del riesgo son productos altamente desarrollados en el mundo de la espiral especulativa.

Hasta antes de la intervención del Long Term Capital Management (LTCM) el pasado 23 de septiembre existían entre 2,200 y 4,000 "hedge funds". Cuando fue intervenido el LTCM su capital no alcanzaba los 5,000 millones de dólares (4,968 millones) pero tenía posiciones abiertas en derivados por valor de 199,460 millones de dólares, una cantidad que multiplicaba por 40 el efectivo disponible.

Entre enero de 1990 y agosto de 1998 la cobertura media del conjunto de los "hedge funds" no superó el 17% de su total de activos. Según otras informaciones el LTCM estableció sus posiciones tomando hasta 30 dólares prestados por cada dólar propio que invertía. Era la especulación que creaba especulación y se alimentaba de especulación.

El monstruo funciona cada día a escala global sin sujeción a reglas institucionales y, mediante su poderío, aplastando o burlando las impotentes regulaciones nacionales allí donde quede alguna.

El mercado financiero global es la más perfecta criatura de la globalización neoliberal. Ha logrado tan avanzado grado de globalización que la"aldea global" solo es realidad total en los límites de dicho mercado, pero la plasmación de ese logro de la globalización está lastrada por su sentido neoliberal: el mercado financiero global es también la derrota del crecimiento económico, del empleo y de la economía real que las sustenta, a manos del lucro individual, de la insensibilidad social y el cortoplacismo del mercado sin regulación.

- Marchando hacia la crisis global.

El "lunes negro" de 1987, la crisis mexicana de 1994-95, la crisis de los "tigres" del Sudeste Asiático que incluye en cierto modo a Japón (1997-98), la crisis rusa en 1998, no son más que explosiones parciales de un sistema que porta en su interior una gran crisis, y que después de la crisis de los años 30, se las ha arreglado para diferirla e ir sorteando los estallidos parciales sin que se conviertan en crisis globales.

Seria ilusorio pretender una explicación siquiera básica de las causas y los mecanismos desencadenantes, neutralizantes, inhibidores y propiciadores de la crisis que el sistema capitalista globalizado de nuestros días lleva en sus entrañas. Se trata del fenómeno más complejo que la ciencia económica puede enfrentar, sobre el cual varios siglos de pensamiento económico de todos los colores ha acumulado una sobrecogedora cantidad de interpretaciones que van desde la "ley" de Say, negadora de la posibilidad siquiera de crisis capitalistas hasta la alegada relación de ellas con las manchas solares, sin olvidar los "ciclos largos" o de diferente extensión, la necesidad todavía no resuelta por el marxismo de desarrollar creativamente para el capitalismo de ahora los planteos de Marx y Lenin, y el virtual abandono del debate sobre las crisis tanto por los keynesianos en sus momentos de esplendor como por los neoliberales cegados por el dogma del mercado y la arrogancia de poseer la verdad revelada.

Las líneas que siguen no son más que apuntes de ideas para retener como esquema o borrador que necesitaría articularse y adquiirir un desarrollo mayor.

- Lo primero a recordar sería que el neoliberalismo, eliminándole el prefijo "neo" que significa remozamiento cosmético teórico aderezado con excelencias matemáticas tan exactas como las elaboradas por los premios Nobel Merton y Scholes para guiar el acertado rumbo del Long Term Capital Management (LTCM) hacia el desastre, es en esencia la vieja tradición de pensamiento económico liberal con sus creencias en los automatismos del mercado, el óptimo colectivo derivado automáticamente de la suma de intereses individuales, el estado guardián, etc. y que esa tradición de pensamiento era política económica predominante en 1929.

En una muestra peculiar de agotamiento creativo y de pérdida de memoria histórica, el sistema capitalista al entrar en su modo transnacional globalizado de funcionamiento, desmanteló el sistema de regulación keynesiano diseñado para amortiguar las tendencias comprobadas a la crisis recurrente.

La expulsión del estado de la actividad económica e incluso su confiscación por mafias privadas como en Rusia, no ha sido más que quitarle al sistema las defensas anti-crisis que elaboró en la posguerra con la ingrata memoria de los años 30 en el recuerdo.

La política activa de gasto social, la regulación de precios y salarios, el subsidio al desempleo, el salario mínimo, la creación de empleo y demanda solvente por la vía del gasto estatal, el control por el estado de sectores estratégicos no privatizables, la regulación del nivel de la tasa de interés para estimular la inversión productiva y otros instrumentos keynesianos que dieron nuevos aires al sistema en la posguerra, fueron sacrificados para dar paso a la "magia del mercado".

- En segundo término, la existencia de un mercado financiero especulativo, volátil, privado y pronorteamericano ya fue comentada anteriormente, pero aquí no es ocioso agregar que las tasas de cambio fijas eran un esfuerzo de estabilización de la economía mundial en el orden cambiario, que permitía un cierto orden y cierta predictibilidad. En aquellas circunstancias, el espacio para la especulación cambiaria era muy pequeño y virtualmente inexistentes las posibilidades de que grandes especuladores privados actuando como modernos piratas, pudieran desplomar la tasa de cambio de una moneda nacional y propiciar una crisis a un país.

A partir de la flotación monetaria sin regulación efectiva - hija eminente del neoliberalismo- la moneda de cualquier país se convirtió en objeto de especulación y factor capaz de generar fabulosas ganancias privadas jugando a su alza o su baja. Se cumplió el dogma neoliberal sobre la liberación del mercado y al mismo tiempo, se abrió cauce a la especulación cambiaria al convertir la tasa de cambio de una moneda nacional en algo tan susceptible de especulación como el valor de un terreno o una casa.

El neoliberalismo, tratando de lograr su regla de oro de la estabilidad monetaria, introduce en realidad la gran inestabilidad especulativa y afecta directamente a las inversiones y al comercio debido a la incertidumbre y volatilidad de las tasas de cambio dejadas al libre accionar de los mercados financieros.

