La superposición de la política
neoliberal sobre el proceso de globalización,
imprimiendole características, límites y
orientación básica al mismo, se encuentra en el
centro mismo de la compleja y peculiar coyuntura
de la economía mundial de final del
milenio.
Esta invasión y ocupación
como de plaza tomada por asalto, que el
neoliberalismo ha hecho de un proceso histórico
objetivo como es la globalización, carente de
misterios, subordinandolo a su lógica y
modelando su operatividad en función de
extraordinarios beneficios para algunos grupos
sociales y excepcional explotación para otros,
constituye la fuente de una verdadera mitología
de la globalización, de una larga lista de
percepciones erróneas, a veces sin segundas
intenciones y muchas veces de interpretaciones
propagandísticas cargadas de
intencionalidad.
Una buena parte de la población mundial
cree o al menos repite el mensaje elemental que
los medios globalizados difunden por el planeta:
la realidad económica en la que globalización y
neoliberalismo aparecen mezclados y la
globalización neoliberal se presenta con la
fuerza de realidad concreta asistida por un
aplastante sistema global creador de imágenes,
apetencias, preconceptos y reflejos primarios,
es la única realidad posible. Es el presente y
el futuro, el único escenario imaginable, en el
que caben solo el éxito premiado por la riqueza
o el fracaso castigado por la pobreza y aún más
allá, por la exclusión.
La subordinación de la globalización a la
lógica y el horizonte neoliberal está en la raíz
de la crisis financiera internacional en curso y
de sus probables derivaciones hacia una gran
crisis global.
También está en la raíz de la inequidad,
la exclusión y en esencia, la explotación que
modelan la fisonomía del mundo que
habitamos.
Nunca la globalización exigió tanto como
hoy la solución colectiva a gigantescos
problemas colectivos. Ahora la globalización con
su avance impetuoso reduciendo distancias y
tiempos, estableciendo un entramado de
interrelaciones en el que todos estamos
insertados, exige soluciones -muchas veces a
nivel planetario- para
problemas también planetarios que se abaten
sobre un planeta cada vez más pequeño en
términos de distancias y comunicaciones y cada
vez más excluyente en términos sociales y más
próximo al abismo en términos
ecológicos.
La globalización, que en su largo
transitar desde los albores del capital
comercial y la creación de una de sus criaturas
sobresalientes como lo fue el mercado mundial
que entrelazó a todos, no había conocido un
desarrollo tan elevado como en este mundo del
fax, de las super computadoras, de la realidad
virtual, de la ingeniería genética; demanda
ahora enfoques y conductas en congruencia con el
nivel global de los problemas planteados al
mundo, de los conocimientos que los humanos
dominan y los instrumentos tecnológicos
disponibles. Pero esa globalización está
encorsetada dentro de un pensamiento y política
que no solo la subordina y reduce a la lógica
capitalista, sino a la más individualista y
rapaz de las variantes de política que ese
sistema puede practicar, si exceptuamos al
fascismo.
La globalización demanda una cosmovisión
incluyente de las grandes mayorías y un esencial
sentido de justicia social y solidaridad humana,
en tanto que el neoliberalismo es su antípoda,
con su corta visión del lucro individual, la
pasividad ante el mercado, la apelación a los
instintos primarios y su despiadado darwinismo
social.
Esta camisa de fuerza neoliberal aplicada
a la globalización ha creado un monstruo que
recorre el mundo.
Si los clásicos del marxismo llamaron la
atención a mediados del siglo pasado sobre un
fantasma que recorría Europa e inquietaba a las
burguesías de entonces, ahora finalizando el
siglo XX un monstruo recorre el planeta
motivando la angustia de miles de millones de
personas.
En el periódico "El País" de 2 de agosto
de 1998 el economista español Emilio Ontiveros
lo calificaba así: "La crisis de los países
asiáticos pone de manifiesto que los gobiernos y
los organismos internacionales han alumbrado en
las últimas dos décadas con la desregulación de
los mercados, las privatizaciones a escala
planetaria, la transición de las economías de
planificación central a las economías de mercado
y la total libertad a los movimientos de
capitales, un monstruo, un Frankenstein al que
se ha dejado en libertad y sin
control".
- La Mitología de la
Globalización.
El pensamiento único ha creado una
verdadera colección de mitos acerca de la
globalización. No son mitos inocentes, porque
han desempeñado un papel relevante en la
ofensiva neoliberal de las dos últimas décadas,
la que hoy ha sufrido derrotas, pero se
encuentra lejos de su derrota total y tomará
años limpiar la costra tenaz del pensamiento y
las acciones prácticas de política
neoliberal.
Valiosos trabajos de Aldo Ferrer han
contribuido a desvanecer los mitos y mostrar el
verdadero calibre de la
globalización.
Según la visión fundamentalista de la
globalización, los avances tecnológicos habrían
desatado fuerzas que escapan al control de los
Estados nacionales y de los actores sociales.
Viviríamos en una aldea global, unificada sólo
por la informática y la velocidad en los medios
de transporte. A partir de esto, se supone que
la mayor parte de la economía mundial está en
manos de entes transnacionales y las
transacciones económicas no se realizan, en lo
fundamental, en los espacios o territorios
nacionales, sino en los espacios
planetarios.
Como ejemplos característicos de esto se
menciona el mercado financiero globalizado y las
gigantescas megacorporaciones que funcionan en
la economía global.
Las decisiones sobre asignación de
recursos, cambios tecnológicos, distribución del
ingreso y la especialización de los países se
toman fuera de los espacios nacionales y los
Estados serían impotentes para determinar la
suerte de los países. A su vez, sobre esta
consideración se plantea que en el mercado
mundial no compiten países sino firmas que
sobreviven gracias, a sus capacidades para
abrirse paso en la competencia global. Estas
firmas aparentemente estarían desarraigadas de
sus Estados nacionales y, convertidas ya en
empresas globales, volarían solas con sus
motores por el mercado planetario.
Como resultado de todo lo anterior, se
plantea que esta globalización de nuestros días
es un fenómeno nuevo y sin precedentes en la
historia de la humanidad, ni siquiera en la
historia del capitalismo.
Si las economías nacionales han perdido
sentido, como postula esta visión
fundamentalista, entonces la soberanía nacional
también lo ha perdido, y la única soberanía
realmente actuante sería la soberanía del
mercado. Los Estados estarían colocados como
espectadores pasivos frente a acontecimientos
globales que nunca antes los afectaron tan
profundamente, y, lo más importante, frente a
los cuales son impotentes.
A partir de esta presentación o de esta
visión, del proceso de globalización, se
estructura un pensamiento único que tiene una
primera y arrasadora propuesta: en el mundo
globalizado, el debate sobre el desarrollo y las
políticas para alcanzarlo, que han sido el gran
motor del pensamiento económico universal, y, en
especial, en nuestros países subdesarrollados,
se ha hecho obsoleto, inútil y
superfluo.
El debate y la búsqueda de vías para el
desarrollo ha terminado, porque las decisiones
hoy las toman los agentes transnacionales y no
los Estados. La única política posible en tal
circunstancia sería aquella que sea funcional a
los dictados del mercado. Esto es: apertura,
desregulación, privatización, reducción del
Estado a mero guardián del orden, equilibrio
fiscal y estabilidad de los precios.
No seguir los dictados del mercado
conduce, inexorablemente, a la fuga de
capitales, al estancamiento económico y a
sumirse en una especie de apartheid respecto a
la economía globalizada. El Estado –que, como
regla, se supone que no debe intervenir en la
economía, pero que sí debe hacerlo para
intervenir profundamente en un punto crucial- ha
de reducir los costos internos para atraer a las
empresas globales y, en especial, los costos más
importantes, los costos salariales. Se ponen en
marcha, entonces la reducción de los sistemas de
seguridad social y la llamada flexibilización de
los mercados de trabajo, que no es otra cosa que
un eufemismo para endulzar el desempleo, las
condiciones laborales precarias, el trabajo
informal y las condiciones desventajosas del
mercado laboral.
Pero la propuesta del pensamiento único
va más allá de lo que podemos considerar el
racional equilibrio macroeconómico y la
estabilidad de precios, cosas con las cuales, en
general, todos podríamos estar de acuerdo. Este
pensamiento propone aceptar sin reservas ni
salvaguardas las reglas del juego de los
intereses y potencias dominantes en el sistema
global: No es necesario un debate sobre el
desarrollo porque no hay nada más que crear o
que debatir, solo se puede aceptar el orden
existente. Es de nuevo, más de un siglo y medio
después, la propuesta ortodoxa del libre juego
de los factores en lo nacional, lo regional y lo
mundial, solo que en Adam Smith o en David Hume
la justificación y la argumentación era en
términos de racionalidad económica, y ahora lo
es como aceptación pasiva de tendencias que
escapan inevitablemente al control de los
Estados y de sus sistemas políticos.
