http://lanic.utexas.edu/~sela/docs/spdi7-2000.htm

consultado octubre 23 de 2000

Realidad y mito de la globalización
Mayo 2000.

La Universidad de Los Andes de Mérida, Venezuela, conjuntamente con la Asociación Latinoamericana de Estudios de África y Asia (ALADAA) Capítulo Venezuela organizaron el “IV Congreso Nacional de Estudios de Äfrica y Asia”, en la sede de la Universidad de Los Andes, los días 17 al 19 de mayo de 2000. El tema central fue “Cultura y Globalización: Crisis Económica, Dependencia e Identidades”. Este Congreso sirvió de evento preparatorio para el X Congreso Internacional de ALADAA, a celebrarse en Brasil del 28 al 31 de octubre de 2000. 

En representación de la Secretaría Permanente del SELA, el Director de Relaciones Económicas, doctor Eduardo Mayobre, presentó una ponencia titulada “Realidad y Mito de la Globalización”, la cual se incluye en este documento.

Secretaría Permanente del SELA.

  1. Globalización e ideología
  2. Debilidades de la ideología
  3. De la ideología a las posibilidades de acción
  4. La realidad de la globalización

 

Según Mike Moore, Director General de la Organización Mundial de Comercio (OMC), “Una gran cantidad de energía se ha aplicado incorrectamente en los últimos tiempos para atacar la globalización, un término que cubre casi cualquier cosa”[1]. En efecto, el concepto de globalización se ha aplicado a los más diversos campos y fenómenos, al punto de que ya no sabemos muy bien que queremos decir con él. La palabra “globalización” se utilizó inicialmente en el área económica, pero pronto se hicieron notar sus connotaciones sociales, culturales, científicas, tecnológicas e ideológicas. Pero mientras se nos ha hecho impreciso lo que queremos decir con la palabra globalización, también se nos hace cada vez más evidente que se trata de algo que está presente, que es importante y que afecta nuestras vidas. La sentimos y la vivimos aunque no sepamos comprenderla, no conozcamos lo que abarca ni tengamos claro adonde nos lleva. Esta situación de ignorancia ante algo que no podemos ignorar produce desconcierto. Temor en unos, sentido de oportunidad, o de esperanza, en otros. Como suele suceder, el temor es mayor entre aquellos para quienes el proceso es más extraño. Entre quienes no cuentan con los mecanismos para enfrentarlo y sienten que es algo que puede afectarlos o dejarlos de lado sin que se tenga ningún poder para evitarlo. Normalmente éstos son los países y personas más débiles y es precisamente entre ellos que la globalización origina mayores resistencias. Por ello, porque cubre casi cualquier cosa y no sabemos muy bien de que se trata, es que se gasta tanta energía en atacarla.

Ahora, de la misma manera que el término “globalización” cubre casi cualquier cosa, también se puede utilizar para casi cualquier cosa. Una de ellas, quizás la más destacada, ha sido para transformarla en una especie de destino ineluctable. La globalización - se dice- está ahí, avanza, vino para quedarse y constituye una realidad a la cual no podemos oponernos ni podemos modificar. Responde a las leyes de la historia, a los avances de la ciencia y la tecnología y al desarrollo natural de las sociedades y culturas. En consecuencia - se agrega- no cabe oponerse a ella, es inútil tratar de detenerla, y lo más sensato consiste en adaptarse o insertarse en ella para no quedar rezagados, para no quedar marginados por la historia. 

Como efectivamente observamos que Estados, instituciones, empresas, costumbres y personas son arrastrados por la globalización, la prédica sobre su inevitabilidad parecería correcta. Pero para poder saber como actuar ante ella tendríamos que saber mejor que significa “globalización”. Pues bien pudiera suceder, y de hecho sucede, que se nos estuviera presentado como parte de los efectos inevitables de la globalización asuntos sobre los cuales tenemos capacidad de influir y, en consecuencia, estuviéramos renunciando a posibilidades de acción o padeciendo penurias que pudieran ser evitadas. No es imposible que se trate de un mito para inducirnos a actuar de una determinada manera o a permanecer pasivos ante algunas situaciones. El mismo carácter inasible, general y abstracto del concepto avalaría ésta última interpretación.