Otro elemento a recordar es el papel privilegiado del dólar norteamericano en el sistema monetario y financiero.

Este privilegio del dólar actuando como principal moneda de reserva y medio de pago, le otorga a Estados Unidos un apreciable control sin restricciones efectivas sobre la creación de liquidez a nivel mundial, la posibilidad de incurrir en cuantiosos déficits de balanza de pagos, comercial y de deuda pública que están vedados a otros países y sin tener que someterse a los ajustes del FMI porque tienen un poder de veto en sus decisiones, y la posibilidad de comprar activos en cualquier lugar del planeta, con su moneda nacional emitida por sus autoridades de acuerdo a sus intereses.

Este privilegio del dólar norteamericano, que recién comienza a ser desafiado por la creación del euro, ha colocado la suerte de la economía mundial en una situación de dependencia marcada respecto al ciclo económico norteamericano.

Mientras la economía norteamericana mantenga su ritmo de los años del gobierno de Clinton, el dólar cumplirá su papel de principal moneda de reserva y en mucho mayor grado, el de moneda predilecta de la especulación en el mercado financiero, pero cuando el ciclo inevitablemente decaiga como la lógica histórica, cíclica y hasta estadística plantea, la dependencia del dólar podría ser un amplificador de la crisis.

- En tercer lugar, y tratando de penetrar un tanto más hacia factores que actúan no en la superficie del sistema, habría que recurrir a Carlos Marx.

Al tocar de nuevo la crisis económica a las puertas del sistema, en los años 1997 y 1998 han comenzado a aparecer trabajos con titulos sugerentes como "El regreso de Carlos Marx" donde autores no marxistas expresan cosas como esta: "Mientras más tiempo paso en Wall Street, más me convenzo de que Marx tenía razón" o esta otra: "Estoy absolutamente convencido de que el enfoque de Marx es la mejor forma de analizar el capitalismo".

No se trata aquí de exponer la teoría marxista de las crisis económicas capitalistas, la que en rigor, se extiende desde el primero hasta el último capítulo de "El Capital", pues las crisis son al mismo tiempo punto de llegada y de partida de aquella "ley del movimiento" del sistema que Marx descubre y expone.

Recordando no más algunos momentos de esa teoría de la crisis, tengamos en cuenta que Marx explicó como en una economía mercantil debe existir una correlación entre valores de uso y valores de cambio. Esa correlación entre los polos en que se desdobla toda mercancía, existe aunque no está medida por una fórmula matemática y permite márgenes de autonomía, pero también establece límites a la separación de aquellos polos.

Esa correlación es desarrollada por Marx a lo largo de los 3 tomos de "El Capital" en sucesivos eslabones -entre valores de uso y valores, entre valores y precios, entre cantidad de mercancías y cantidad de dinero necesaria para la circulación, entre composición técnica y composición orgánica del capital, etc.- hasta culminar en el momento de crisis, esto es, cuando las contradictorias fuerzas internas del sistema detonan la crisis como explosión que destruye y abre nuevas vías de expansión, al mismo tiempo. El sistema tiende permanentemente al desequilibrio y solo lo recupera parcialmente al precio de destruir fuerzas productivas. Es su modo de vida, su peculiar ciclo.

La elaboración abstracta de Marx basada en la teoría y la ley del valor no resulta fácil de conectar con los fenómenos más concretos y superficiales de la realidad diaria del funcionamiento del sistema y más aún teniendo en cuenta los más de 130 años transcurridos desde la publicación del tomo I de su obra económica más importante y las transformaciones que aquel ha experimentado.

Por mencionar solo una de esas transformaciones: la "economía casino" que hoy es deslumbrante realidad y que apenas se insinuaba en el siglo pasado.

Pero, el planteo marxista desemboca en una explicación más visible en lo concreto, cuando al presentar la realidad de su época, Marx expresó: "La razón última de todas las crisis verdaderas es siempre la pobreza y la limitación del consumo de las masas, frente a la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas cual si solo tuviesen como límite la capacidad de consumo absoluto de la sociedad".

Es el estrechamiento de la demanda solvente la causa última de las crisis, a pesar de los muchos eslabones y fetiches financieros que separan aquella "razón última" de sus manifestaciones diarias. La pobreza, desempleo y polarización social que el neoliberalismo ha esparcido por el mundo traen de vuelta al primer plano de actualidad aquellas palabras.

La explicación más abstracta puede, no obstante ser vista también actuando si recordamos que la crisis de los años 30 -cuando el sistema tenía ya una cierta burbuja financiera- fue, entre otras cosas, un ajuste entre la economía real que produce valores de uso (bienes y servicios tangibles, derivados del trabajo y portadores de los valores reales creados) y la superestructura especulativa financiera que había crecido sobre ella, superandola varias veces en tamaño y generando una dinamica especulativa propia, cada vez más alejada e incluso divorciada de su base real.

Ese alejamiento es la separación de los valores de cambio (burbuja financiera) de su base de economía real, hasta extremos en que al parecer el dinero se multiplica a sí mismo en un ámbito propio y autosuficiente.

Bolsas, acciones, derivados, fondos de pensiones, bonos, "hedge funds" crean una imágen fabulosa de enriquecimiento rápido en una dinámica especulativa que parece no tener límites, pero los tiene. Esos límites serían el punto en que el andamiaje de apuestas, deudas cruzadas y capital ficticio, sustentado no más que por una base tan voluble como la confianza, se desplome al tornarse en pánico por la llamada al orden del estancamiento de la economía real debido a la estrechez de la demanda solvente. Demanda solvente que no es más que el tecnicismo para expresar la capacidad de compra de los que pueden pagar y la incapacidad de los miles de millones de pobres que no pueden.

El estallido de la burbuja está en el orden del día y el detonante último será la ola de pobreza y exclusión que el neoliberalismo ha sembrado por todo el mundo subdesarrollado e incluso en segmentos del desarrollado.