La mano invisible, de la cual nos hablaba
la economía liberal del siglo pasado, era la
expresión de un orden natural que aseguraba la
articulación de lo público y lo privado en el
mejor empleo de los recursos y el mayor
bienestar. El mensaje político de aquel entonces
era contra la monarquía absoluta y a favor del
liberalismo, que se asociaba al naciente y
pujante capitalismo. El pensamiento único de
nuestros días, en cambio, propone también un
orden natural, pero basado simplemente en la
estructura de poder existente, considerada como
inapelable y definitiva. Es el retorno al poder
absoluto, no de la monarquía, sino de los
mercados. Aquí no encontraremos una explicación
apelando a la racionalidad, sino una
racionalización a posteriori que se puede
sintetizar en la expresión: No hay otra
alternativa.
Los problemas de la llamada
gobernabilidad de las democracias, tan
mencionados, tan objeto de tantos seminarios,
artículos y debates, en realidad no consistirían
más que en lograr que las democracias ratifiquen
las decisiones de los mercados, que son el
verdadero poder real. Las democracias se hacen
ingobernables cuando no pueden racionalizar ni
hacer digerir, en términos políticos, las
decisiones de los mercados.
La globalización real que tiene lugar en
nuestros días, esa globalización concreta que
puede ser explicada en sus raíces históricas, en
lo que ha avanzado y en lo que aún resta por
avanzar, es un proceso objetivo, como una nueva
etapa de un antiguo proceso de
internacionalización del capital, cuyo planteo
teórico en gérmen lo podemos encontrar tan atrás
como el Manifiesto Comunista, de 1848, o,
incluso, en destacados exponentes de la teoría
clásica liberal del siglo XIX o de finales del
XVIII.
Estos planteos iniciales, de lo que ha
llegado a ser globalización actual, aluden, a la
vocación internacional del capital; al hecho de
ser el capitalismo el sistema creador, por
primera vez en la historia, de un mercado
mundial; a la tendencia del capital a desbordar
las fronteras nacionales y a dejar prendidas a
las economías nacionales dentro de una telaraña
de interrelaciones comerciales, financieras y de
variados tipos.
La globalización de nuestros días, aunque
tiene dimensiones e instrumentos nuevos, no es
el suceso sin precedentes ni vínculos con el
pasado que propone la visión fundamentalista,
sino que pudiéramos sintetizarla como la
persistente vocación internacional del capital,
asistida ahora por los grandes avances
tecnológicos en las comunicaciones, el
transporte y los medios de transmisión de
información, y por la capacidad difusora de
imágenes y muchas veces de pensamientos
precocidos de los medios masivos.
La globalización real de nuestros días no
es una ficción ni una perversa invención
transnacional, ella existe con ciertos límites.
Existe en el comercio internacional mundial, que
ha visto aumentar el peso relativo de las
exportaciones, respecto del producto mundial, de
menos del 10 por ciento al 20 por ciento entre
1950 y la actualidad. Existe también en las 39
000 corporaciones transnacionales que cuentan
con 270 000 filiales distribuidas por todo el
planeta. Existe igualmente en ese
aproximadamente 30 por ciento del comercio
mundial, que no es más que comercio intrafirmas,
y existe en la homogeneidad del marco
regulatorio que se ha movido en dirección de una
mayor liberalización, en especial después de la
creación de la OMC, para formar una tríada con
el FMI y el Banco Mundial.
Existe, además, la globalización real de
nuestros días en el mercado financiero
globalizado, como expresión emblemática de él.
Este mercado financiero globalizado, que
funciona sin interrupción las 24 horas, a escala
planetaria; que hace transacciones diarias por
no menos de uno y medio millones de millones de
dólares y que el 95 por ciento de esas
transacciones son transacciones especulativas y
desvinculadas de la economía real, en tanto
economía real de producción, de comercio o de
inversión.
El verdadero calibre de la globalización
actual pudiéramos quizás encontrarlo en una
mezcla entre entes transnacionales, unidos a la
decisiva presencia de mercados nacionales y de
economías nacionales. Algunos elementos
concretos pueden ilustrar acerca de esa realidad
que combina transnacionalización, en un grado
apreciable, pero que de ninguna manera significa
que los Estados nacionales y las economías
nacionales han dejado de ser fundamentos del
desarrollo, fundamentos de la economía mundial,
y en modo alguno ha perdido sentido el debate y
la búsqueda de vías para el
desarrollo.
Estos elementos, entre otros, pudieran
ser los siguientes: Más del 80 por ciento de la
producción mundial se destina a los mercados
internos de los países. No es esta la realidad
que intenta presentar la visión fundamentalista
de la globalización planetaria a ultranza. Nueve
de cada diez trabajadores producen para los
mercados de sus países.
Si se mide la apertura de las economías
por la relación entre el intercambio comercial y
el Producto Interno Bruto, se encuentra, que
entre 1913 y 1993 las economías de países
desarrollados como Francia, Japón, Holanda y el
Reino Unido, lejos de haberse abierto a la
economía mundial, como postula el discurso del
pensamiento único, lo que hicieron fue
exactamente lo contrario: aumentaron el papel de
sus mercados internos mientras que otras
economías, como las de Alemania y Estados Unidos
se abrían, sí, pero con Estados Unidos
haciéndolo a partir de un nivel todavía
sumamente bajo y con la economía alemana
abriéndose en un pequeño grado.
Contrastando esta realidad con el
discurso y la receta que el pensamiento
neoliberal le propone a nuestros países,
pudiéramos claramente encontrar el reflejo de
aquel refrán: Haz lo que yo digo, pero no lo que
yo hago.
Por otra parte, la enorme masa de
recursos financieros del mercado globalizado es
una burbuja de transacciones en papeles, en
opciones, derivados y otros instrumentos sin
vinculación, en su inmensa mayoría, con las
actividades reales de la economía. Alrededor del
95 por ciento de la acumulación de capital a
nivel mundial se financia con ahorro interno de
los Estados nacionales.
La reducción del Estado, o el
"achicamiento" del Estado, otro de los temas
predilectos del discurso neoliberal, pudiéramos
decir que es otro anzuelo para
subdesarrollados.
Puede apreciarse que el gasto público,
como proporción del Producto Interno Bruto, no
dejó de crecer en ningún país desarrollado entre
1970 y 1995, solo que en la década del 80 el
ritmo de crecimiento se amortiguó un tanto; pero
no se encuentra evidencias de aquel
"achicamiento" absoluto del Estado, de aquella
"retirada" del Estado de toda actividad
económica que postula el discurso neoliberal.
Retirada del Estado practicada sí, de manera
ortodoxa y al pie de la letra, por América
Latina en su casi totalidad, y, nunca
considerada ni practicada seriamente por los
capitalismos desarrollados.
En el mercado real, en otro orden de
cosas, los que compiten son países y sistemas
antes que firmas. La Boeing es una empresa
norteamericana, la Volkswagen es alemana y la
Mitsubichi es japonesa, y, por más que sus
operaciones tengan una dimensión realmente
planetaria, cuando sus intereses son atacados o
puestos en peligro en alguna parte del globo,
quienes las defienden no son los mercados, sino
los gobiernos de sus países.
Sería imposible explicar también la
fuerza de las grandes empresas norteamericanas,
alemanas o japonesas, si se las separa del
contexto social, de la historia en la cual han
surgido en sus respectivos países, y de las
políticas de gobierno que las han protegido y
que las han amparado. Mucho menos sería posible
explicarse la historia ni la realidad de las
empresas en países como Corea del Sur, Taiwán,
Malasia o cualquier otra, en las cuales la
presencia del Estado, el amparo del Estado, es
todavía más evidente y marcado.
El mundo real es aquel en que coexisten
tendencias globales con la presencia decisiva de
los mercados y los factores económicos internos
de los países. La mitología de la globalización
es, pudiéramos decir, una gran deformación de la
realidad, y pudiéramos preguntarnos por qué
estos mitos se han difundido y popularizado con
tanta fuerza.
Una primera explicación sería que estos
mitos contribuyen a descargar la responsabilidad
de los gobiernos neoliberales acerca de las
consecuencias de sus políticas: si aumenta el
desempleo, descienden los salarios reales,
empeora el sistema de salud pública o empeora la
educación, la culpa sería de la globalización y
no de las clases dominantes.
Obviamente la realidad última es que la
globalización como ha expresado Samir Amin, la
forma de ella, depende, en última instancia, de
la lucha de clases, de la lucha política y de la
actuación del gobierno en cada uno de los
países.
- El mercado financiero globalizado: la
cara más visible del monstruo,
En Bretton Woods el sistema
de tasas de cambio fijos basado en la relación
entre el oro y el dólar y entre éste y el resto
de las monedas, tenía un claro sentido
regulacionista que pretendía en lo más profundo
evitar la excesiva separación entre la
producción y la circulación y en lo más
inmediato, mantener la especulación bajo
control. En el contexto de la reconstrucción de
posguerra, con financiamiento oficial provisto
por el Plan Marshall, demanda creciente y
solvente asegurada por la reconstrucción después
del doble efecto destructivo de la Segunda
Guerra Mundial y la crisis de 1929, el sistema
de tasas de cambio fijos logró mantener
neutralizada a la especulación al menos hasta la
primera mitad de los años sesenta.
A partir de entonces comienza a
construirse la importante parte financiera del
monstruo, la cual atraviesa por diferentes
etapas, expresadas en forma sumaria.