 

Globalización e ideología  

Si se trata de un mito, lo más probable es que tenga una moraleja que signifique a su vez un código de comportamientos y prescriba una manera de actuar. Esto es, que el mito forme parte de una ideología.  

Cuando se observa como fue tratado y difundido el concepto de globalización durante los últimos diez años no se puede descartar ésta última hipótesis. La globalización se presentó como el predominio de las fuerzas del mercado en todos los ámbitos y todas las latitudes y como la necesidad de actuar de acuerdo con ellas. Para complementar la moraleja se afirmó que tal actitud conduciría al bienestar y al desarrollo y que justamente por no habernos atenido a tales leyes se había impedido que el progreso llegara mas pronto a la mayoría de la humanidad. 

Como estímulo adicional para que el mito resulte atrayente, se nos explica que nunca como ahora habían podido aprovecharse sus cualidades positivas. El avance de las tecnologías y las comunicaciones permite que un proceso que hasta ahora había avanzado con relativa lentitud se acelere y esparza sus bondades rápidamente. Adicionalmente, las condiciones políticas y sociales serían optimas, porque una buena parte de la economía mundial que había estado cerrada, por razones políticas, a los beneficios del mercado –el mundo socialista- ahora está sujeta a sus leyes y mecanismos. La globalización pasa a ser así un mundo de promesas y posibilidades que se abre para quien sepa aprovecharlas.

Para que esta moraleja no cayera en el vacío se estructuraron las formas de actuar que suponía la globalización en catorce puntos que contenían recetas para quienes habían sido los principales obstáculos para la difusión del mundo globalizado, los gobiernos nacionales. Estos preceptos, en su conjunto, fueron denominados el “Consenso de Washington”, porque se daba por sentado que eran algo sobre lo cual toda persona sensata debía estar de acuerdo. 

Aceptado y adoptado por los gobiernos de los países más prósperos y ricos y por las principales instituciones internacionales, este Consenso debía adoptarse a nivel global para reafirmar los beneficios de la globalización y llevarlos a todo el planeta. De ésta manera, la ideología se convierte en cruzada.  

Se debe esparcir la buena nueva y eliminar los obstáculos que se oponen para que se haga realidad. Es necesario –continúa la prédica- convertir a los equivocados que aún creen que mediante el voluntarismo es posible desafiar las leyes del mercado. Los prejuicios y costumbres que se oponen a la libre marcha de la globalización han de ser anatematizados, pues representan rémoras del pasado que serán superados por el proceso mismo. Como entre esos prejuicios se encuentran el incumplimiento de los contratos, el desconocimiento de la propiedad privada y la corrupción (palabra que también cubre casi cualquier cosa), la cruzada adquiere visos de superioridad moral. 

Debilidades de la ideología 

Presentada en la forma que hemos expuesto, la ideología de la globalización o, como ha sido llamada en éste Seminario, la globalización neoliberal, tiene varias debilidades, entre las cuales destacaremos unas pocas[2]

La primera limitación consiste en que un proceso concebido como autónomo y destinado a predominar por sus propios impulsos, pasa a ser algo que debe ser impuesto por la acción y la voluntad humanas. Si volvemos la mirada hacia nuestra propia experiencia histórica, la de América Latina y el Caribe, tenemos que efectivamente ha sido impuesto por acciones políticas más que por la fuerza del destino. En efecto, la apertura de los mercados, la reducción del papel del Estado, las privatizaciones y el libre movimiento de capitales, para hablar solamente de algunas de las características de la globalización, han sido resultado de acciones deliberadas y presiones políticas concretas más que de la contundencia de las fuerzas del mercado o el descubrimiento súbito de sus virtudes. 