Desde la posguerra y abarcando un período ya superior a medio siglo, se observa una separación creciente entre economía real y economía especulativa. Separación que fue relativamente pequeña y de crecimiento lento hasta la segunda mitad de los años 70 y que desde entonces adquirió una dimensión y velocidad enormes. El crecimiento real a nivel mundial se ha ido amortiguando desde los altos ritmos de los 50 y 60 hasta los raquíticos crecimientos de los años recientes y como el reverso de la moneda, al mismo tiempo la burbuja financiera ha ido creciendo hasta desenlazar en el monstruo global sin control.

Mientras tanto, el neoliberalismo ha socavado la base última de reproducción y crecimiento del sistema constituída por la realización de la economía real, la ampliación de la demanda solvente, el aumento del empleo, el desarrollo de actividades que desde la "economía casino" se miran con desdén y se les considera primarias y anticuadas, como la agricultura y la industria.

Serruchando la rama sobre la cual el sistema está sentado sobre el vacío, el neoliberalismo ha privilegiado la liberalización financiera persiguiendo el máximo enriquecimiento de pocos, ha olvidado la economía real y para obtener ganancia máxima ha empobrecido a millones.

Según el Informe de Desarrollo Humano 1998 auspiciado por el PNUD el 20% de la población mundial, aquella que habita mayoritariamente en países desarrollados hace el 86% del gasto total en consumo privado y el 80% restante (4,800 millones de personas) solo hace el 14%, El 20% más pobre de la población mundial (1,200 millones) apenas hace el 3,1% del gasto mundial en consumo privado. Ellos están fuera de la "magia del mercado".

En el citado Informe se puede leer que el hogar promedio africano consume ahora 20% menos de los que consumía 25 años atrás, que existen unos 2,000 millones de humanos con anemia por deficiencias nutricionales y que aquel 20% más rico consume el 58% de la energía, tiene el 74% de las líneas telefónicas y posee el 87% de los vehículos que ruedan por el mundo.

También allí puede leerse que las 225 personas más ricas del mundo tienen una riqueza que equivale al ingreso anual de 2,500 millones de humanos o que los tres más opulentos poseen activos que exceden el PIB total de los 48 países menos desarrollados, o que los 15 más ricos tiene más riqueza que el PIB total de Africa al Sur del Sahara.

En América Latina existen 98 millones de indigentes, esto es, en la extrema pobreza y muchos más millones de pobres.

En los países desarrollados, el neoliberalismo también ha cobrado víctimas, a pesar de que alli su aplicación fue parcial, fragmentaria y muy lejos del doctrinarismo ortodoxo latinoamericano. No obstante, en ellos hay 37 millones de desempleados, más de 100 millones no tienen vivienda, 200 millones no alcanzan siquiera los 60 años. En Estados Unidos la pobreza alcanza al 17% de la población y el analfabetismo funcional abarca al 20% de ella. Esos analfabetos funcionales no son capaces de leer las instrucciones de un frasco de medicina o leer un cuento a un niño.

Un cuarto elemento a tomar en consideración en la marcha hacia la crisis global es el daño que la economía especulativa hace a la economía real.

El estancamiento o rezago de la economía real se manifiesta en multiples formas. Una de ellas es la fiebre de fusiones y adquisiciones que constituyen la mayor parte de las inversiones en la era de la liberalización financiera.

Estas fusiones y adquisiciones expresan una pugna feroz por repartir un pastel que en lo sustancial no crece y que se redistribuye en medio de luchas especulativas donde todo vale. Es la guerra por repartir un mismo mercado que no crece y que sustituye al proceso de inversión productiva que debería generar nueva riqueza.

En esta guerra, como lo expresa Dierckxsens: "La política de adquisiciones y fusiones aumenta las expectativas de que principalmente los más fuertes en este mundo podrán triunfar: las grandes transnacionales. Esta expectativa se expresa en la bolsa de valores, donde se cotizan las empresas más fuertes. Las apuestas a las acciones de estas empresas elevan la cotización de esas acciones cada vez más de prisa. Estas apuestas no siempre se realizan con dinero atesorado, esto es con riqueza existente. Una pirámide invertida de crédito construida a través de los años recientes permitió alzar las cotizaciones más allá de los valores reales del mundo. Esta alza refleja la apuesta a ganancias futuras y aumenta de forma progresiva la especulación a futuro".

Y más adelante continúa: "Estas apuestas a las transnacionales ganadoras en las bolsas de valores y el crédito que implica, van mucho más de prisa que el crecimiento económico o el de las ganancias reales que generan las transnacionales. Una parte creciente de las ganancias se obtienen nominalmente por las cotizaciones siempre más alejadas de la economía real. Conforme crezca la espiral de crédito la acumulación se tornará más virtual, y tarde o temprano, si no se consigue revincular la inversión con la producción, puede darse una crisis financiera a escala mundial".

Es evidente que el excesivo follaje especulativo tiende a asfixiar a la economía real y a partir de esta realidad pudiera decirse que el sistema pide un recorte del mismo. Ese recorte es la crisis que comenzó en 1997 en el Sudeste Asiático y desde entonces se complica sin prestar atención a tantas opiniones tranquilizadoras que se esfuerzan por contener el pánico.

La burbuja financiera puede llegar a sofocar a la economía real que es en rigor su base de sustentación, a pesar de la aparente autosuficiencia del mercado financiero. Lo que se transa en este mercado son títulos de valor que son creados en la economía real por la aplicación de trabajo físico e intelectual. Las acciones, bonos o cualquier otro instrumento financiero no hacen más que representar los valores de las empresas o activos en general. Ellos carecen de valor per se.

Keynes, quizás el más lúcido e inteligente defensor de los interese estratégicos del sistema, al menos en este siglo, expresó de muchas maneras el peligro de la especulación convertida en eje de la reproducción.

"Los especuladores puden no hacer daño cuando solo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa, pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de la vorágine de la especulación. Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquel que se realice mal".

