http://eclac.org/publicaciones/SecretariaEjecutiva/7/lcg2037/furtado.htm
Revista de la CEPAL. Número extraordinario, octubre
de 1998.
El nuevo capitalismo
Celso
Furtado
Ex funcionario de la
CEPAL. Fué creador de la Superintendencia de Desarrollo, Primer Ministro de
Planeamiento y Ministro de Cultura de Brasil. Actualmente Catedrático en la
Universidad de Paris
El
proceso histórico de formación del mundo moderno puede analizarse desde tres
ángulos: i) la intensificación del esfuerzo acumulativo mediante la elevación
del ahorro de ciertas colectividades; ii) la ampliación del horizonte de
posibilidades técnicas; y iii) el aumento de la parte de la población con
acceso a los nuevos patrones de consumo.
No se
trata de tres procesos distintos sino de tres aspectos en interacción de un
solo proceso histórico. Es fácil advertir que, sin las innovaciones técnicas,
no iría muy lejos el aumento del ahorro, y que la ampliación del poder de
compra de la población es un elemento esencial para la reproducción del sistema.
Asistimos,
en este fin de siglo, a la adopción generalizada de la tesis de que el proceso
de globalización de los mercados se va a imponer en todo el mundo, cualquiera
sea la política que los países vayan a seguir. Es como si se tratase de un
imperativo tecnológico, semejante al que comandó el proceso de
industrialización que moldeó la sociedad moderna en los últimos dos siglos.
Sin
embargo, la imbricación de los mercados y el desmoronamiento consiguiente de
los actuales sistemas estatales en que encuadran las actividades económicas
están generando grandes cambios estructurales que se traducen en la creciente
concentración del ingreso y en formas de exclusión social que se manifiestan en
todos los países. Esas consecuencias negativas hay quien llega a presentarlas
como condiciones previas para una nueva forma de crecimiento económico cuyos
contornos aún no están definidos.
En
otras palabras, en este fin de siglo, el crecimiento económico tendría
imperativamente como contrapartida el nacimiento de una nueva forma de
organización social. Puede interpretarse esa simple observación como una
amenaza o como un desafío, o por lo menos, como el presagio de una era de
transición, y también de incertidumbre.
Si
reflexionamos sobre la primera revolución industrial, veremos que ella también
generó desempleo, especialmente en el sector agrícola, el que absorbía
tradicionalmente a más de dos tercios de la masa trabajadora. Ahora bien, el
desarrollo sólo es efectivo si la economía puede contar con mercados en expansión.
Por lo tanto, habría que explicar de qué manera los mercados se ampliarían en
el contexto de una revolución tecnológica que generaría una contracción de la
demanda de mano de obra y de la renta de los trabajadores. Sabemos que en un
primer momento, las empresas de los países que lideraban la revolución
industrial forzaron la apertura de los mercados externos, lo que explica la
ofensiva imperialista que se siguió durante el siglo diecinueve. Con todo, el
verdadero motor de ese crecimiento económico no fue tanto el dinamismo de las
exportaciones, como la expansión de los mercados internos, posibilitada por el
aumento del poder de compra del conjunto de la población asalariada.
Por
eso, para entender la lógica de la civilización industrial, se debe antes que
nada encontrar una explicación para el proceso de aumento del poder de compra
de la población, o sea, para la expansión de la masa de los salarios. Esa
explicación rebasa necesariamente el ámbito del análisis económico tradicional,
ya que la distribución del ingreso está determinada por factores de naturaleza
institucional y política.
En efecto, si la lógica de los mercados hubiera prevalecido sin restricciones,
todo lleva a creer que la internacionalización de las actividades económicas
(el proceso de globalización) se habría propagado con mucha mayor rapidez,
reproduciendo, en una versión ampliada, la experiencia de Inglaterra, donde la
participación del comercio exterior en el ingreso nacional sobrepasó el 50% ya
en el decenio de 1870. De ello resultaría una menor concentración geográfica de
las actividades industriales, lo que favorecería a los países de la periferia.
Además, cabría esperar una concentración más marcada del ingreso en los países
que lideraban la revolución industrial.
Sin embargo, la historia no siguió ese modelo. Lo que en verdad ocurrió fue una
mayor concentración geográfica de las actividades industriales en beneficio de
los países del centro y una distribución más igualitaria del ingreso en esos
países -que estaban a la vanguardia tecnológica-, sobre todo en aquellos que
adoptaron políticas de protección social.