A partir de las crisis de la deuda de los años ochenta (y en algunos casos, como los países de Cono Sur, aún antes) la situación económica de los países de la región llegó a ser tan precaria que sus gobiernos se vieron en la necesidad de recurrir a la ayuda exterior. La asistencia externa era necesaria no sólo por sí misma sino también porque uno de los problemas fundamentales - el endeudamiento externo- requería del beneplácito de los acreedores extranjeros.  

La modalidad que adquirió la asistencia externa o internacional fue la de financiamiento de emergencia o refinanciamiento de la deuda existente. Pero este financiamiento no era neutro. Venía atado - tanto de parte del sector público internacional como de los sectores privados- a la aceptación de condiciones y programas de políticas de los organismos financieros internacionales que contenían las recetas propias de la cruzada de globalización. Así, tarde o temprano, todos los países de América Latina y el Caribe debieron aceptar los programas de ajuste estructural que proponían el Fondo Monetario Internacional y los Bancos Multilaterales. 

Las condiciones de los programas aludidos fueron extendiéndose a medida que transcurría el tiempo en cuanto a su alcance y profundidad. Se ampliaron, desde el cumplimiento de unas cuantas metas financieras de corto plazo que podían indicar la estabilidad financiera de la economía; hasta llegar a abarcar las decisiones de inversión de largo plazo del sector público; para terminar incidiendo sobre el sistema financiero y el institucional, el manejo del sistema judicial y al estilo de gobierno y convivencia social, bajo el nombre genérico de gobernabilidad ( otro término que también cubre casi cualquier cosa). Programas inicialmente diseñados para salir de situaciones de emergencia pasaron a constituir relaciones casi permanentes impuestas por la necesidad de mantener la “confianza” de la comunidad financiera internacional, la cual ha llegado incluso a ser medida y sopesada “científicamente” a través de las calificaciones de crédito ( credit ratings). 

De manera que no ha sido solamente el peso de las fuerzas del mercado o la fuerza arrolladora de la globalización lo que ha llevado a que hoy sean las políticas liberales de mercado las que predominen en nuestro continente. Se ha requerido también de la voluntad impositiva de la comunidad internacional y de la capacidad operativa y normativa de los estados nacionales para que éste fenómeno, que se presume “natural”, se lleve a cabo. Se ha necesitado incluso de tratados internacionales vinculantes, tales como los de la OMC, para asegurar su continuidad en el tiempo.  

Aquí cabe observar que mientras antes de la crisis de la deuda la mayoría de los países de América Latina y el Caribe no pertenecían al GATT (antecesor de la OMC), actualmente todos ellos son miembros de la OMC. En atención a esto es posible acotar que la llamada apertura comercial unilateral de los países de América Latina y el Caribe fue unilateral solamente en cuanto no se negoció para obtener como contrapartida aperturas similares de los socios comerciales, pero no lo fue en el sentido de que se haya hecho por voluntad propia, debido a que entre las condiciones impuestas para el rescate financiero y la obtención de la confianza de la comunidad internacional se contaba tal apertura. 

Una segunda limitación de la globalización como ideología consiste en restringir el alcance y los efectos del proceso a sus aspectos positivos. Así, la globalización se iniciaría y cobraría fuerza en los años recientes de crecimiento y recuperación económica. Según esta versión la globalización empezaría a regir con toda fuerza a partir de la caída del Muro de Berlín y la generalización del uso de las computadoras, la Internet y otros avances tecnológicos. 

Si volvemos a mirar nuestra experiencia histórica, tenemos que la globalización ha estado presente desde mucho antes, si entendemos por ella la interacción entre las economías nacionales y la existencia de una economía internacional que las abarca. Empezando por épocas recientes, la propia crisis de la deuda de los años ochenta fue una crisis de globalización. El crecimiento de los euromercados, la disponibilidad de fondos que produjo el aumento de los precios del petróleo y las estrategias agresivas de internacionalización de las bancas de Estados Unidos, Europa y Japón llevaron al sobre endeudamiento que daría lugar, a partir de 1982, a la crisis de la deuda de América Latina, cuya causa inmediata fue un aumento en las tasas de interés en los Estados Unidos por razones totalmente ajenas a lo que sucedía en las economías de nuestra región. 