Cuando el sector financiero funciona no como facilitador y canalizador de capital hacia el sector productivo, sino como un fin en si mismo, moviendose en el terreno de la especulación y atrayendo capitales que dejan de actuar productivamente, entonces dicho sector está minando la base más profunda del sistema a cambio de la ganancia de corto plazo.

Este daño a la base reproductiva y generadora de valores y riqueza del sistema, puede reconocerse también en el cambio del paradigma empresarial.

En épocas de Smith, Ricardo, Marshall, Schumpeter, el paradigma progresivo exaltado por la teoría era el empresario organizador de la producción, dotado de audacia para arriesgar en el mercado, con capacidad de liderazgo y vocación innovadora.

Eran los capitanes de industrias en los que se decía, descansaba el crecimiento y la reproducción ampliada del sistema.

En nuestros días de la liberalización financiera, el paradigma se ha desdibujado, ha dejado de ser progresivo y apunta más hacia los millones ganados especulativamente por George Soros o John Meriwether (hasta antes del hundimiento del LTCM) que hacia empresarios productivos.

Es cierto que el 50% de la población de Estados Unidos está involucrada en algún grado en las Bolsas de valores o en general el mercado financiero a través de la movilización de los fondos de pensiones, seguros u otras formas, pero los fondos así movilizados se emplean en lo sustancial para hacer girar la ruleta de la economía casino, más que para crear riqueza real.

La especulación exacerbada es el parasitismo multiplicado. Es tomar el camino más cómodo, donde entre otras cosas, no hay que bregar con sindicatos o regulaciones ecológicas, pero es también el camino que conduce a la crisis global.

El mercado financiero, liberado de regulación, tiende a desarrollar la especulación como método de obtener ganancia fácil y rápida, pero no puede esperarse del especulador la creación de industrias, de tecnologías de uso productivo, efectuar inversiones de infraestructura con largos períodos de recuperación, tener sentido perspectivo y desechar la ganancia inmediata para priorizar los intereses estratégicos.

Acciones como las anteriores solo pueden ser hechas por una autoridad reguladora con visión de largo plazo, que no se coloque pasivamente ante el mercado.

- El neoliberalismo en su laberinto.

Hacia finales de los años 70 el neoliberalismo irrumpió como huracán que en América Latina barrió con las experiencias desarrollistas. La crisis de la deuda externa a partir de 1982 colocó de rodillas a la región ante el embate combinado de la disciplina del FMI y la incapacidad de los gobiernos para elaborar siquiera una mínima respuesta propia frente al bien articulado bloque de los acreedores.

Aquel episodio de la deuda externa, que sirvió para convertir a América Latina en la más ortodoxa y disciplinada región del mundo en cuanto a aplicar el fundamentalismo neoliberal, hoy puede entenderse más profundamente si lo insertamos en el cauce general de la liberalización fiananciera.

La deuda externa fue, y sigue siendo en lo esencial un perfecto instrumento de sometimiento.

América Latina pagó y sigue pagando varias veces la deuda, ella sirvió para homogeneizar la región en la práctica neoliberal más pura, en tanto que la deuda pagada entraba a engordar el circuito de la especulación en el mercado financiero globalizado y la no pagada también al ser comprada y vendida especulativamente.

En términos de propuesta teórica el neoliberalismo prometió desterrar el estatismo funesto, la defensa irracional de los mercados nacionales o regionales, los controles de cambios o sobre el movimiento del capital, para permitir la liberalización incluyendo la convertibilidad de la cuenta de capital en el balance de pagos.

Prometió en fin, el verdadero desarrollo traido de la mano de la privatización, la liberalización, la apertura y la obediencia al "sentido común de la época" que se encargaba de repetir por los grandes medios que toda otra opción era falsa o inexistente.

En la práctica el modelo anunciado ha sido bien simple, pero tan contradictorio que su aplicación semeja un laberinto donde multitud de sendas se entrecruzan y anulan unas a otras. Y que en este caso tiene el patético agravante de que no conduce a ninguna salida.

En efecto, como ha demostrado Arturo Huerta, la aplicación de esta política se enreda en una madeja de contradicciones.

La liberalización financiera implica riesgo y volatilidad, por lo que los activos financieros tratan de protegerse ante expectativas cambiarias. Esa protección exigida por la globalización financiera e instrumentada por el FMI es la estabilización de la tasa de cambio. A partir de esto, las políticas monetarias, crediticias, de tasa de interés y fiscal deben adecuarse al objetivo de asegurar la estabilidad cambiaria, que equivale a asegurar la rentabilidad y por tanto, la confianza para el ingreso de capitales.

El ingreso de capitales se convierte a su vez en resultado y causa de la estabilidad cambiaria, pues se ata la moneda nacional al dólar a una paridad fija, lo cual asegura la rentabilidad del capital y lo estimula a entrar, aprovechando la abundancia de capitales especulativos de corto plazo moviendose por el mercado financiero global.

La entrada de capitales exige la estabilidad cambiaria y dicha estabilidad cambiaria pasa a depender a su vez, de la entrada de capitales.

De inmediato, la economía se hace altamente dependiente del capital internacional, de tal manera que su ingreso o su fuga se convierten en determinantes de toda la política económica.

Mientras la entrada de capitales funciona, ella sostiene la tasa de cambio y ésta a su vez asegura rentabilidad para el capital, al cual se le dan además facilidades totales para su movimiento y privatizaciones jugosas para atraerlo.

La entrada de capitales, cuando es alta, presiona hacia la apreciación de la moneda, reduce la competitividad comercial y genera un déficit que se cubre con la entrada misma de capitales. De esta forma, la reducción de la inflación se obtiene mediante la apreciación cambiaria al costo de un creciente déficit externo y haciendo uso de una elevada tasa de interés que atrae capital extranjero, se opone a la fuga de capital, pero paraliza la inversión productiva y frena el crecimiento económico.

Se crea un clásico círculo vicioso que nunca alcanza a convertirse en virtuoso, en forma de una economía sometida al comportamiento del capital internacional y que para atraerlo mutila sistematicamente el desarrollo endógeno.