La oleada especulativa actual tiene sus
raíces en el crecimiento de las inversiones
extranjeras directas a escala cada vez más
global, al influjo de la transnacionalización
creciente a partir de la segunda mitad de los
años sesenta. Esas inversiones fueron generando
un flujo financiero privado que rebasaba las
fronteras e iba separandose de los controles
oficiales.
Si en 1964 los créditos privados
internacionales eran solo el 20% de las reservas
internacionales, lo cual era todavía controlable
por la banca central, ya en 1970 el porcentaje
era de 70% respecto a las reservas. Esa
privatización de las fuentes de crédito chocaba
cada vez más con los controles ejercidos por las
autoridades monetarias y, entre otros factores,
estuvo en la base de la inestabilidad monetaria
que culmina en 1971 con la gran jugada
norteamericana de liquidar el sistema de tasas
de cambio fijas al decretar la inconvertibilidad
del dólar y proceder a su
devaluación.
A partir de entonces se diversifican y
multiplican los mecanismos y las fuentes de los
flujos privados financieros, sin controles
institucionales.
Ya en 1975 los flujos privados
internacionales superaban a las reservas y en
1980 más que las duplicaban. La oleada
neoliberal reforzó esta tendencia y desarrolló
poderosas formas de especulación, ya no solo con
la banca privada, sino con las grandes
transnacionales, con los fondos institucionales
(seguros, pensiones), con los llamados fondos de
resguardo (hedge funds) y con la especulación
cambiaria desenfrenada.
El resultado: a mediados de los años
noventa la economía financiera en su conjunto
manejaba cincuenta veces más dinero que la
economía real.
Las reservas internacionales se han hecho
insignificantes en comparación con el
extraordinario poderío del dinero privado, a tal
punto que el movimiento de 1-2% de la masa
financiera privada puede cambiar hoy la paridad
entre dos monedas nacionales.
Las autoridades monetarias se han vuelto
impotentes para defender su tasa de cambio
frente al poder omnímodo del mercado sin
regulación y la especulación que lo domina. En
ese contexto, las políticas económicas
nacionales carecen de relevancia y quedan
sometidas a las acciones del capital financiero
privado transnacional. El sistema monetario
internacional en esas condiciones, tiene cuatro
características: es privado, especulativo,
inestable y pronorteamericano. El dólar
norteamericano es no solo y no tanto la moneda
de reserva más usual, sino la moneda predilecta
de la especulación, la moneda de refugio ante
los avatares de la especulación, la moneda que
es emitida por el gobierno de Estados Unidos sin
controles externos y que al mismo tiempo puede
comprar en cualquier parte del mundo.
La dimensión de la especulación es
impresionante y ofrece el más vertiginoso cambio
en la economía mundial en los últimos 20 años al
compás de la toma del poder por la
contrarrevolución monetarista de esencia
neoliberal.
En 1975 la compra-venta de monedas
extranjeras para pagos por adquisición de bienes
o servicios, esto es, como parte normal del
comercio internacional de bienes y servicios
representaba el 80% del total de monedas
extranjeras transadas. El restante 20% era la
especulación cambiaria que tradicionalmente era
una parte minoritaria en el comercio de
divisas.
Veinte años después el escenario había
cambiado radicalmente. Ya entonces el 97.5% del
total del comercio de divisas se hacía con fines
especulativos y solo el 2.5% cubría
transacciones reales en bienes y servicios. La
burbuja financiera alimentada por la
especulación se ha transformado de socio menor
en dueña aplastante del escenario económico. La
economía especulativa decide y dicta las
tendencias por encima y en desmedro de la
economía real.
Los grandes bancos se han ido moviendo de
sus tradicionales funciones de proveer crédito
para convertirse en especuladores con
divisas.
Bancos como el Chase Manhattan, el Bank
of América, Barclays, Sumitomo y otros ahora
derivan entre el 20% y el 50% de sus ingresos de
la especulación cambiaria, a la cual se suma la
movilización de los fondos de pensiones,
seguros, etc. en la misma dirección
especulativa.
El movimiento diario del monstruo es
alucinante: en 1973 las transacciones diarias en
el mercado financiero eran de unos 15,000
millones de dólares. En 1986 eran ya de 200,000
millones y actualmente alcanzan la cifra de
hasta 2 millones de millones.
Esta última cifra es de un monto tan
enorme que equivale a igualar el Producto
Interno Bruto anual de Estados Unidos cada tres
días de transacciones o el Producto Interno
Bruto del mundo cada quince días. En tanto, las
reservas monetarias totales de los Bancos
Centrales no van más allá de unos 640,000
millones, lo que revela el abismo entre la
especulación desenfrenada y su ridícula base de
aseguramiento teórico, así como la incapacidad
de tales reservas para neutralizar una profunda
crisis que quiebre la enorme cadena de deudas y
se extienda por los veloces mecanismos de
propagación que la globalización
implica.
En el mercado financiero los "hedge
funds" o fondos privados de cobertura del riesgo
son productos altamente desarrollados en el
mundo de la espiral especulativa.
Hasta antes de la intervención del Long
Term Capital Management (LTCM) el pasado 23 de
septiembre existían entre 2,200 y 4,000 "hedge
funds". Cuando fue intervenido el LTCM su
capital no alcanzaba los 5,000 millones de
dólares (4,968 millones) pero tenía posiciones
abiertas en derivados por valor de 199,460
millones de dólares, una cantidad que
multiplicaba por 40 el efectivo
disponible.
Entre enero de 1990 y agosto de 1998 la
cobertura media del conjunto de los "hedge
funds" no superó el 17% de su total de activos.
Según otras informaciones el LTCM estableció sus
posiciones tomando hasta 30 dólares prestados
por cada dólar propio que invertía. Era la
especulación que creaba especulación y se
alimentaba de especulación.
El monstruo funciona cada día a escala
global sin sujeción a reglas institucionales y,
mediante su poderío, aplastando o burlando las
impotentes regulaciones nacionales allí donde
quede alguna.
El mercado financiero global es la más
perfecta criatura de la globalización
neoliberal. Ha logrado tan avanzado grado de
globalización que la"aldea global" solo es
realidad total en los límites de dicho mercado,
pero la plasmación de ese logro de la
globalización está lastrada por su sentido
neoliberal: el mercado financiero global es
también la derrota del crecimiento económico,
del empleo y de la economía real que las
sustenta, a manos del lucro individual, de la
insensibilidad social y el cortoplacismo del
mercado sin regulación.
- Marchando hacia la crisis
global.
El "lunes negro" de 1987, la crisis
mexicana de 1994-95, la crisis de los "tigres"
del Sudeste Asiático que incluye en cierto modo
a Japón (1997-98), la crisis rusa en 1998, no
son más que explosiones parciales de un sistema
que porta en su interior una gran crisis, y que
después de la crisis de los años 30, se las ha
arreglado para diferirla e ir sorteando los
estallidos parciales sin que se conviertan en
crisis globales.
Seria ilusorio pretender una explicación
siquiera básica de las causas y los mecanismos
desencadenantes, neutralizantes, inhibidores y
propiciadores de la crisis que el sistema
capitalista globalizado de nuestros días lleva
en sus entrañas. Se trata del fenómeno más
complejo que la ciencia económica puede
enfrentar, sobre el cual varios siglos de
pensamiento económico de todos los colores ha
acumulado una sobrecogedora cantidad de
interpretaciones que van desde la "ley" de Say,
negadora de la posibilidad siquiera de crisis
capitalistas hasta la alegada relación de ellas
con las manchas solares, sin olvidar los "ciclos
largos" o de diferente extensión, la necesidad
todavía no resuelta por el marxismo de
desarrollar creativamente para el capitalismo de
ahora los planteos de Marx y Lenin, y el virtual
abandono del debate sobre las crisis tanto por
los keynesianos en sus momentos de esplendor
como por los neoliberales cegados por el dogma
del mercado y la arrogancia de poseer la verdad
revelada.
Las líneas que siguen no son más que
apuntes de ideas para retener como esquema o
borrador que necesitaría articularse y adquiirir
un desarrollo mayor.
- Lo primero a recordar sería que el
neoliberalismo, eliminándole el prefijo "neo"
que significa remozamiento cosmético teórico
aderezado con excelencias matemáticas tan
exactas como las elaboradas por los premios
Nobel Merton y Scholes para guiar el acertado
rumbo del Long Term Capital Management (LTCM)
hacia el desastre, es en esencia la vieja
tradición de pensamiento económico liberal con
sus creencias en los automatismos del mercado,
el óptimo colectivo derivado automáticamente de
la suma de intereses individuales, el estado
guardián, etc. y que esa tradición de
pensamiento era política económica predominante
en 1929.
En una muestra peculiar de agotamiento
creativo y de pérdida de memoria histórica, el
sistema capitalista al entrar en su modo
transnacional globalizado de funcionamiento,
desmanteló el sistema de regulación keynesiano
diseñado para amortiguar las tendencias
comprobadas a la crisis recurrente.
La expulsión del estado de la actividad
económica e incluso su confiscación por mafias
privadas como en Rusia, no ha sido más que
quitarle al sistema las defensas anti-crisis que
elaboró en la posguerra con la ingrata memoria
de los años 30 en el recuerdo.