Si miramos un poco más atrás, encontramos que la propia crisis petrolera puede caracterizarse como parte del proceso de globalización y, así sucesivamente, la Segunda Guerra Mundial, y la Primera Guerra Mundial serían también manifestaciones de la interacción cada vez más profunda entre naciones y economías nacionales que conocemos como globalización. Incluso, yendo a tiempos más remotos tenemos que el tráfico de esclavos, que tuvo una influencia decisiva en la formación económica de nuestros países puede considerarse como parte del mismo proceso, tal como lo ha hecho Aldo Ferrer en su libro sobre la Historia de la Globalización.[3] 

De tal manera que si fuéramos a estudiar la globalización seriamente como un proceso histórico tendríamos que analizar sus avances y retrocesos, sus virtudes y defectos, sus diferentes ámbitos de influencia, sus inclusiones y sus exclusiones, y no limitarnos a destacar las ventajas de las telecomunicaciones, los avances recientes de la tecnología y el presumible impacto benéfico de la apertura del comercio para la soberanía del consumidor. 

Una tercera limitación, de la ideología de la globalización, la última que mencionaremos, consiste en la presunción de que se trata de un proceso que encierra en sí mismo los mecanismos necesarios para corregir los desequilibrios que pueda presentar. El propio sistema conduciría al equilibrio, pues las fuerzas del mercado responderían virtuosamente ante cualquier perturbación. Este punto de vista responde a la más ortodoxa tradición de las teorías liberales y de mercado, de acuerdo a las cuales los agentes del mercado, si se les permite libertad de acción, restauran los equilibrios económicos básicos. 

Si nos limitamos a la última década del siglo pasado, la de los noventa, que se pudiera considerar la “época de oro” de la globalización, tenemos que a pesar de haberse experimentado un desempeño económico relativamente estable y exitoso, la economía mundial ha estado sometida de manera recurrente, y cada vez más frecuente, a crisis que los mecanismos de mercado no han podido solucionar por sí mismos. Tal es el caso de la del tequila en 1994, de la asiática en 1997 y de la Rusa en 1998. Estas crisis se han manifestado particularmente, pero no exclusivamente, en el ámbito financiero y han presentado dos características específicas: a) por una parte han tenido un alcance que ha sido descrito como “sistémico”, en el sentido de que sus causas y consecuencias han transcendido de los espacios sectoriales y propiamente nacionales; y b) han producido un efecto de “contagio” en otras partes, a veces remotas, del sistema económico internacional o global.  

Vale la pena destacar que en los casos de México y los países del sudeste asiático las crisis tuvieron lugar en países y economías que se presentaban como modelos a seguir por los promotores de la ideología globalizadora. Pero fue justamente su dificultad para responder a la exigencias de la economía globalizada, o a las tensiones que ésta creó al interior de sus economías domésticas, lo que condujo a la crisis. La incapacidad, por ejemplo, de los sistemas financieros nacionales para manejarse en los espacios económicos abiertos por la globalización o la incapacidad del sistema financiero internacional para comprender a las economías nacionales y actuar en consecuencia. 

Es cierto que, como dice Orlando Caputo, “La crisis asiática no es una crisis de la globalización de la economía mundial sino una crisis en la globalización actual de la economía mundial”[4]. Pero muestra que -aunque se esté superando con mayor rapidez que lo esperado, no haya afectado a la economía mundial en su conjunto, y sus efectos de contagio se hayan limitado a otros países de grado mas o menos similar de desarrollo[5]- los mecanismos más o menos automáticos de estabilización que suponía la ideología de la globalización no funcionaron tal como se pronosticaba. De hecho, la superación de las crisis no ha respondido a los mecanismos propios del mercado sino que ha resultado de inmensos esfuerzos de rescate por parte de las instituciones públicas internacionales y las autoridades nacionales. 