Se hace preferible asfixiar el crecimiento y colocar al borde de la quiebra al sistema bancario por las altas tasas de interés, antes que permitir que repuntes inflacionarios o presiones devaluatorias lastimen el funcionamiento de la liberalización financiera convertida en super objetivo.

La economía queda atrapada en la dependencia al capital extranjero, en especial del capital especulativo y su funcionamiento degrada sus bases internas de crecimiento.

El sector productivo y los deudores nacionales son los que sufren el impacto de esta política centrada en las ventajas para la fracción financiero-especulativa-comercial en asociación dependiente con los grandes centros transnacionales que operan e impulsan la liberalización financiera.

Como esto ocurre en países casi siempre endeudados, los problemas del sector externo no se limitan al déficit comercial, sino que también incluyen los pagos por deuda externa y por los beneficios de los capitales colocados en el mercado de capitales. Ambos pagos se hacen cada vez mayores como parte de la dinámica propia de la liberalización financiera.

La economía se hace asi más dependiente cada vez del ingreso de capitales internacionales, los cuales actuan simultáneamente como tónico y como tóxico. Estimulan el funcionamiento de esa modalidad de liberalización, alimentan una engañosa imagen de dinamismo, modernización y consumismo para élites, pero al mismo tiempo condenan al país a hacer permanentes las altas tasas de interés, la apreciación cambiaria y los ajustes fiscales recesivos.

Eso equivale a un sistema de desangramiento organizado para debilitar la inversión productiva interna, aplanar el crecimiento y el crédito.

En otras palabras, excelentes negocios para la fracción de intereses basada en la liberalización financiera y anémico crecimiento, déficit crónico y creciente de cuenta corriente, exclusión para las mayorías y mayor dependencia externa que nunca antes, aunque paradójicamente ahora no se mencione apenas la dependencia después de sus momentos estelares como teoría en los años 60.

La experiencia de dos décadas muestra que transitar por ese laberinto para tratar de encontrar el camino del desarrollo es como repetir el intento de encontrar el corazón de la cebolla, para terminar después de arduos esfuerzos, con nada en las manos y lágrimas en los ojos.

Noam Chomsky lo expresó con palabras contundentes:

".... lo cierto es que toda esa palabreria sobre capitalismo liberal y sistemas del mercado son solo fantasias ensoñadoras. Si miramos atras en la historia de la economía hay algunas lecciones muy claras; todo país rico y poderoso, sin excepción, ha conseguido serlo violando esos principios, violando radicalmente esos principios. Esto ni siquiera es discutible. Todo país que ha seguido tales principios ha sido un completo desatre. En realidad, el único sitio donde se siguen es en el Tercer Mundo. De hecho están destinados a él, para que resulte más fácil robar a la gente. Si un país sigue estos principios de mercado libre le robarán a manos llenas".

El neoliberalismo en su ocaso.

El 31 de octubre de 1997 el señor Michel Camdessus, Director Gerente del FMI pronunció un discurso ante la Segunda Comisión de la Asamblea General de Naciones Unidas.

En esa fecha la crisis del Sudeste Asiático era ya una realidad y se encontraban presentes todos los factores que en meses siguientes la complicaría y extenderia.

"Ciertamente, existe un amplio reconocimiento de los beneficios de los mercados financieros globales: ellos le dan a los países nuevas oportunidades para acelerar el ritmo de la inversión, la creación de empleo y el crecimiento; dan a los inversionistas mayores oportunidades de inversión y mayores ganancias sobre sus ahorros; promueven una asignación de recursos más eficiente a nivel mundial y por tanto, un crecimiento mundial más fuerte. Los mercados financieros globales también ofrecen a los países incentivos adicionales para practicar adecuadas políticas macroeconómicas y superar las debilidades estructurales que dificultan la inversión y el crecimiento"

Como puede apreciarse, ningún cambio en la retórica habitual y ningún cambio en las posiciones básicas aplicadas en las intervenciones del FMI, como lo muestra las duras condiciones impuestas a Brasil en el paquete en curso, incluso después de las agrias lecciones del Sudeste Asiático, de la debacle rusa, del impacto de ambos sucesos en los mercados globalizados y de la sensibilidad estratégica del salvataje a Brasil en su condición de ser probablemente la última línea de resistencia donde se decide la contención de la crisis o su efectiva mundialización.

Dos décadas de predominio liberal permiten y demandan hacer un balance de esta ideología y política bien calificada por Atilio Borón como "la mayor y más exitosa ofensiva reaccionaria lanzada por la burguesía a lo largo del siglo XX".

Ese balance puede hacerse en cuanto a sus resultados económicos, sociales e ideológicos, aunque la penetración del neoliberalismo ha sido tan fuerte que los campos de análisis podrían ser mucho más -la cultura, entre otros-, del mismo modo que tomará años de luchas y esfuerzos, revertir los avances de la ofensiva neoliberal de las últimas décadas en términos de las acciones de política, pero aún mucho más difícil y largo será revertir el pensamiento neoliberal instalado en las reacciones primarias, en la lógica elemental y automática de enfoque y conducta, y establecer sobre los despojos del "sálvese quien pueda" y la ferocidad individual, una cultura sustentada en la justicia social y la solidaridad.

En lo económico, el neoliberalismo prometió ni más ni menos que la verdadera riqueza traida de la mano por el mercado liberado y la privatización, después de muchos años de equivocadas intervenciones estatales.

Los resultados están a la vista.

Los otrora rugientes tigres asiáticos se hicieron tigres, en el sentido de alto crecimiento y capacidad exportadora, aplicando una heterodoxia que no seguía las fórmulas neoliberales, y a su vez, los tigres fueron enjaulados porque inevitablemente sus esquemas de funcionamiento dentro de la liberalización financiera de genuina esencia neoliberal, los hicieron caer.