La política activa de gasto social, la
regulación de precios y salarios, el subsidio al
desempleo, el salario mínimo, la creación de
empleo y demanda solvente por la vía del gasto
estatal, el control por el estado de sectores
estratégicos no privatizables, la regulación del
nivel de la tasa de interés para estimular la
inversión productiva y otros instrumentos
keynesianos que dieron nuevos aires al sistema
en la posguerra, fueron sacrificados para dar
paso a la "magia del mercado".
- En segundo término, la existencia de un
mercado financiero especulativo, volátil,
privado y pronorteamericano ya fue comentada
anteriormente, pero aquí no es ocioso agregar
que las tasas de cambio fijas eran un esfuerzo
de estabilización de la economía mundial en el
orden cambiario, que permitía un cierto orden y
cierta predictibilidad. En aquellas
circunstancias, el espacio para la especulación
cambiaria era muy pequeño y virtualmente
inexistentes las posibilidades de que grandes
especuladores privados actuando como modernos
piratas, pudieran desplomar la tasa de cambio de
una moneda nacional y propiciar una crisis a un
país.
A partir de la flotación monetaria sin
regulación efectiva - hija eminente del
neoliberalismo- la moneda de cualquier país se
convirtió en objeto de especulación y factor
capaz de generar fabulosas ganancias privadas
jugando a su alza o su baja. Se cumplió el dogma
neoliberal sobre la liberación del mercado y al
mismo tiempo, se abrió cauce a la especulación
cambiaria al convertir la tasa de cambio de una
moneda nacional en algo tan susceptible de
especulación como el valor de un terreno o una
casa.
El neoliberalismo, tratando de lograr su
regla de oro de la estabilidad monetaria,
introduce en realidad la gran inestabilidad
especulativa y afecta directamente a las
inversiones y al comercio debido a la
incertidumbre y volatilidad de las tasas de
cambio dejadas al libre accionar de los mercados
financieros.
Otro elemento a recordar es el papel
privilegiado del dólar norteamericano en el
sistema monetario y financiero.
Este privilegio del dólar actuando como
principal moneda de reserva y medio de pago, le
otorga a Estados Unidos un apreciable control
sin restricciones efectivas sobre la creación de
liquidez a nivel mundial, la posibilidad de
incurrir en cuantiosos déficits de balanza de
pagos, comercial y de deuda pública que están
vedados a otros países y sin tener que someterse
a los ajustes del FMI porque tienen un poder de
veto en sus decisiones, y la posibilidad de
comprar activos en cualquier lugar del planeta,
con su moneda nacional emitida por sus
autoridades de acuerdo a sus
intereses.
Este privilegio del dólar norteamericano,
que recién comienza a ser desafiado por la
creación del euro, ha colocado la suerte de la
economía mundial en una situación de dependencia
marcada respecto al ciclo económico
norteamericano.
Mientras la economía norteamericana
mantenga su ritmo de los años del gobierno de
Clinton, el dólar cumplirá su papel de principal
moneda de reserva y en mucho mayor grado, el de
moneda predilecta de la especulación en el
mercado financiero, pero cuando el ciclo
inevitablemente decaiga como la lógica
histórica, cíclica y hasta estadística plantea,
la dependencia del dólar podría ser un
amplificador de la crisis.
- En tercer lugar, y tratando de penetrar
un tanto más hacia factores que actúan no en la
superficie del sistema, habría que recurrir a
Carlos Marx.
Al tocar de nuevo la crisis económica a
las puertas del sistema, en los años 1997 y 1998
han comenzado a aparecer trabajos con titulos
sugerentes como "El regreso de Carlos Marx"
donde autores no marxistas expresan cosas como
esta: "Mientras más tiempo paso en Wall Street,
más me convenzo de que Marx tenía razón" o esta
otra: "Estoy absolutamente convencido de que el
enfoque de Marx es la mejor forma de analizar el
capitalismo".
No se trata aquí de exponer la teoría
marxista de las crisis económicas capitalistas,
la que en rigor, se extiende desde el primero
hasta el último capítulo de "El Capital", pues
las crisis son al mismo tiempo punto de llegada
y de partida de aquella "ley del movimiento" del
sistema que Marx descubre y expone.
Recordando no más algunos momentos de esa
teoría de la crisis, tengamos en cuenta que Marx
explicó como en una economía mercantil debe
existir una correlación entre valores de uso y
valores de cambio. Esa correlación entre los
polos en que se desdobla toda mercancía, existe
aunque no está medida por una fórmula matemática
y permite márgenes de autonomía, pero también
establece límites a la separación de aquellos
polos.
Esa correlación es desarrollada por Marx
a lo largo de los 3 tomos de "El Capital" en
sucesivos eslabones -entre valores de uso y
valores, entre valores y precios, entre cantidad
de mercancías y cantidad de dinero necesaria
para la circulación, entre composición técnica y
composición orgánica del capital, etc.- hasta
culminar en el momento de crisis, esto es,
cuando las contradictorias fuerzas internas del
sistema detonan la crisis como explosión que
destruye y abre nuevas vías de expansión, al
mismo tiempo. El sistema tiende permanentemente
al desequilibrio y solo lo recupera parcialmente
al precio de destruir fuerzas productivas. Es su
modo de vida, su peculiar ciclo.
La elaboración abstracta de Marx basada
en la teoría y la ley del valor no resulta fácil
de conectar con los fenómenos más concretos y
superficiales de la realidad diaria del
funcionamiento del sistema y más aún teniendo en
cuenta los más de 130 años transcurridos desde
la publicación del tomo I de su obra económica
más importante y las transformaciones que aquel
ha experimentado.
Por mencionar solo una de esas
transformaciones: la "economía casino" que hoy
es deslumbrante realidad y que apenas se
insinuaba en el siglo pasado.
Pero, el planteo marxista desemboca en
una explicación más visible en lo concreto,
cuando al presentar la realidad de su época,
Marx expresó: "La razón última de todas las
crisis verdaderas es siempre la pobreza y la
limitación del consumo de las masas, frente a la
tendencia de la producción capitalista a
desarrollar las fuerzas productivas cual si solo
tuviesen como límite la capacidad de consumo
absoluto de la sociedad".
Es el estrechamiento de la demanda
solvente la causa última de las crisis, a pesar
de los muchos eslabones y fetiches financieros
que separan aquella "razón última" de sus
manifestaciones diarias. La pobreza, desempleo y
polarización social que el neoliberalismo ha
esparcido por el mundo traen de vuelta al primer
plano de actualidad aquellas
palabras.
La explicación más abstracta puede, no
obstante ser vista también actuando si
recordamos que la crisis de los años 30 -cuando
el sistema tenía ya una cierta burbuja
financiera- fue, entre otras cosas, un ajuste
entre la economía real que produce valores de
uso (bienes y servicios tangibles, derivados del
trabajo y portadores de los valores reales
creados) y la superestructura especulativa
financiera que había crecido sobre ella,
superandola varias veces en tamaño y generando
una dinamica especulativa propia, cada vez más
alejada e incluso divorciada de su base
real.
Ese alejamiento es la separación de los
valores de cambio (burbuja financiera) de su
base de economía real, hasta extremos en que al
parecer el dinero se multiplica a sí mismo en un
ámbito propio y autosuficiente.
Bolsas, acciones, derivados, fondos de
pensiones, bonos, "hedge funds" crean una imágen
fabulosa de enriquecimiento rápido en una
dinámica especulativa que parece no tener
límites, pero los tiene. Esos límites serían el
punto en que el andamiaje de apuestas, deudas
cruzadas y capital ficticio, sustentado no más
que por una base tan voluble como la confianza,
se desplome al tornarse en pánico por la llamada
al orden del estancamiento de la economía real
debido a la estrechez de la demanda solvente.
Demanda solvente que no es más que el tecnicismo
para expresar la capacidad de compra de los que
pueden pagar y la incapacidad de los miles de
millones de pobres que no pueden.
El estallido de la burbuja está en el
orden del día y el detonante último será la ola
de pobreza y exclusión que el neoliberalismo ha
sembrado por todo el mundo subdesarrollado e
incluso en segmentos del
desarrollado.
Desde la posguerra y abarcando un período
ya superior a medio siglo, se observa una
separación creciente entre economía real y
economía especulativa. Separación que fue
relativamente pequeña y de crecimiento lento
hasta la segunda mitad de los años 70 y que
desde entonces adquirió una dimensión y
velocidad enormes. El crecimiento real a nivel
mundial se ha ido amortiguando desde los altos
ritmos de los 50 y 60 hasta los raquíticos
crecimientos de los años recientes y como el
reverso de la moneda, al mismo tiempo la burbuja
financiera ha ido creciendo hasta desenlazar en
el monstruo global sin control.
Mientras tanto, el neoliberalismo ha
socavado la base última de reproducción y
crecimiento del sistema constituída por la
realización de la economía real, la ampliación
de la demanda solvente, el aumento del empleo,
el desarrollo de actividades que desde la
"economía casino" se miran con desdén y se les
considera primarias y anticuadas, como la
agricultura y la industria.
Serruchando la rama sobre la cual el
sistema está sentado sobre el vacío, el
neoliberalismo ha privilegiado la liberalización
financiera persiguiendo el máximo
enriquecimiento de pocos, ha olvidado la
economía real y para obtener ganancia máxima ha
empobrecido a millones.