En el caso de América Latina y el Caribe, las economías nacionales no sólo han estado sometidas a las fluctuaciones de la economía internacional sino además su desempeño en cuanto a crecimiento y empleo, si bien superior al de los ochenta, ha sido mediocre y no ha estado a la altura de las promesas de la globalización. 

En efecto, la región presentó tasas de crecimiento alentadoras durante los primeros cuatro años de la década, para registrar un magro 1.1% en 1995, recuperarse en 1996 y 1997, bajar a 2.1% en 1998 y convertirse en estancamiento (0% de crecimiento) en 1999. Este comportamiento irregular puede vincularse con la volatilidad de los mercados financieros internacionales y la vulnerabilidad de las principales economías de la región. En los casos de mayor importancia, se asocia claramente a la llamada crisis del tequila en 1994 y la crisis asiática de 1997. 

Para toda la década de los noventa encontramos:

· Un crecimiento anual promedio del P.I.B de 3.2%,

· Un crecimiento promedio anual del P.I.B per capita de 1.4, ( -1.6% en 1999), en contraste con una contracción anual de 1% durante los ochenta.

· Una disminución notable de las tasa de inflación desde 200% en 1991 y casi 900% en 1993 a un promedio de aproximadamente 10% durante los últimos tres años.

· Un aumento creciente del desempleo urbano de 5.8% en 1991 a 8.7% en 1999.

· Un incremento de la deuda externa desde $459 mil millones en 1991 a $749 mil millones en 1999. 

Aunque estas cifras significan cierta mejoría en cuanto a inflación y crecimiento, en términos de crecimiento son inferiores a las de épocas anteriores. Entre 1950 y 1980 se obtuvo un promedio de incremento del P.I.B superior al 5.5%. También son muy inferiores al 6% anual que la CEPAL, entre otros, considera como tasa deseable de crecimiento si se aspira a combatir efectivamente el problema de la pobreza. 

Nos hemos limitado solamente a mencionar los aspectos más fácilmente visibles de éstas crisis. Pero además se pudieran mencionar los problemas sociales que se han generado. Más aún, se pudiera señalar que aunque el impacto de la crisis asiática ha sido menor que el originalmente pronosticado por la mayoría de los observadores, todavía se están sintiendo sus efectos en la actividad económica, el comercio exterior de los países de la región y en su acceso al financiamiento externo. Pudiera incluso conjeturarse que el desaceleramiento de los últimos dos años puede ser el inicio de una fase descendente de un ciclo que tuvo su auge en la primera mitad de los noventa, fase descendente que pudiera tener su origen en la caída de los precios de las materias primas, un menor crecimiento en los países desarrollados y una disminución de los flujos externos de capital. De hecho, durante 1999 se experimentó, por primera vez desde 1991, un estancamiento en la actividad económica, una transferencia neta de recursos al exterior y una disminución de las exportaciones (en este caso a partir de 1998) por parte los países de América Latina y el Caribe. El muy reciente aumento de las tasas de interés norteamericanas pudiera ser un factor coadyuvante en ésta dirección debido a la dependencia cada vez mayor de los flujos de capital externo en la región. 

Los resultados ambiguos de la década de los noventa, caracterizada por la aceleración del proceso de globalización, no se limitan a nuestra región. Además del retroceso experimentado por los países del sudeste asiático, tenemos que Japón ha experimentado un estancamiento de su economía durante toda la década y que incluso en los países más desarrollados ha habido problemas que se han agravado, como el del desempleo. A lo que habría que añadir la marginación del proceso de globalización de países y regiones enteras, como Africa. 