Si el surgimiento impetuoso de los tigres no puede en rigor, ser atribuido como mérito al neoliberalismo, en cambio, su caída se ha producido dentro de la lógica y debido a los excesos de la liberalización financiera impulsada por él; y los defectos, insuficiencias, y corrupción que el FMI encontró solo después de iniciada la crisis, fueron silenciados hasta la víspera. Este silencio puede explicarse porque en los años alegres del alto crecimiento, las buenas ganancias ahogaban cualquier crítica o porque habían intereses que deseaban enjaular a unos tigres que empezaban a rugir demasiado alto, o por una combinación de ambos factores.

Estudios objetivos de las experiencias individuales de cada tigre y del fenómeno "Tigres" en su conjunto, por supuesto, habían demostrado desde tiempo atrás que tampoco ellos habían alcanzado el despegue utilizando el motor del neoliberalismo, sino aplicando una combinación pragmática de medidas que incluyeron estados fuertes e intervencionistas, programación industrial y conocimiento de los contextos culturales específicos.

Sin embargo, la industria transnacional de las imágenes y los pensamientos precocidos, de alguna manera incluía en el "Consenso de Washington" el dinámico desempeño de los tigres como otro de los oropeles de victoria de la modernidad neoliberal y muchos millones de personas repetían o llevaban incrustada en el subconsciente la convicción de que el éxito económico en el Sudeste Asiático era el éxito del neoliberalismo.

El siguiente capítulo es Rusia.

Allí el neoliberalismo encontró un laboratorio único para probar las virtudes de sus recetas, precisamente donde había estado el satanizado centro de los errores estatistas y que había caido mansamente en sus manos.

Se trataba de reconstruir el capitalismo allí donde por más de 70 años se había levantado una economía de planificación centralizada que aún en medio de adversidades objetivas y errores humanos, había llegado a producir 630 millones de toneladas de petróleo, 700 mil millones de metros cúbicos de gas, unos 200 millones de toneladas de granos y había dejado bien atrás el hambre y la extrema miseria de la cual había partido aquella experiencia.

En Rusia el neoliberalismo tuvo la gran oportunidad de exorcisar al demonio en su propia sede y construir el capitalismo pujante sobre las ruinas del socialismo real y hacerlo en condiciones de laboratorio, recibiendo la capitulación incondicional y la aceptación absoluta de sus dictados. Había que liberar el mercado, hacer que los precios fueran reales, privatizar toda la respetable economía rusa e integrar a los rusos a la iniciativa privada. De lo demás se encargaría la "magia del mercado".

Y la "magia del mercado" actuó a fondo.

Los estudios más abarcadores aún están por hacer, pero es probable que el intento de reconstruir el capitalismo en Rusia a partir de la ortodoxia neoliberal, clasifique como la mayor catástrofe del siglo en términos de ingeniería social. El Producto Interno Bruto se estima que no alcance siquiera la mitad del alcanzado en 1989, la población disminuye a un ritmo de un millón por año, la mortalidad infantil crece mientras la expectativa de vida ha disminuido en unos 6 años. Una auténtica catástrofe que incluye la fuga de no menos de 200 mil millones de dólares que han servido, entre otras cosas, para comprar solo en España unas 60,000 residencias de lujo.

El hundimiento de la economía rusa es una lección de lo que puede hacer el fundamentalismo neoliberal. Al cumplir con la sagrada máxima de transferir el poder de decisión del Estado al mercado, lo que hicieron fue dejarlo en manos de los grupos burocrático-mafiosos disfrazados de empresarios que confiscaron el Estado. Lejos de reemplazar el poder del Estado por el de dinámicos empresarios y una sociedad civil vigorosa, lo reemplazaron por una multitud de mafias en guerra por el botín.

Si el neoliberalismo no ha sido capaz de llevar al desarrollo a ningún país subdesarrollado, ha logrado en cambio, convertir una economía industrializada, con rezagos tecnológicos, pero que sustentaba una sociedad con sus necesidades básicas cubiertas, en una economía que no es capaz de pagar sin atrasos de varios meses los sueldos de los operadores de los cohetes estratégicos en la zona central de Siberia, una sociedad golpeada por el hambre y aterrorizada por las mafias que acompañan al libre mercado.

Con la suma de lo ocurrido en el Sudeste Asiático y en Rusia, a lo cual habría que agregarle los desplomes de Bolsas ocurridos en varios momentos y la quiebra del sector bancario privado japonés, tiene ya el neoliberalismo y su liberalización del mercado financiero un buen expediente de fracasos.

De la crisis japonesa, que ha paralizado en los últimos años lo que fue el "milagro japonés" también se extraen algunas lecciones. El plan de rescate de la banca privada se basa en la intervención estatal, se desarrolla mediante la regulación gubernamental, la cual ejercerá supervisión durante 4 años sobre el uso del dinero público entregado y limpiará las directivas de los bancos privados. Aquí se pone de manifiesto que no es creible el mito neoliberal que supone una superioridad de la gestión empresarial privada sobre la pública, ni tampoco el extendido preconcepto que identifica al estado con corrupción y al mercado privado con imparcialidad.

América Latina es otro capítulo triste en el desempeño neoliberal.

La región, atrapada en el mecanismo de coerción de la deuda externa y carentes sus gobiernos de un mínimo de audacia y valor para retar al "Consenso de Washington" y mucho menos a Washington, aplicó con ejemplar obediencia la política que los paquetes de ajuste estructural del FMI planteaba y que los economistas devenidos funcionarios de gobierno habían aprendido en universidades norteamericanas.

América Latina ha sido también un laboratorio o un cobayo para experimentar y comprobar los efectos de la "terapia de shock".

Pocos se atreverían hoy a elogiar la hasta hace poco tan elogiada entrada de América Latina en el mercado financiero globalizado que le había dado un destacado acceso al capital internacional después de la retirada de éste durante la "década perdida". Pocos se atreverían hoy a elogiar experiencias neoliberales como la mexicana que culminó en el "efecto tequila" o la argentina que ha privatizado al país para recoger como resultado más destacado un desempleo mayor que nunca antes en su historia.