Encontramos
la explicación de este cuadro histórico en la aparición de nuevas fuerzas
sociales que nacieron simultáneamente con el proceso de urbanización generado
por la industrialización. La evolución del sistema de poder, consecuencia de la
acción de los trabajadores organizados, hizo elevar los salarios reales e
impuso a los Gobiernos políticas proteccionistas para defender sus respectivos
mercados internos. De esa forma, a partir de entonces, el motor del crecimiento
económico fue la ampliación del mercado interno, contribuyendo las
exportaciones sólo de manera subsidiaria.
El aumento del poder de compra de la masa de los trabajadores desempeñó, por lo
tanto, un papel primordial en el proceso de desarrollo sólo comparable con el
de la innovación técnica. El dinamismo de la economía capitalista derivó,
entonces, de la interacción de dos procesos: por un lado, la innovación técnica
-la que se tradujo en elevación de la productividad y en disminución de la
demanda de mano de obra- y, por otro, la expansión del mercado -que crece junto
con la masa de los salarios. El peso del primero de estos factores (la
innovación técnica) depende de la acción de los empresarios y sus esfuerzos por
maximizar sus utilidades, en tanto que el peso del segundo (la expansión del
mercado) es reflejo de la presión de las fuerzas sociales que luchan por la
elevación de sus salarios.
El
proceso de globalización al que asistimos actualmente desarticula la acción
sincrónica de esas fuerzas que garantizaron en el pasado el dinamismo de los
sistemas económicos nacionales. Las empresas, cuanto más se internacionalizan,
más escapan a la acción reguladora del Estado y más tienden a apoyarse en los
mercados externos para crecer. Al mismo tiempo, las iniciativas de los
empresarios tienden a eludir el control de las instancias políticas. Volvemos
así al modelo del capitalismo original, cuya dinámica se basaba en las
exportaciones y en las inversiones en el exterior.
En suma, el trípode que sustentaba el sistema de poder de los estados
nacionales ha sido sacudido, en perjuicio de las masas trabajadoras organizadas
y en provecho de las empresas que controlan las innovaciones tecnológicas. Ya
no existe el equilibrio garantizado en el pasado por la acción reguladora del
poder público. Ello explica la baja participación de los asalariados en el
ingreso nacional de todos los países, incluso en los Estados Unidos, cuya
economía se mantiene en crecimiento.
Por su parte, la creciente interdependencia de los sistemas económicos volvió
obsoletas las técnicas que se venían desarrollando en los últimos decenios para
captar el sentido del proceso histórico que vivimos. Se multiplicaron los
modelos al impulso del avance vertiginoso de las técnicas de manipulación de
datos. Pero la confiabilidad de las proyecciones se redujo a casi cero. Como
ejemplo bastaría citar los ejercicios que se realizaron en torno a las
proyecciones del comercio internacional en los próximos años para comprobar la
validez de los acuerdos discutidos en el antiguo GATT. Decenas de miles de
ecuaciones se tabularon sin que se consiguiera despejar ninguna duda esencial.
Por eso hoy es tan limitada la posibilidad de interferir en los procesos
macroeconómicos, como lo constatan los gobiernos mejor dotados, impotentes para
resolver un problema como el desempleo.
Esa
poca transparencia del acontecer en que estamos envueltos es consecuencia de la
aceleración del tiempo histórico, vale decir, refleja la intervención de nuevos
factores y la modificación de la importancia relativa de otros. Los sistemas
económicos nacionales, con relativa autonomía, sometidos muy ocasionalmente a
choques externos, son cosa del pasado. Los mercados fundamentales -de
tecnología, de servicios financieros, de medios de comunicación, de productos
de calidad y hasta de bienes de consumo general, para no hablar de las materias
primas tradicionales- operan hoy unificados o marchan rápidamente a la
globalización.
Veamos
algunos de los cambios más relevantes en la configuración del cuadro
internacional:
1. La menor gobernabilidad de la economía de mayor peso relativo, la de
los Estados Unidos, no se explica sin tener en cuenta la internacionalización
de los mercados financieros. El enorme desequilibrio de las cuentas del
Gobierno de los Estados Unidos es fruto de una carrera en busca del ajuste a
esa globalización y se traduce en una transferencia a ese país de una parte
considerable del ahorro disponible para inversión en los demás países, incluso
los más pobres. Esta situación está llevando a cambios importantes en las
relaciones internacionales de ese país, como lo muestra la reciente creación de
la zona de libre comercio que abarca los mercados de los Estados Unidos, Canadá
y México. Las industrias estadounidenses podrán así recuperar la competitividad
internacional pues los salarios monetarios de México no pasan de la décima
parte de los prevalecientes en los Estados Unidos. La experiencia de
integración con México, incluida la movilidad de mano de obra, servirá de
paradigma a un proyecto más amplio, capaz de abarcar todo el hemisferio.