De la ideología a las posibilidades de acción  

Las limitaciones de la ideología de la globalización han sido reconocidas de manera creciente aún por quienes han sido sus máximos promotores. En la reunión de la UNCTAD X, celebrada en Bangkok en Febrero de este año, por ejemplo, las máximas autoridades de los organismos multilaterales coincidieron en que problemas tales como la exclusión y marginación de ciertas regiones, países y sectores más vulnerables dentro de los países no podían enfrentarse con las recetas prescritas por el “Consenso de Washington”. Además, identificaron como los principales problemas a enfrentar a la pobreza y otros asuntos de carácter social que simplemente están fuera del área de aplicación de esas prescripciones y que requieren una acción decidida de parte de los poderes públicos. El Secretario General de la UNCTAD, Rubens Ricupero, resumió el sentido de las deliberaciones en el discurso de clausura de la Conferencia, al cual tituló “Del Consenso de Washington al Espíritu de Bangkok”.[6]

En otros ámbitos, las crisis financieras han llevado a que se hable sobre la necesidad de diseñar una “nueva arquitectura del sistema financiero internacional” que ayude a prevenirlas y a evitar sus efectos más nocivos. La idea ha sido trabajada por las Naciones Unidas, acogida por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y ha dado lugar a que se cree un Grupo de los Veinte, conformado por los países industrializados del Grupo de los Siete (G-7) y los países emergentes de mayor tamaño. 

En círculos más combativos y menos oficiales, la necesidad de superar los dogmas ha dado lugar a estudios, pronunciamientos y protestas, tales como las que tuvieron lugar en Seattle, a finales del año pasado, en Davos a principios de este año y en Washington más recientemente, con motivo de reuniones de los organismos internacionales o de los ejecutivos de las grandes empresas multinacionales. 

Podemos, en consecuencia, considerar como innecesario un enfrentamiento con la ideología de la globalización. Salvo por el hecho de que las ideologías tardan más en desaparecer que lo que tardan en ser refutadas, particularmente cuando hay importantes intereses en juego o cuando se han transformado en plataformas políticas. Por ello podríamos parafrasear a Mike Moore y decir que una gran cantidad de energía se ha perdido incorrectamente en los últimos tiempos para defender a la globalización, un término que cubre casi cualquier cosa. 

Pero, como destacamos anteriormente, el hecho que pueda significar casi cualquier cosa no nos dispensa de su realidad. Aún sus aspectos negativos dan testimonio de ella. Por tanto nos queda todavía por resolver el problema de cómo enfrentar la realidad de la globalización, para lo cual requerimos también entender el fenómeno. Porque si usamos la misma palabra para referirnos a asuntos diferentes, son muchas las probabilidades de llegar a malentendidos que dificulten o confundan las posibilidades de acción. 

Por lo pronto parece estar claro que la globalización, si bien es un fenómeno histórico con sentido de dirección, y por ello quizás irreversible, es el resultado de acciones sociales, y por tanto humanas, sobre las cuales tenemos capacidad de acción. Esta capacidad significa a su vez que es algo susceptible de ser modificado y que es posible potenciar sus aspectos positivos y minimizar sus aspectos negativos. Evidentemente para hacer ésta última afirmación resulta necesario reconocer que se trata de un proceso que tiene aspectos positivos y negativos, contrariamente a lo que afirman los ideólogos de la globalización neoliberal. Sirva de ejemplo una declaración de prensa del nuevo Director-Gerente del Fondo Monetario Internacional, Horst Kőehler, en la que afirma que “la globalización es una ganancia para todo el mundo”[7].  

Considerando el tema desde un punto de vista afirmativo, esto implica que es posible que las fallas que encontramos en el proceso, sus repercusiones indeseables, no sean inherentes al proceso mismo, sino que se trate de que aún no hemos adquirido la habilidad para manejarlo y canalizarlo, para que arroje resultados que sean aceptables para nuestros fines. 

Sucede aquí algo similar a lo que aconteció al inicio de era industrial. Muchos de sus efectos negativos, que fueron justamente observados y denunciados oportunamente, no eran necesariamente inherentes a la industrialización o al capitalismo, sino que resultaban de la incapacidad para manejar y orientar fenómenos que todavía no se comprendían. Actualmente resulta claro que nadie ha logrado manejar el proceso de globalización cabalmente. Y así como ya ha sido demostrado por los hechos que la aplicación sistemática del modelo neoliberal no necesariamente lleva a un progreso por tiempo indefinido, tampoco se puede concluir que un desenlace como la crisis de los países del sudeste asiático sea un resultado inevitable. 