La CEPAL se ha fatigado planteando que la región debe crecer a no menos de 6% si no quiere seguir ahondando su rezago y recuperar las posiciones que tenía al estallar la crisis de la deuda externa, pero el crecimiento de esta década escasamente alcanza a la mitad y los pronósticos para 1999 no van más allá del 1%.

La deuda externa permanece como bomba no desactivada. Crece con mayor rapidez en los últimos años y es el pago de su servicio junto a la extracción de ganancias por el capital transnacional, las dos grandes razones que se silencian, pero que explican el por qué América Latina no tiene suficiente ahorro interno, lo que a su vez es el gran argumento para depender cada vez más del capital transnacional.

El modelo neoliberal latinoamericano ha revelado también un mal crónico que carece de remedio por la medicina neoliberal: el déficit de cuenta corriente que en 1997 fue de 64,000 millones y en 1998 creció hasta 84,000 millones.

El costo de financiar ese déficit se hace insoportable porque los márgenes o "spreads" sobre las tasas de interés de los países desarrollados en las emisiones de bonos se ha elevado fuertemente y se han reducido el valor de las acciones transadas en bolsa.

Los gobiernos se enfrentan al dilema en que los ha atrapado el laberinto neoliberal: deben optar entre elevar las tasas de interés para sostener la tasa de cambio y retener el capital a costa de un estancamiento y pérdida de competitividad comercial o devaluar la moneda, lo que aumenta el servicio de la deuda y ahuyenta los capitales. De acuerdo con la fidelidad a la liberalización financiera, la primera alternativa ha sido la preferida.

América Latina no alcanzó con el neoliberalismo el crecimiento con equidad postulado por la CEPAL. Ni siquiera alcanzó el crecimiento, pero obtuvo, eso sí, una elevada dependencia y vulnerabilidad externa y el triste primer lugar como la región del mundo con la más desigual e inequitativa distribución del ingreso, con el 10% de la población repartiéndose el 60% del ingreso, mientras que el 20% más pobre no recibe más que el 4%.

Pero no solo en América Latina el neoliberalismo ha incumplido sus promesas.

Los países de la OCDE no lograron alcanzar las tasas de crecimiento que habían obtenido en la posguerra hasta mediados de los años 70. Como expresa Atilio Borón citando un trabajo de Robert Brenner, las tasas de crecimiento del producto, de la inversión, de la productividad del trabajo y de los salarios reales a partir de 1973 son inferiores entre un tercio y la mitad a los niveles obtenidos durante los años de políticas keynesianas, mientras que el desempleo se encuentra por encima del doble.

Dos décadas de neoliberalismo no pueden exhibir más que éxitos parciales en el control de la inflación y una cierta disminución en los déficits fiscales, mientras que en el pasivo se acumulan el estancamiento, la crisis financiera, la situación de pre-crisis global que vive la economía mundial y un desastre social de vastas proporciones.

El fracaso económico se combina paradójicamente con el éxito ideológico y hasta cultural y es aquí donde el neoliberalismo dará su batalla más larga y encarnizada. Es así porque el pensamiento único se ha impuesto en gran escala y ha alcanzado la suprema efectividad a que puede aspirar una ideología de dominación: hacer que las víctimas piensen en los mismos términos que los victimarios.

Este éxito se ha obtenido de manera especial en algunos sensibles temas como la mercantilización de antiguos derechos obtenidos mediante luchas sociales prolongadas, como los derechos a la salud, la educación y la seguridad social, convertidos ahora por el neoliberalismo en bienes o servicios que deben ser comprados en el mercado y a los que se les aplica la lógica del lucro y la demanda solvente.

Se manifiesta también el éxito ideológico en la ruptura del equilibrio entre mercado y estado, ante el fuerte calado que ha adquirido la idea de asociar al estado a la ineficiencia y la corrupción, y al mercado a eficiencia e imparcialidad.

Y con no menos importancia, la creación de un verdadero "sentido común" de la época, caracterizado por la frivolidad, la banalidad y el egoismo alimentados por la globalización de las imágenes y mensajes difundidos en su gran mayoría desde Estados Unidos.

Existe hoy en el mundo un vasto proceso de colonización cultural que es más profundo y tenaz que los pobres resultados económicos del neoliberalismo.

No bastará conque los humanos nos liberemos del pensamiento económico neoliberal. Éste no estará derrotado del todo hasta que el "sentido común" de la época sea diferente y aún más, opuesto al de la "macdonalización".

No obstante, el neoliberalismo ha sufrido recién una sensible derrota económica, política y también ideológica que ha pasado casi inadvertida. El pasado 4 de diciembre de 1998 la negociación del Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) terminó con la desintegración del Grupo Negociador y el abandono -al menos por el año 1999- de los intentos por hacer adoptar ese Acuerdo.

El AMI fue la más acabada y ambiciosa expresión del fundamentalismo neoliberal para convertir al mundo en un espacio único, desregulado, sin soberanías nacionales entorpecedoras. Su concepción implicaba aniquilar la capacidad de decisión y aún de elemental resistencia de los estados en cuestiones fundamentales de sus economías.

Era una esperanza para el sistema, en cuanto a propiciar una recuperación de la tasa de ganancia mediante una mayor "flexibilización" en la explotación del trabajo a escala planetaria y de ese modo escapar a la crisis global que se cierne.

El AMI fracasó por una mezcla de factores que subrayan el ocaso del neoliberalismo. Uno de ellos fue la movilización de un importante número de fuerzas sociales como de organizaciones no gubernamentales y otros, que presionaron a los gobiernos e hicieron que Francia se retirara de la negociación asestándole a ésta un fuerte golpe y que otros países de la OCDE se mostraran frios o indiferentes ante la muerte del AMI. Esos gobiernos -en el caso europeo- ya no eran los mismos, pues en su mayoría proceden de victorias electorales obtenidas contra representantes de la política neoliberal en declive. Para esos gobiernos es imposible no ver que la aprobación del AMI los hubiera maniatado y convertido en decorado de un escenario donde el capital transnacional de origen norteamericano sería el gran beneficiario. También se opusieron algunos gobiernos del Tercer Mundo.