A
medida que se reduce la importancia relativa de la economía norteamericana en
el mundo -lo que es inevitable con el ascenso irresistible del mundo asiático
oriental-, la búsqueda de un proyecto más amplio que comprenda a todo el
hemisferio occidental merecerá la prioridad de las autoridades de Washington.
La fisonomía final de este proyecto dependerá de la capacidad política de los
gobiernos latinoamericanos para definir y defender sus intereses.
2. La
Unión Europea nació por iniciativa de Francia, teniendo como principal objetivo
promover un entendimiento político consistente con Alemania. Cuatro decenios
más tarde, dio origen a un formidable proyecto de ingeniería política. Por
primera vez un grupo importante de naciones soberanas y con perfil cultural
propio abdican de prerrogativas para integrarse política y económicamente. En
el pasado, la integración de las poblaciones se hizo mediante la dominación del
más fuerte. El proceso europeo exige permanentemente un ejercicio de
imaginación política para conciliar el resurgimiento de valores locales y
rivalidades culturales con las exigencias crecientes de un espacio económico
unificado de dimensiones colosales. La Unión Europea, concebida en el pasado
como proyecto político -para hacer frente a la supuesta amenaza soviética y
para sepultar las disputas históricas-, adquirió un impulso considerable en el
plano económico, y es con mucho la más importante experiencia de superación del
Estado nacional como medio de disciplinar la convivencia humana en un esquema
democrático.
3. El
proceso de conversión de la economía de mercado y de creación de instituciones
democráticas en los países del este de Europa resultó mucho más traumático que
lo que se había imaginado. Todo lleva a pensar que este proceso será
particularmente largo en Rusia, que se enfrenta a las dificultades de
reconstruir un vasto espacio político de gran heterogeneidad étnica y cultural.
Es probable que durante un par de decenios Rusia permanezca marginada -un mundo
aparte- y que deba inventar el formato político que le permita conciliar sus
tradiciones autoritarias con las reivindicaciones de convivencia democrática
que hoy predominan en su clase media de reciente formación. No obstante su
inmenso potencial de recursos, incluso de gente calificada, todo indica que
Rusia desempeñará un papel poco relevante en la configuración del mundo en los
albores del próximo siglo.
4.
Japón y las demás naciones asiáticas, en particular China, son hoy, sin lugar a
dudas, los líderes de la nueva ola de transformaciones que están redefiniendo
la faz del planeta. Lograron autonomía en el dominio de las técnicas y ponen al
servicio de éstas una gran disciplina social. Los salarios se regulan en
función de las exigencias de la competencia internacional. La estricta
disciplina social y la gran inversión en el factor humano dieron al capitalismo
asiático una fuerza competitiva sin parangón. Dadas las formidables reservas de
mano de obra de que disponen, todo indica que llegarán a dominar gran parte de
los mercados mundiales. La barrera contra esta invasión podrá surgir de nuevas
formas de organización de los mercados mundiales que introduzcan la
discriminación de productos. Es probable que sean circunscritas las áreas en
que la competencia se dé por los precios. La crisis de las bolsas de fines de
1997 sirvió para mostrar el enorme peso que ya tiene el oriente asiático en la
economía mundial, y la importancia de las inversiones realizadas en esa región
para el dinamismo de las economías occidentales.
Eliminados
los aranceles como instrumento de política comercial y progresivamente
unificado el mercado financiero -el costo de la transferencia internacional de
capitales tiende a cero-, estamos entrando en una nueva fase del desarrollo
capitalista cuyos contornos todavía se están definiendo.
Podemos
señalar algunos puntos del perfil que se esboza. Los desajustes causados por la
exclusión de porciones crecientes de población surgen como el problema más
grave en sociedades ricas y pobres. Esos desajustes no ocurren sólo por la
orientación que ha asumido el progreso tecnológico, sino que reflejan también
la incorporación indirecta al sistema productivo de mano de obra mal remunerada
de los países de industrialización retardada, principalmente los asiáticos. La
globalización en escala planetaria de las actividades productivas lleva
necesariamente a una gran concentración del ingreso, contrapartida del proceso
de exclusión social a que hicimos referencia.
Los
nuevos desafíos son, por lo tanto, de carácter social, y no económico, como
ocurrió en la anterior fase de desarrollo del capitalismo. La imaginación
política tendrá de esta forma que pasar a primer plano. Se equivoca quien cree
que no hay espacio para la utopía. Al revés de lo que profetizó Marx: la
administración de las cosas será reemplazada cada vez más por el gobierno
creativo de los hombres.
(Traducción del portugués)