La realidad de la globalización

Para intentar comprender la realidad de la globalización debemos, en primer lugar, despojarnos de los prejuicios propios de su ideología. Una corriente determinada y poderosa de pensamiento, la neoliberal, se apropió del término por más de una década. Se apropió también de los últimos avances tecnológicos y científicos y los presentó como hijos legítimos de la globalización y del mercado (lo que no es necesariamente verdadero, como muestra la Internet, que fue desarrollada por el sector público mediante investigaciones subsidiadas). Y consideró sus propias recomendaciones de políticas y comportamientos como inherentes a la globalización.

La reacción contra esa ideología puede llevar al defecto contrario. A negar la importancia y la existencia del fenómeno, a atribuirle al mismo deficiencias y problemas que habitualmente le acompañan pero que no le son inherentes y son más bien de carácter estructural, como la pobreza o la agresión al ambiente. Lo que pudiera conducir a una oposición a ultranza a una evolución que incorpora a la actividad económica y a las relaciones internacionales muchos de los avances tecnológicos de los últimos tiempos.

Según dice el destacado economista norteamericano Lester Thurow:: “Así como la segunda revolución industrial nos condujo de las economías locales a las nacionales, la tercera revolución industrial nos está llevando de las economías nacionales a una economía global”. A lo que añade: “Aprender como hacer que ésta economía global funcione tomará bastante tiempo, con muchas sorpresas y errores en la vía. La transición de las economía nacionales a la economía global va a ser con mucho más turbulenta que la transición entre economías locales y nacionales. Cuando se dio el tránsito de lo local a lo nacional, el mundo ya contaba con gobiernos nacionales dispuestos a aprender como manejar el proceso. En contraste, no existe un gobierno global para que aprenda como debe gerenciarse una nueva economía global”[8]

Para los países de América Latina y el Caribe se trata de cómo manejarse en una economía global. Por su propia naturaleza el proceso de globalización incide sobre las economías nacionales y le resta a los gobiernos capacidad de acción autónoma para el manejo de las mismas. Esto requiere nuevos enfoques para utilizar los instrumentos de supervisión y manejo ya existentes y para inventar o hacerse de nuevos instrumentos de política económica y social.

Thurow ofrece una descripción de la globalización, útil como punto de partida pero excesivamente economicista: “por primera vez en la historia de la humanidad las empresas pueden comprar donde quiera en el mundo que los costos sean más bajos y pueden vender donde quiera que los precios sean más altos”.

Se han formulado muchos otros intentos de definición o de descripción del mismo fenómeno. Vacchino trata de resumirlos afirmando que los diversos significados de la palabra globalización expresan, de manera coincidente, “la creciente importancia de los aspectos económicos , sociales y culturales de alcance mundial respecto de aquellos de naturaleza nacional o regional y subrayan el carácter dinámico y comprensivo del concepto”.[9]

Lo difícil de captar es en que consiste ese carácter dinámico y comprensivo de la globalización. Actualmente la mayoría de los analistas lo atribuye o bien al avance propio de las tecnologías o bien a su evolución dentro del capitalismo. Hasta hace poco tiempo, era importante una corriente que lo atribuía a una evolución del capitalismo que desembocaría en la superación del mismo y en una organización socialista de la economía mundial.

Son muchas las definiciones y aspectos que concurren en la globalización. Por referirnos solamente a autores ya citados, Vacchino menciona una serie de características que destacan diversos autores. Por su parte Caputo la considera como nuevas relaciones de producción que se dan en el capitalismo a nivel mundial y que constituyen una etapa actual del desarrollo de la economía. En el caso de la crisis asiática destaca la sobreproducción como una de sus causas fundamentales. Lo que contrasta con el análisis más habitual que pone el énfasis en los asuntos financieros. Thurow agrega que la globalización creará mayores desigualdades debido que “la tercera revolución industrial esta remeciendo las bases de la clase media industrial y creando una economía dividida en dos niveles.”