Según el Informe de Desarrollo Humano
1998 auspiciado por el PNUD el 20% de la
población mundial, aquella que habita
mayoritariamente en países desarrollados hace el
86% del gasto total en consumo privado y el 80%
restante (4,800 millones de personas) solo hace
el 14%, El 20% más pobre de la población mundial
(1,200 millones) apenas hace el 3,1% del gasto
mundial en consumo privado. Ellos están fuera de
la "magia del mercado".
En el citado Informe se puede leer que el
hogar promedio africano consume ahora 20% menos
de los que consumía 25 años atrás, que existen
unos 2,000 millones de humanos con anemia por
deficiencias nutricionales y que aquel 20% más
rico consume el 58% de la energía, tiene el 74%
de las líneas telefónicas y posee el 87% de los
vehículos que ruedan por el mundo.
También allí puede leerse que las 225
personas más ricas del mundo tienen una riqueza
que equivale al ingreso anual de 2,500 millones
de humanos o que los tres más opulentos poseen
activos que exceden el PIB total de los 48
países menos desarrollados, o que los 15 más
ricos tiene más riqueza que el PIB total de
Africa al Sur del Sahara.
En América Latina existen 98 millones de
indigentes, esto es, en la extrema pobreza y
muchos más millones de pobres.
En los países desarrollados, el
neoliberalismo también ha cobrado víctimas, a
pesar de que alli su aplicación fue parcial,
fragmentaria y muy lejos del doctrinarismo
ortodoxo latinoamericano. No obstante, en ellos
hay 37 millones de desempleados, más de 100
millones no tienen vivienda, 200 millones no
alcanzan siquiera los 60 años. En Estados Unidos
la pobreza alcanza al 17% de la población y el
analfabetismo funcional abarca al 20% de ella.
Esos analfabetos funcionales no son capaces de
leer las instrucciones de un frasco de medicina
o leer un cuento a un niño.
Un cuarto elemento a tomar en
consideración en la marcha hacia la crisis
global es el daño que la economía especulativa
hace a la economía real.
El estancamiento o rezago de la economía
real se manifiesta en multiples formas. Una de
ellas es la fiebre de fusiones y adquisiciones
que constituyen la mayor parte de las
inversiones en la era de la liberalización
financiera.
Estas fusiones y adquisiciones expresan
una pugna feroz por repartir un pastel que en lo
sustancial no crece y que se redistribuye en
medio de luchas especulativas donde todo vale.
Es la guerra por repartir un mismo mercado que
no crece y que sustituye al proceso de inversión
productiva que debería generar nueva
riqueza.
En esta guerra, como lo expresa
Dierckxsens: "La política de adquisiciones y
fusiones aumenta las expectativas de que
principalmente los más fuertes en este mundo
podrán triunfar: las grandes transnacionales.
Esta expectativa se expresa en la bolsa de
valores, donde se cotizan las empresas más
fuertes. Las apuestas a las acciones de estas
empresas elevan la cotización de esas acciones
cada vez más de prisa. Estas apuestas no siempre
se realizan con dinero atesorado, esto es con
riqueza existente. Una pirámide invertida de
crédito construida a través de los años
recientes permitió alzar las cotizaciones más
allá de los valores reales del mundo. Esta alza
refleja la apuesta a ganancias futuras y aumenta
de forma progresiva la especulación a
futuro".
Y más adelante continúa: "Estas apuestas
a las transnacionales ganadoras en las bolsas de
valores y el crédito que implica, van mucho más
de prisa que el crecimiento económico o el de
las ganancias reales que generan las
transnacionales. Una parte creciente de las
ganancias se obtienen nominalmente por las
cotizaciones siempre más alejadas de la economía
real. Conforme crezca la espiral de crédito la
acumulación se tornará más virtual, y tarde o
temprano, si no se consigue revincular la
inversión con la producción, puede darse una
crisis financiera a escala mundial".
Es evidente que el excesivo follaje
especulativo tiende a asfixiar a la economía
real y a partir de esta realidad pudiera decirse
que el sistema pide un recorte del mismo. Ese
recorte es la crisis que comenzó en 1997 en el
Sudeste Asiático y desde entonces se complica
sin prestar atención a tantas opiniones
tranquilizadoras que se esfuerzan por contener
el pánico.
La burbuja financiera puede llegar a
sofocar a la economía real que es en rigor su
base de sustentación, a pesar de la aparente
autosuficiencia del mercado financiero. Lo que
se transa en este mercado son títulos de valor
que son creados en la economía real por la
aplicación de trabajo físico e intelectual. Las
acciones, bonos o cualquier otro instrumento
financiero no hacen más que representar los
valores de las empresas o activos en general.
Ellos carecen de valor per se.
Keynes, quizás el más lúcido e
inteligente defensor de los interese
estratégicos del sistema, al menos en este
siglo, expresó de muchas maneras el peligro de
la especulación convertida en eje de la
reproducción.
"Los especuladores puden no hacer daño
cuando solo son burbujas en una corriente firme
de espíritu de empresa, pero la situación es
seria cuando la empresa se convierte en burbuja
dentro de la vorágine de la especulación. Cuando
el desarrollo del capital de un país se
convierte en subproducto de las actividades
propias de un casino, es probable que aquel que
se realice mal".
Cuando el sector financiero funciona no
como facilitador y canalizador de capital hacia
el sector productivo, sino como un fin en si
mismo, moviendose en el terreno de la
especulación y atrayendo capitales que dejan de
actuar productivamente, entonces dicho sector
está minando la base más profunda del sistema a
cambio de la ganancia de corto plazo.
Este daño a la base reproductiva y
generadora de valores y riqueza del sistema,
puede reconocerse también en el cambio del
paradigma empresarial.
En épocas de Smith, Ricardo, Marshall,
Schumpeter, el paradigma progresivo exaltado por
la teoría era el empresario organizador de la
producción, dotado de audacia para arriesgar en
el mercado, con capacidad de liderazgo y
vocación innovadora.
Eran los capitanes de industrias en los
que se decía, descansaba el crecimiento y la
reproducción ampliada del sistema.
En nuestros días de la liberalización
financiera, el paradigma se ha desdibujado, ha
dejado de ser progresivo y apunta más hacia los
millones ganados especulativamente por George
Soros o John Meriwether (hasta antes del
hundimiento del LTCM) que hacia empresarios
productivos.
Es cierto que el 50% de la población de
Estados Unidos está involucrada en algún grado
en las Bolsas de valores o en general el mercado
financiero a través de la movilización de los
fondos de pensiones, seguros u otras formas,
pero los fondos así movilizados se emplean en lo
sustancial para hacer girar la ruleta de la
economía casino, más que para crear riqueza
real.
La especulación exacerbada es el
parasitismo multiplicado. Es tomar el camino más
cómodo, donde entre otras cosas, no hay que
bregar con sindicatos o regulaciones ecológicas,
pero es también el camino que conduce a la
crisis global.
El mercado financiero, liberado de
regulación, tiende a desarrollar la especulación
como método de obtener ganancia fácil y rápida,
pero no puede esperarse del especulador la
creación de industrias, de tecnologías de uso
productivo, efectuar inversiones de
infraestructura con largos períodos de
recuperación, tener sentido perspectivo y
desechar la ganancia inmediata para priorizar
los intereses estratégicos.
Acciones como las anteriores solo pueden
ser hechas por una autoridad reguladora con
visión de largo plazo, que no se coloque
pasivamente ante el mercado.
- El neoliberalismo en su
laberinto.
Hacia finales de los años 70 el
neoliberalismo irrumpió como huracán que en
América Latina barrió con las experiencias
desarrollistas. La crisis de la deuda externa a
partir de 1982 colocó de rodillas a la región
ante el embate combinado de la disciplina del
FMI y la incapacidad de los gobiernos para
elaborar siquiera una mínima respuesta propia
frente al bien articulado bloque de los
acreedores.
Aquel episodio de la deuda externa, que
sirvió para convertir a América Latina en la más
ortodoxa y disciplinada región del mundo en
cuanto a aplicar el fundamentalismo neoliberal,
hoy puede entenderse más profundamente si lo
insertamos en el cauce general de la
liberalización fiananciera.
La deuda externa fue, y sigue siendo en
lo esencial un perfecto instrumento de
sometimiento.
América Latina pagó y sigue pagando
varias veces la deuda, ella sirvió para
homogeneizar la región en la práctica neoliberal
más pura, en tanto que la deuda pagada entraba a
engordar el circuito de la especulación en el
mercado financiero globalizado y la no pagada
también al ser comprada y vendida
especulativamente.
En términos de propuesta teórica el
neoliberalismo prometió desterrar el estatismo
funesto, la defensa irracional de los mercados
nacionales o regionales, los controles de
cambios o sobre el movimiento del capital, para
permitir la liberalización incluyendo la
convertibilidad de la cuenta de capital en el
balance de pagos.
Prometió en fin, el verdadero desarrollo
traido de la mano de la privatización, la
liberalización, la apertura y la obediencia al
"sentido común de la época" que se encargaba de
repetir por los grandes medios que toda otra
opción era falsa o inexistente.