En el terreno social, el desastre que ha significado el neoliberalismo está a la vista.

Aún con las discutibles estadísticas oficiales disponibles, en América Latina es dramática la huella social dejada por el ajuste estructural para acceder al bienhechor mercado mundial de mercancías, dinero y capitales.

En 1980 el número de pobres en la región era de unos 136 millones. En 1990, después de la crisis de la deuda y el tránsito regional por el camino del "Consenso de Washington", la cifra alcanzó 198 millones y en 1994 eran 210 millones. El ajuste neoliberal creó en solo 14 años, 74 millones de pobres.

Los indigentes eran 62 millones en 1980 y en 1994 ya sumaban 98 millones, por lo que el neoliberalismo se anotó 36 millones de indigentes.

El desempleo en 1990 era de 5,9% y en 1998 fue de 8,4%. En 1999 la OIT estima que el desempleo pudiera llegar a 9,5% y superaría el peor momento de la crisis de la deuda externa, cuando alcanzó 8,7% en 1983.

Este desempleo es inferior al de Europa, pero con la desventaja para América Latina de que en ella el 57% del empleo es informal -otra conquista neoliberal- y apenas existe seguro de desempleo.

Otras comparaciones podrían hacerse en materia de salud, educación, situación de la infancia, de la mujer, pero el retroceso social latinoamericano en los años de la liberalización es tan evidente que no requiere más espacio. En el mundo, el 41% de la población en edad laboral se encuentra desempleada o subempleada. Unas 300 millones de personas dependen del sector informal sin seguridad social, sin derechos ante la invalidez o la disminución de la capacidad laboral. El mismo y precario sector informal que hace algunos años un neoliberal latinoamericano que quiso hacer virtud de la necesidad, presentó como un vivero de futuros y dinámicos empresarios.

Al menos 80 millones de niños se ven obligados a trabajar y en algunos países hasta el 25% de los niños menores de 15 años son económicamente activos. Mil quinientos millones de personas viven en la extrema pobreza y en Africa la mitad de la población se encuentra en esa categoría.

El ocaso neoliberal no significa en lo económico el abandono rápido de esa política. No es así porque las dos décadas de neoliberalismo han tejido una madeja de leyes, reglamentos, instituciones e intereses imbricados que tomará tiempo deshacer y porque, -aún más complejo y difícil-, el sector de la oligarquía que ha captado los mayores beneficios de la globalización neoliberal no ha sido desplazado de sus posiciones y no se ha elaborado una variante de sustitución de esa política por otra que parezca viable.

La crisis globalizada que lleva el sistema en sus entrañas parece haber sido aplazada por la decisión norteamericana de reducir la tasa de interés y el anuncio de la continuidad del crecimiento en ese país. Hoy, el futuro en términos de crisis depende en cierto grado de lo que ocurra en Brasil en este año 1999 y en mayor grado del comportamiento de la economía de Estados Unidos.

Esta economía ha sido hasta el momento el muro de contención de la crisis, pero puede ser también el lastre que arrastre al fondo el resto de

la economía mundial, en la medida en que ésta descansa sobre el dólar y sobre la capacidad de crecimiento norteamericana. Ese crecimiento depende en buena medida de una demanda interna que se basa en el endeudamiento de los compradores. Esa deuda privada se origina en alta proporción, en la compra de acciones en Bolsa (50% de la población norteamericana está involucrada en la Bolsa, mientras que en 1929 era solo el 5%) y se renueva con los ingresos obtenidos en la Bolsa.

A comienzos de 1999, la crisis financiera en Asia y el balanceo de América Latina en el filo de la navaja, hacen descender las exportaciones norteamericanas porque hay menos capacidad de compra en esas regiones, por la incertidumbre generalizada y por la pérdida de competitividad norteamericana frente a las devaluaciones a que la crisis obligó en Asia.

Una disminución de las exportaciones es sensible porque de ellas depende una parte importante de las ganancias de las transnacionales norteamericanas y porque acentuaría el ya fuerte desbalance comercial. Todo esto actuaría en contra del crecimiento económico, el cual, por otra parte, se ha extendido más allá de lo habitual en el ciclo de ese país y parece encontrarse en vísperas de un descenso.

Si cae el crecimiento, la Bolsa reflejaría el cambio en las expectativas y el andamiaje de apuestas podría derrumbarse y precipitar un proceso deflacionario en cascada.

La incertidumbre se ha convertido en el término más utilizado para describir el estado sicológico de muchos operadores en el mercado financiero globalizado, aquellos que hasta 1997 creían haber ingresado al Nirvana.

Las críticas al neoliberalismo son crecientes y proceden ya no de la izquierda, sino de fuentes como el Banco Mundial. En publicaciones de Naciones Unidas se puede leer expresiones como ésta: "Sin otras limitaciones, aparte de la ética del respeto al derecho de propiedad, la ideología de mercado posterior a la guerra fría, justifica la conducta predadora como la tendencia natural de la humanidad".

El neoliberalismo marcha hacia su crisis terminal, y es probable, aunque puede no resultar así, que lo haga arrastrando a la economía mundial a una crisis que convierta en pequeño suceso a la de 1929. Si la salida de escena del neoliberalismo se produce por una opción consciente y conveniada en el mundo objetivamente globalizado, sería preferible a evocar su retirada unida a una devastadora crisis global.

De cualquier manera, las víctimas del neoliberalismo, las que pierden día a día, sufriendo el castigo de esta política y los que menos tienen que perder en una crisis, porque viven en permanente crisis, no lo van a lamentar.

Ellos son los muchos millones de nadies creados por el neoliberalismo.

Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada
que no hablan idiomas, sino dialectos
que no profesan religiones, sino supersticiones
que no hacen arte, sino artesanía
que no practican cultura, sino folklore
que no son seres humanos, sino recursos humanos
que no tienen cara, sino brazos
que no tienen nombre, sino número
que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

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