Se habla de la integración internacional de los mercados, haciendo referencia a veces a los mercados de bienes y servicios y otras a los financieros. Pero también se subrayan los aspectos sociales y culturales de la globalización. Se puede enfocar como un proceso que resulta de un conjunto de fuerzas que interactúan o como del resultado de una visión política. En un boletín reciente del Fondo Monetario Internacional se dice que “la globalización ha perdurado gracias al reconocimiento de las autoridades políticas de que un sistema comercial y financiero abierto y liberal, pero basado en normas, es esencial para el progreso económico mundial”. Pero se añade: “No obstante, la globalización , además de beneficios crea perturbaciones y riesgos, como el desempleo y el desplazamiento humano que pueden producirse debido a cambios económicos estructurales o crisis financieras”[10].

Por último, resulta claro que la globalización incide en las formas de organización de las economías nacionales y en la vida cotidiana. Nacen nuevas empresas e industrias y desaparecen otras. Cambia la propiedad de las mismas y con ello se produce una transformación en las relaciones de poder. Las relaciones entre patronos y trabajadores son sometidas a grandes presiones y modificaciones. Aún en la vida cotidiana no podemos escaparnos de su influencia. Los mensajes que recibimos y las noticias que nos afectan pueden originarse en cualquier parte del mundo. Como consumidores, encontramos paradójicamente una mayor variedad de productos, que tienden a ser cada vez más uniformes. Como trabajadores, experimentamos que están en peligro nuestras tradicionales fuentes de empleo.

Esta realidad no la podemos evadir. Necesitamos comprenderla, pero a menudo debemos adoptar actitudes o tomar decisiones antes de poder hacerlo. Lo mismo le sucede a las autoridades políticas y a los agentes económicos. Es ,además, una realidad cambiante que no ha mostrado aún todas sus facetas, todas sus promesas y amenazas. La experiencia reciente nos muestra que acontecimientos en lugares remotos, como en Asia o Africa, pueden llegar a sernos tan importantes como los que suceden en lugares que nos son más familiares o cercanos. Nos enseñan también que aún las instituciones que creíamos más sólidas pueden ser transformadas radical y rápidamente

 

Todo ello nos obliga a estar alertas y a no delegar nuestra capacidad de análisis y reacción en esquemas preconcebidos, simplificaciones o idealizaciones. Se trata de una realidad que debemos enfrentar directamente, despojándonos de mitos y prejuicios, los cuales también se multiplican por obra de la propia globalización.

 
[1] Mike Moore. Discurso ante la UNCTAD X. Bangkok. Febrero, año 2000.

[2] Para una crítica más completa y de excelente factura ver; Alfredo Eric Calcagno y Alfredo Fernando Calcagno: El Universo Neoliberal. Recuento de sus lugares comunes. Alianza Editorial. Buenos Aires.1995.

[3] Aldo Ferrer. Historia de la Globalización. Fondo de Cultura Económica. México. 1996.

[4] Orlando Caputo. La globalización de la Economía Mundial desde la crisis Asiática. Aportes. Revista de la Facultad de Economía. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Enero-Abril de 2000.

[5] SELA. Asia después de la Crisis. Vínculos con América Latina y el Caribe. Mayo. 2000. SP/Di No 6-2000

[6] Ver Eduardo Mayobre. El Espíritu de Bangkok. De la Globalización unilateral a la Globalización compartida. Revista Capítulos del SELA No 58. Enero-Abril. 2000. Caracas.

[7] Economía Hoy. 16 de Mayo de 2000. Caracas.

[8] Lester C. Thurow. Building Wealth. Harper Collins Publishers. 1999.

[9] Mario Vacchino. Globalización, inserción, integración: tres grandes desafíos para la región. SELA. Caracas. Mayo, 2000.Ponencia preparada para el Seminario-Taller sobre Negociaciones Comerciales Multilaterales a celebrarse en Montevideo, Uruguay, del 24 al 26 de Mayo de 2000.

[10] FMI: Boletín. Suplemento Especial. Febrero.2000