En la práctica el modelo anunciado ha
sido bien simple, pero tan contradictorio que su
aplicación semeja un laberinto donde multitud de
sendas se entrecruzan y anulan unas a otras. Y
que en este caso tiene el patético agravante de
que no conduce a ninguna salida.
En efecto, como ha demostrado Arturo
Huerta, la aplicación de esta política se enreda
en una madeja de contradicciones.
La liberalización financiera implica
riesgo y volatilidad, por lo que los activos
financieros tratan de protegerse ante
expectativas cambiarias. Esa protección exigida
por la globalización financiera e instrumentada
por el FMI es la estabilización de la tasa de
cambio. A partir de esto, las políticas
monetarias, crediticias, de tasa de interés y
fiscal deben adecuarse al objetivo de asegurar
la estabilidad cambiaria, que equivale a
asegurar la rentabilidad y por tanto, la
confianza para el ingreso de
capitales.
El ingreso de capitales se convierte a su
vez en resultado y causa de la estabilidad
cambiaria, pues se ata la moneda nacional al
dólar a una paridad fija, lo cual asegura la
rentabilidad del capital y lo estimula a entrar,
aprovechando la abundancia de capitales
especulativos de corto plazo moviendose por el
mercado financiero global.
La entrada de capitales exige la
estabilidad cambiaria y dicha estabilidad
cambiaria pasa a depender a su vez, de la
entrada de capitales.
De inmediato, la economía se hace
altamente dependiente del capital internacional,
de tal manera que su ingreso o su fuga se
convierten en determinantes de toda la política
económica.
Mientras la entrada de capitales
funciona, ella sostiene la tasa de cambio y ésta
a su vez asegura rentabilidad para el capital,
al cual se le dan además facilidades totales
para su movimiento y privatizaciones jugosas
para atraerlo.
La entrada de capitales,
cuando es alta, presiona hacia la apreciación de
la moneda, reduce la competitividad comercial y
genera un déficit que se cubre con la entrada
misma de capitales. De esta forma, la reducción
de la inflación se obtiene mediante la
apreciación cambiaria al costo de un creciente
déficit externo y haciendo uso de una elevada
tasa de interés que atrae capital extranjero, se
opone a la fuga de capital, pero paraliza la
inversión productiva y frena el crecimiento
económico.
Se crea un clásico círculo vicioso que
nunca alcanza a convertirse en virtuoso, en
forma de una economía sometida al comportamiento
del capital internacional y que para atraerlo
mutila sistematicamente el desarrollo
endógeno.
Se hace preferible asfixiar el
crecimiento y colocar al borde de la quiebra al
sistema bancario por las altas tasas de interés,
antes que permitir que repuntes inflacionarios o
presiones devaluatorias lastimen el
funcionamiento de la liberalización financiera
convertida en super objetivo.
La economía queda atrapada en la
dependencia al capital extranjero, en especial
del capital especulativo y su funcionamiento
degrada sus bases internas de
crecimiento.
El sector productivo y los deudores
nacionales son los que sufren el impacto de esta
política centrada en las ventajas para la
fracción financiero-especulativa-comercial en
asociación dependiente con los grandes centros
transnacionales que operan e impulsan la
liberalización financiera.
Como esto ocurre en países casi siempre
endeudados, los problemas del sector externo no
se limitan al déficit comercial, sino que
también incluyen los pagos por deuda externa y
por los beneficios de los capitales colocados en
el mercado de capitales. Ambos pagos se hacen
cada vez mayores como parte de la dinámica
propia de la liberalización
financiera.
La economía se hace asi más dependiente
cada vez del ingreso de capitales
internacionales, los cuales actuan
simultáneamente como tónico y como tóxico.
Estimulan el funcionamiento de esa modalidad de
liberalización, alimentan una engañosa imagen de
dinamismo, modernización y consumismo para
élites, pero al mismo tiempo condenan al país a
hacer permanentes las altas tasas de interés, la
apreciación cambiaria y los ajustes fiscales
recesivos.
Eso equivale a un sistema de
desangramiento organizado para debilitar la
inversión productiva interna, aplanar el
crecimiento y el crédito.
En otras palabras, excelentes negocios
para la fracción de intereses basada en la
liberalización financiera y anémico crecimiento,
déficit crónico y creciente de cuenta corriente,
exclusión para las mayorías y mayor dependencia
externa que nunca antes, aunque paradójicamente
ahora no se mencione apenas la dependencia
después de sus momentos estelares como teoría en
los años 60.
La experiencia de dos décadas muestra que
transitar por ese laberinto para tratar de
encontrar el camino del desarrollo es como
repetir el intento de encontrar el corazón de la
cebolla, para terminar después de arduos
esfuerzos, con nada en las manos y lágrimas en
los ojos.
Noam Chomsky lo expresó con palabras
contundentes:
".... lo cierto es que toda esa
palabreria sobre capitalismo liberal y sistemas
del mercado son solo fantasias ensoñadoras. Si
miramos atras en la historia de la economía hay
algunas lecciones muy claras; todo país rico y
poderoso, sin excepción, ha conseguido serlo
violando esos principios, violando radicalmente
esos principios. Esto ni siquiera es discutible.
Todo país que ha seguido tales principios ha
sido un completo desatre. En realidad, el único
sitio donde se siguen es en el Tercer Mundo. De
hecho están destinados a él, para que resulte
más fácil robar a la gente. Si un país sigue
estos principios de mercado libre le robarán a
manos llenas".
El neoliberalismo en su ocaso.
El 31 de octubre de 1997 el señor Michel
Camdessus, Director Gerente del FMI pronunció un
discurso ante la Segunda Comisión de la Asamblea
General de Naciones Unidas.
En esa fecha la crisis del Sudeste
Asiático era ya una realidad y se encontraban
presentes todos los factores que en meses
siguientes la complicaría y
extenderia.
"Ciertamente, existe un amplio
reconocimiento de los beneficios de los mercados
financieros globales: ellos le dan a los países
nuevas oportunidades para acelerar el ritmo de
la inversión, la creación de empleo y el
crecimiento; dan a los inversionistas mayores
oportunidades de inversión y mayores ganancias
sobre sus ahorros; promueven una asignación de
recursos más eficiente a nivel mundial y por
tanto, un crecimiento mundial más fuerte. Los
mercados financieros globales también ofrecen a
los países incentivos adicionales para practicar
adecuadas políticas macroeconómicas y superar
las debilidades estructurales que dificultan la
inversión y el crecimiento"
Como puede apreciarse, ningún cambio en
la retórica habitual y ningún cambio en las
posiciones básicas aplicadas en las
intervenciones del FMI, como lo muestra las
duras condiciones impuestas a Brasil en el
paquete en curso, incluso después de las agrias
lecciones del Sudeste Asiático, de la debacle
rusa, del impacto de ambos sucesos en los
mercados globalizados y de la sensibilidad
estratégica del salvataje a Brasil en su
condición de ser probablemente la última línea
de resistencia donde se decide la contención de
la crisis o su efectiva
mundialización.
Dos décadas de predominio liberal
permiten y demandan hacer un balance de esta
ideología y política bien calificada por Atilio
Borón como "la mayor y más exitosa ofensiva
reaccionaria lanzada por la burguesía a lo largo
del siglo XX".
Ese balance puede hacerse en cuanto a sus
resultados económicos, sociales e ideológicos,
aunque la penetración del neoliberalismo ha sido
tan fuerte que los campos de análisis podrían
ser mucho más -la cultura, entre otros-, del
mismo modo que tomará años de luchas y
esfuerzos, revertir los avances de la ofensiva
neoliberal de las últimas décadas en términos de
las acciones de política, pero aún mucho más
difícil y largo será revertir el pensamiento
neoliberal instalado en las reacciones
primarias, en la lógica elemental y automática
de enfoque y conducta, y establecer sobre los
despojos del "sálvese quien pueda" y la
ferocidad individual, una cultura sustentada en
la justicia social y la solidaridad.
En lo económico, el neoliberalismo
prometió ni más ni menos que la verdadera
riqueza traida de la mano por el mercado
liberado y la privatización, después de muchos
años de equivocadas intervenciones
estatales.
Los resultados están a la
vista.
Los otrora rugientes tigres asiáticos se
hicieron tigres, en el sentido de alto
crecimiento y capacidad exportadora, aplicando
una heterodoxia que no seguía las fórmulas
neoliberales, y a su vez, los tigres fueron
enjaulados porque inevitablemente sus esquemas
de funcionamiento dentro de la liberalización
financiera de genuina esencia neoliberal, los
hicieron caer.
Si el surgimiento impetuoso de los tigres
no puede en rigor, ser atribuido como mérito al
neoliberalismo, en cambio, su caída se ha
producido dentro de la lógica y debido a los
excesos de la liberalización financiera
impulsada por él; y los defectos,
insuficiencias, y corrupción que el FMI encontró
solo después de iniciada la crisis, fueron
silenciados hasta la víspera. Este silencio
puede explicarse porque en los años alegres del
alto crecimiento, las buenas ganancias ahogaban
cualquier crítica o porque habían intereses que
deseaban enjaular a unos tigres que empezaban a
rugir demasiado alto, o por una combinación de
ambos factores.
Estudios objetivos de las experiencias
individuales de cada tigre y del fenómeno
"Tigres" en su conjunto, por supuesto, habían
demostrado desde tiempo atrás que tampoco ellos
habían alcanzado el despegue utilizando el motor
del neoliberalismo, sino aplicando una
combinación pragmática de medidas que incluyeron
estados fuertes e intervencionistas,
programación industrial y conocimiento de los
contextos culturales específicos.
Sin embargo, la industria transnacional
de las imágenes y los pensamientos precocidos,
de alguna manera incluía en el "Consenso de
Washington" el dinámico desempeño de los tigres
como otro de los oropeles de victoria de la
modernidad neoliberal y muchos millones de
personas repetían o llevaban incrustada en el
subconsciente la convicción de que el éxito
económico en el Sudeste Asiático era el éxito
del neoliberalismo.
El siguiente capítulo es
Rusia.
Allí el neoliberalismo encontró un
laboratorio único para probar las virtudes de
sus recetas, precisamente donde había estado el
satanizado centro de los errores estatistas y
que había caido mansamente en sus
manos.
Se trataba de reconstruir el capitalismo
allí donde por más de 70 años se había levantado
una economía de planificación centralizada que
aún en medio de adversidades objetivas y errores
humanos, había llegado a producir 630 millones
de toneladas de petróleo, 700 mil millones de
metros cúbicos de gas, unos 200 millones de
toneladas de granos y había dejado bien atrás el
hambre y la extrema miseria de la cual había
partido aquella experiencia.
En Rusia el neoliberalismo tuvo la gran
oportunidad de exorcisar al demonio en su propia
sede y construir el capitalismo pujante sobre
las ruinas del socialismo real y hacerlo en
condiciones de laboratorio, recibiendo la
capitulación incondicional y la aceptación
absoluta de sus dictados. Había que liberar el
mercado, hacer que los precios fueran reales,
privatizar toda la respetable economía rusa e
integrar a los rusos a la iniciativa privada. De
lo demás se encargaría la "magia del
mercado".
Y la "magia del mercado" actuó a
fondo.
Los estudios más abarcadores aún están
por hacer, pero es probable que el intento de
reconstruir el capitalismo en Rusia a partir de
la ortodoxia neoliberal, clasifique como la
mayor catástrofe del siglo en términos de
ingeniería social. El Producto Interno Bruto se
estima que no alcance siquiera la mitad del
alcanzado en 1989, la población disminuye a un
ritmo de un millón por año, la mortalidad
infantil crece mientras la expectativa de vida
ha disminuido en unos 6 años. Una auténtica
catástrofe que incluye la fuga de no menos de
200 mil millones de dólares que han servido,
entre otras cosas, para comprar solo en España
unas 60,000 residencias de lujo.
El hundimiento de la economía rusa es una
lección de lo que puede hacer el fundamentalismo
neoliberal. Al cumplir con la sagrada máxima de
transferir el poder de decisión del Estado al
mercado, lo que hicieron fue dejarlo en manos de
los grupos burocrático-mafiosos disfrazados de
empresarios que confiscaron el Estado. Lejos de
reemplazar el poder del Estado por el de
dinámicos empresarios y una sociedad civil
vigorosa, lo reemplazaron por una multitud de
mafias en guerra por el botín.
Si el neoliberalismo no ha sido capaz de
llevar al desarrollo a ningún país
subdesarrollado, ha logrado en cambio, convertir
una economía industrializada, con rezagos
tecnológicos, pero que sustentaba una sociedad
con sus necesidades básicas cubiertas, en una
economía que no es capaz de pagar sin atrasos de
varios meses los sueldos de los operadores de
los cohetes estratégicos en la zona central de
Siberia, una sociedad golpeada por el hambre y
aterrorizada por las mafias que acompañan al
libre mercado.
Con la suma de lo ocurrido en el Sudeste
Asiático y en Rusia, a lo cual habría que
agregarle los desplomes de Bolsas ocurridos en
varios momentos y la quiebra del sector bancario
privado japonés, tiene ya el neoliberalismo y su
liberalización del mercado financiero un buen
expediente de fracasos.
De la crisis japonesa, que ha paralizado
en los últimos años lo que fue el "milagro
japonés" también se extraen algunas lecciones.
El plan de rescate de la banca privada se basa
en la intervención estatal, se desarrolla
mediante la regulación gubernamental, la cual
ejercerá supervisión durante 4 años sobre el uso
del dinero público entregado y limpiará las
directivas de los bancos privados. Aquí se pone
de manifiesto que no es creible el mito
neoliberal que supone una superioridad de la
gestión empresarial privada sobre la pública, ni
tampoco el extendido preconcepto que identifica
al estado con corrupción y al mercado privado
con imparcialidad.
América Latina es otro capítulo triste en
el desempeño neoliberal.
La región, atrapada en el mecanismo de
coerción de la deuda externa y carentes sus
gobiernos de un mínimo de audacia y valor para
retar al "Consenso de Washington" y mucho menos
a Washington, aplicó con ejemplar obediencia la
política que los paquetes de ajuste estructural
del FMI planteaba y que los economistas
devenidos funcionarios de gobierno habían
aprendido en universidades
norteamericanas.
América Latina ha sido también un
laboratorio o un cobayo para experimentar y
comprobar los efectos de la "terapia de
shock".
Pocos se atreverían hoy a elogiar la
hasta hace poco tan elogiada entrada de América
Latina en el mercado financiero globalizado que
le había dado un destacado acceso al capital
internacional después de la retirada de éste
durante la "década perdida". Pocos se atreverían
hoy a elogiar experiencias neoliberales como la
mexicana que culminó en el "efecto tequila" o la
argentina que ha privatizado al país para
recoger como resultado más destacado un
desempleo mayor que nunca antes en su
historia.
La CEPAL se ha fatigado planteando que la
región debe crecer a no menos de 6% si no quiere
seguir ahondando su rezago y recuperar las
posiciones que tenía al estallar la crisis de la
deuda externa, pero el crecimiento de esta
década escasamente alcanza a la mitad y los
pronósticos para 1999 no van más allá del
1%.
La deuda externa permanece como bomba no
desactivada. Crece con mayor rapidez en los
últimos años y es el pago de su servicio junto a
la extracción de ganancias por el capital
transnacional, las dos grandes razones que se
silencian, pero que explican el por qué América
Latina no tiene suficiente ahorro interno, lo
que a su vez es el gran argumento para depender
cada vez más del capital
transnacional.
El modelo neoliberal latinoamericano ha
revelado también un mal crónico que carece de
remedio por la medicina neoliberal: el déficit
de cuenta corriente que en 1997 fue de 64,000
millones y en 1998 creció hasta 84,000
millones.
El costo de financiar ese déficit se hace
insoportable porque los márgenes o "spreads"
sobre las tasas de interés de los países
desarrollados en las emisiones de bonos se ha
elevado fuertemente y se han reducido el valor
de las acciones transadas en bolsa.
Los gobiernos se enfrentan al dilema en
que los ha atrapado el laberinto neoliberal:
deben optar entre elevar las tasas de interés
para sostener la tasa de cambio y retener el
capital a costa de un estancamiento y pérdida de
competitividad comercial o devaluar la moneda,
lo que aumenta el servicio de la deuda y
ahuyenta los capitales. De acuerdo con la
fidelidad a la liberalización financiera, la
primera alternativa ha sido la
preferida.
América Latina no alcanzó con el
neoliberalismo el crecimiento con equidad
postulado por la CEPAL. Ni siquiera alcanzó el
crecimiento, pero obtuvo, eso sí, una elevada
dependencia y vulnerabilidad externa y el triste
primer lugar como la región del mundo con la más
desigual e inequitativa distribución del
ingreso, con el 10% de la población
repartiéndose el 60% del ingreso, mientras que
el 20% más pobre no recibe más que el
4%.
Pero no solo en América Latina el
neoliberalismo ha incumplido sus
promesas.
Los países de la OCDE no lograron
alcanzar las tasas de crecimiento que habían
obtenido en la posguerra hasta mediados de los
años 70. Como expresa Atilio Borón citando un
trabajo de Robert Brenner, las tasas de
crecimiento del producto, de la inversión, de la
productividad del trabajo y de los salarios
reales a partir de 1973 son inferiores entre un
tercio y la mitad a los niveles obtenidos
durante los años de políticas keynesianas,
mientras que el desempleo se encuentra por
encima del doble.
Dos décadas de neoliberalismo no pueden
exhibir más que éxitos parciales en el control
de la inflación y una cierta disminución en los
déficits fiscales, mientras que en el pasivo se
acumulan el estancamiento, la crisis financiera,
la situación de pre-crisis global que vive la
economía mundial y un desastre social de vastas
proporciones.
El fracaso económico se combina
paradójicamente con el éxito ideológico y hasta
cultural y es aquí donde el neoliberalismo dará
su batalla más larga y encarnizada. Es así
porque el pensamiento único se ha impuesto en
gran escala y ha alcanzado la suprema
efectividad a que puede aspirar una ideología de
dominación: hacer que las víctimas piensen en
los mismos términos que los
victimarios.
Este éxito se ha obtenido de manera
especial en algunos sensibles temas como la
mercantilización de antiguos derechos obtenidos
mediante luchas sociales prolongadas, como los
derechos a la salud, la educación y la seguridad
social, convertidos ahora por el neoliberalismo
en bienes o servicios que deben ser comprados en
el mercado y a los que se les aplica la lógica
del lucro y la demanda solvente.
Se manifiesta también el éxito ideológico
en la ruptura del equilibrio entre mercado y
estado, ante el fuerte calado que ha adquirido
la idea de asociar al estado a la ineficiencia y
la corrupción, y al mercado a eficiencia e
imparcialidad.
Y con no menos importancia, la creación
de un verdadero "sentido común" de la época,
caracterizado por la frivolidad, la banalidad y
el egoismo alimentados por la globalización de
las imágenes y mensajes difundidos en su gran
mayoría desde Estados Unidos.
Existe hoy en el mundo un vasto proceso
de colonización cultural que es más profundo y
tenaz que los pobres resultados económicos del
neoliberalismo.
No bastará conque los humanos nos
liberemos del pensamiento económico neoliberal.
Éste no estará derrotado del todo hasta que el
"sentido común" de la época sea diferente y aún
más, opuesto al de la
"macdonalización".
No obstante, el neoliberalismo ha sufrido
recién una sensible derrota económica, política
y también ideológica que ha pasado casi
inadvertida. El pasado 4 de diciembre de 1998 la
negociación del Acuerdo Multilateral de
Inversiones (AMI) terminó con la desintegración
del Grupo Negociador y el abandono -al menos por
el año 1999- de los intentos por hacer adoptar
ese Acuerdo.
El AMI fue la más acabada y ambiciosa
expresión del fundamentalismo neoliberal para
convertir al mundo en un espacio único,
desregulado, sin soberanías nacionales
entorpecedoras. Su concepción implicaba
aniquilar la capacidad de decisión y aún de
elemental resistencia de los estados en
cuestiones fundamentales de sus
economías.
Era una esperanza para el sistema, en
cuanto a propiciar una recuperación de la tasa
de ganancia mediante una mayor "flexibilización"
en la explotación del trabajo a escala
planetaria y de ese modo escapar a la crisis
global que se cierne.
El AMI fracasó por una mezcla de factores
que subrayan el ocaso del neoliberalismo. Uno de
ellos fue la movilización de un importante
número de fuerzas sociales como de
organizaciones no gubernamentales y otros, que
presionaron a los gobiernos e hicieron que
Francia se retirara de la negociación
asestándole a ésta un fuerte golpe y que otros
países de la OCDE se mostraran frios o
indiferentes ante la muerte del AMI. Esos
gobiernos -en el caso europeo- ya no eran los
mismos, pues en su mayoría proceden de victorias
electorales obtenidas contra representantes de
la política neoliberal en declive. Para esos
gobiernos es imposible no ver que la aprobación
del AMI los hubiera maniatado y convertido en
decorado de un escenario donde el capital
transnacional de origen norteamericano sería el
gran beneficiario. También se opusieron algunos
gobiernos del Tercer Mundo.
En el terreno social, el desastre que ha
significado el neoliberalismo está a la
vista.
Aún con las discutibles estadísticas
oficiales disponibles, en América Latina es
dramática la huella social dejada por el ajuste
estructural para acceder al bienhechor mercado
mundial de mercancías, dinero y
capitales.
En 1980 el número de pobres en la región
era de unos 136 millones. En 1990, después de la
crisis de la deuda y el tránsito regional por el
camino del "Consenso de Washington", la cifra
alcanzó 198 millones y en 1994 eran 210
millones. El ajuste neoliberal creó en solo 14
años, 74 millones de pobres.
Los indigentes eran 62 millones en 1980 y
en 1994 ya sumaban 98 millones, por lo que el
neoliberalismo se anotó 36 millones de
indigentes.
El desempleo en 1990 era de 5,9% y en
1998 fue de 8,4%. En 1999 la OIT estima que el
desempleo pudiera llegar a 9,5% y superaría el
peor momento de la crisis de la deuda externa,
cuando alcanzó 8,7% en 1983.
Este desempleo es inferior al de Europa,
pero con la desventaja para América Latina de
que en ella el 57% del empleo es informal -otra
conquista neoliberal- y apenas existe seguro de
desempleo.
Otras comparaciones podrían hacerse en
materia de salud, educación, situación de la
infancia, de la mujer, pero el retroceso social
latinoamericano en los años de la liberalización
es tan evidente que no requiere más espacio. En
el mundo, el 41% de la población en edad laboral
se encuentra desempleada o subempleada. Unas 300
millones de personas dependen del sector
informal sin seguridad social, sin derechos ante
la invalidez o la disminución de la capacidad
laboral. El mismo y precario sector informal que
hace algunos años un neoliberal latinoamericano
que quiso hacer virtud de la necesidad, presentó
como un vivero de futuros y dinámicos
empresarios.
Al menos 80 millones de niños se ven
obligados a trabajar y en algunos países hasta
el 25% de los niños menores de 15 años son
económicamente activos. Mil quinientos millones
de personas viven en la extrema pobreza y en
Africa la mitad de la población se encuentra en
esa categoría.
El ocaso neoliberal no significa en lo
económico el abandono rápido de esa política. No
es así porque las dos décadas de neoliberalismo
han tejido una madeja de leyes, reglamentos,
instituciones e intereses imbricados que tomará
tiempo deshacer y porque, -aún más complejo y
difícil-, el sector de la oligarquía que ha
captado los mayores beneficios de la
globalización neoliberal no ha sido desplazado
de sus posiciones y no se ha elaborado una
variante de sustitución de esa política por otra
que parezca viable.
La crisis globalizada que lleva el
sistema en sus entrañas parece haber sido
aplazada por la decisión norteamericana de
reducir la tasa de interés y el anuncio de la
continuidad del crecimiento en ese país. Hoy, el
futuro en términos de crisis depende en cierto
grado de lo que ocurra en Brasil en este año
1999 y en mayor grado del comportamiento de la
economía de Estados Unidos.
Esta economía ha sido hasta el momento el
muro de contención de la crisis, pero puede ser
también el lastre que arrastre al fondo el resto
de
la economía mundial, en la medida en que
ésta descansa sobre el dólar y sobre la
capacidad de crecimiento norteamericana. Ese
crecimiento depende en buena medida de una
demanda interna que se basa en el endeudamiento
de los compradores. Esa deuda privada se origina
en alta proporción, en la compra de acciones en
Bolsa (50% de la población norteamericana está
involucrada en la Bolsa, mientras que en 1929
era solo el 5%) y se renueva con los ingresos
obtenidos en la Bolsa.
A comienzos de 1999, la crisis financiera
en Asia y el balanceo de América Latina en el
filo de la navaja, hacen descender las
exportaciones norteamericanas porque hay menos
capacidad de compra en esas regiones, por la
incertidumbre generalizada y por la pérdida de
competitividad norteamericana frente a las
devaluaciones a que la crisis obligó en
Asia.
Una disminución de las exportaciones es
sensible porque de ellas depende una parte
importante de las ganancias de las
transnacionales norteamericanas y porque
acentuaría el ya fuerte desbalance comercial.
Todo esto actuaría en contra del crecimiento
económico, el cual, por otra parte, se ha
extendido más allá de lo habitual en el ciclo de
ese país y parece encontrarse en vísperas de un
descenso.
Si cae el crecimiento, la Bolsa
reflejaría el cambio en las expectativas y el
andamiaje de apuestas podría derrumbarse y
precipitar un proceso deflacionario en
cascada.
La incertidumbre se ha convertido en el
término más utilizado para describir el estado
sicológico de muchos operadores en el mercado
financiero globalizado, aquellos que hasta 1997
creían haber ingresado al Nirvana.
Las críticas al neoliberalismo son
crecientes y proceden ya no de la izquierda,
sino de fuentes como el Banco Mundial. En
publicaciones de Naciones Unidas se puede leer
expresiones como ésta: "Sin otras limitaciones,
aparte de la ética del respeto al derecho de
propiedad, la ideología de mercado posterior a
la guerra fría, justifica la conducta predadora
como la tendencia natural de la
humanidad".
El neoliberalismo marcha hacia su crisis
terminal, y es probable, aunque puede no
resultar así, que lo haga arrastrando a la
economía mundial a una crisis que convierta en
pequeño suceso a la de 1929. Si la salida de
escena del neoliberalismo se produce por una
opción consciente y conveniada en el mundo
objetivamente globalizado, sería preferible a
evocar su retirada unida a una devastadora
crisis global.
De cualquier manera, las víctimas del
neoliberalismo, las que pierden día a día,
sufriendo el castigo de esta política y los que
menos tienen que perder en una crisis, porque
viven en permanente crisis, no lo van a
lamentar.
Ellos son los muchos millones de nadies
creados por el neoliberalismo.
Los nadies, los hijos de nadie, los
dueños de nada que no hablan idiomas, sino
dialectos que no profesan religiones, sino
supersticiones que no hacen arte, sino
artesanía que no practican cultura, sino
folklore que no son seres humanos, sino
recursos humanos que no tienen cara, sino
brazos que no tienen nombre, sino
número que no figuran en la historia
universal, sino en la crónica roja de la prensa
local. |